El telediario se ha convertido en la teletienda. Con una pinta más sofisticada (no era difícil) pero teletienda al fin y al cabo. La función de vender es la que prima en la mayor parte de las noticias con que nos deleitan esos personajillos con aires de respetabilidad. Pero la respetabilidad que se proponen inspirarnos se queda en eso, en intento, porque cuando no intentan venderte un cursillo de inglés, una cata de vinos o la asistencia a un congreso de pinchos de cocina te aconsejan distintas alternativas de ocio para el fin de semana para que no te aburras (cine, teatro, ópera, viajes, deportes de aventura). Si quiero distraerme ya me lo buscaré yo!!.
Papel destacado tienen las noticias sobre nuevas posibilidades tecnológicas. Desde el último modelo de ordenador, consola o reproductor de DVD hasta casas inteligentes o robots de compañía que te la cascan si hace falta (y falta, parece, que nos hace a todxs si seguimos sus recomendaciones). Ver el telediario significa estar al día en tecnología y cultura, y ser un posible cliente de una gran gama de cachivaches y experiencias nuevas. Si alguien pensaba todavía que el telediario era un espacio televisivo respetable, que tenía la misión de informar, que se lo repiense y permanezca atento a las artimañas empresariales y estatales de fomentar el consumo. El que manda es el dinero. El consumo es lo vital para el mantenimiento de todo este circo. Eso sí, hay que dosificarlo para que entre mejor. Una noticia de lo jodido que está el mundo, una guerra cualquiera (hay donde elegir), el conflicto en Palestina, el hambre en África, los accidentes de tráfico y algo de violencia sacada de todo contexto al tipo de violencia de género o de bandas o de hooligans. No sé vosotrxs, pero yo me voy ahora mismo a comprar una TV de 50 pulgadas para ver la caída de este mundo sentado cómodamente en mi sofá con chaise longue.
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