'Una sociedad que ha abolido la aventura convierte la abolición de esta sociedad en la única aventura posible'

viernes, 22 de julio de 2011

Ni Razón de Estado, ni Razón de Mercado. Por el desarrollo de nuestras posibilidades.

Este texto tratará de profundizar en la reflexión sobre los recortes en sanidad, aunque podrían ser en cualquier otro ámbito en que el Estado tenga competencias, como enseñanza, transportes, comunicaciones o vivienda. Es necesario hacerlo ahora porque la actual coyuntura que vivimos y la ideología postmodernista, que tan bien sirve al capitalismo post-industrial, nos ocultan la dirección para salir de las repetidas crisis, de la pérdida de autonomía de la gente, de la explotación inherente al sistema mercantil, de la miseria de la vida cotidiana. Las salidas que actualmente se ofrecen se agencian el monopolio de la alternativa, puesto que otros mundos radicalmente distintos a éstos han quedado como utópicos. Nosotros decimos que utópicas son las salidas al capitalismo que se plantean. Un capitalismo light, regulado por el Estado, y que intente mejorar la situación mundial (no sólo occidental) es utópico. Un sistema que intente regular la fuerza ejercida por el poder del Estado (sea económica o militar) es utópico. La historia se empeña en demostrarlo continuamente. La URSS, Cuba, las democracias europeas, EEUU, etc, no son más que modos de gestión capitalista con más o menos intervención del Estado, que van expoliando a la gente de su autonomía, de su actividad, de su vida.
En el tiempo que nos toca vivir, en que no se para de repetir que estamos en una crisis económica, la sociedad se dicotomiza entre dos posturas aparentemente distintas. Por un lado los que abogan por la privatización completa (o casi) de las competencias del Estado y por el otro los que tratan de fortalecer al Estado a través de la defensa de esas competencias. La derecha y la izquierda. Sin embargo el pragmatismo económico capitalista ha logrado desdiferenciar casi completamente esta oposición.
Buena parte de los gobiernos, con el apoyo de todos los organismos internacionales encargados de la economía global, defienden con ahínco las privatizaciones. Es un buen momento para hacerlo. Hacen su campaña de marketing a través de todos los medios que poseen y nos bombardean con sus mensajes: la gestión privada es mejor (más eficiente, más barata, mejor organizada, más flexible adecuándose a los cambios de mercado), el Estado no es bueno que se encargue de todo pues genera dependencia, los que trabajan para el Estado trabajan poco y son unos vagos y privilegiados…
Las asociaciones de ciudadanos (vecinales, bases de partidos de izquierdas, movimientos sociales, plataformas varias, etc), y algunos partidos políticos del ala izquierda del parlamento, refuerzan su discurso de la necesidad de un Estado fuerte que se encargue de tutelar los derechos (pero también las obligaciones; son inseparables recordemos) de los ciudadanos, de repartir lo tributado (según lo consideren los gobernantes de turno, claro), de gestionar el funcionamiento de sus competencias. La imagen de Castro, Mao o Stalin, se nos vienen a la cabeza. Y realmente da tanto miedo como asco. Pero la realidad económica de estos días les recolocan enseguida. Y eso, porque esta dicotomía se ha ido disolviendo con el paso de un dominio del capital industrial y el Estado a un capital financiero. Es la mundialización, que lleva aparejada la imposibilidad de un capitalismo nacional, la liquidación del Estado-nación. Triunfa el Mercado, y el Estado, a partir de ahora se va a regir por valoraciones traducidas en términos económicos. Como dice Miguel Amorós ‘no es el fin de lo público, es el fin de la separación entre lo público y lo privado. Es la generalización del principio de la competencia capitalista, un verdadero golpe contra el Estado’.
En el estado español la sanidad, con diferencias notables entre comunidades por la transferencia de la competencia, está gestionada en su mayor medida por el Estado. Sin embargo en los últimos años se ha venido privatizando servicios como la limpieza, la hostelería, el transporte, etc. Algunas comunidades como Catalunya han concertado gran cantidad de los servicios con entidades privadas o con participación privada (desde fundaciones, consorcios, institutos, mutuas, etc). En Valencia la gestión privada completa (incluida la gestión asistencial) de una zona ya existe con el Hospital de Alzira y los resultados son maquillados de continuo para dar viabilidad a esta fórmula. Madrid está siguiendo esta vía. Aquí en Catalunya, ahora se quiere privatizar a fondo. Como señaló Mas el Estado debe quedarse con competencias en policía, prisiones y recaudación de tributos. La parte represiva más visible del Estado…
De la alternativa Estado o Mercado es muy difícil escapar. Si uno afirma que no quiere Estado, rápidamente se le considera a favor de los intereses de los empresarios que buscan lucro con sus empresas. Sin embargo reclamar un Estado fuerte para gestionar la sanidad, como otros asuntos, conlleva algunos supuestos que conviene aclarar.

En todas partes del mundo donde los pobres sin cualidades se rebelan contra su condición y la toman concretamente contra la miseria, el reformismo debe hacer de ésta una fatalidad y de la agravación de la opresión social un problema político. Su finalidad es imponer el Estado como la respuesta a esta fatalidad; dicho de otro modo, que las aspiraciones sociales de los pobres vayan a buscar su realización en el Estado. ¡Fuera del Estado, no hay salvación!
(Os Canganceiros, “¿Cómo se puede pensar libremente a la sombra de una universidad?”)

Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado.
(Benito Mussolini, Discurso de la Ascensión, 26 de mayo de 1927).

El Estado no es una entidad, es una actividad histórica y social, conformada durante los últimos cuatro siglos a la par con el desarrollo del capitalismo. Es la estructura de poder fundamental que ha garantizado nuestro sometimiento al trabajo asalariado, que ha permitido y defendido la destrucción de la naturaleza en pos de la producción económica y ha garantizado la guerra como método de reorganización económica y de control social. Además es la estructura que se contrapone a la plena realización de la vida y de la autonomía de la comunidad humana. Su mera existencia limita la posibilidad de explorar y desarrollar otros modos de relacionarse. Así se expresan los compañeros de Cuadernos de Negación en su número 4. Y así lo reproducimos porque nos parece clarificador en buena medida.
Y es que tanto el desarrollo de las leyes centradas mayoritariamente en la propiedad privada, como el desarrollo de la economía mercantil, como el desarrollo de la política como la conocemos hoy día o la creación de las diversas fuerzas policiales, se han ido co-constituyendo al mismo tiempo que el Estado. Y siempre a favor de la clase explotadora, como no puede ser de otra manera. Por tanto el Estado ha sido, es y será una estructura de clase que promueve y sostiene la explotación. Ahora bien, con los nuevos desarrollos del capitalismo su papel se ha ido concentrando en algunas parcelas en detrimento de otras y la burocracia dependiente de sus funciones, buscando cabida en las nuevas estructuras organizativas de gestión. En sanidad, en buena parte de Europa, el Estado todavía mantiene funciones fundamentales. Son esas las que quiere seguir manteniendo la izquierda del capital y las que la derecha se empeña en rentabilizar mediante la gestión privada.
Concretemos. El Estado es el que organiza el conocimiento de la salud a través del programa de formación del especialista. De esta forma, controlando los contenidos, reproduce continuamente su propia ideología, relegando de nuestro horizonte epistemológico cualquier resquicio del pasado que no pase por la interpretación ideológica de sí mismo. No entraremos aquí en la crítica de la ciencia y la técnica como separación entre saber y vida, fundamental en el desarrollo de la sociedad actual, pero ahí están. Por otro lado, que el Estado sea el administrador del saber y la práctica sanitarias implica que el leitmotiv de la sanidad será el del Estado, supeditado siempre y cada vez más a la gestión de la economía. Así pues, no es de extrañar que un mecanismo de control estatal sea el de la inspección médica que controla, supervisa y a veces regula las bajas laborales. Controlando las bajas el Estado colabora con la economía y reproduce el valor de la salud como mercancía. Sin embargo, este control se va delegando en las mutuas del trabajo porque el control se realizará de forma más exhaustiva y favorable a los intereses del capital. Todo eso, a pesar de los incentivos económicos de distintos tipos que se destinan en la salud pública al control de las bajas y de la cantinela machacona que intentan inculcar en los médicos de lo indeseable que resulta tener a la gente sin trabajar. En este contexto, se plantean nuevas formas de control y más competencias para las mutuas en las últimas negociaciones de la reforma laboral. Siempre con el beneplácito de los sindicatos que las pactan (CCOO y UGT). Finalmente, uno de los objetivos últimos de la medicina hoy día (quizás no tan acentuado en épocas pasadas) es el de alargar la esperanza de vida, cosa que ha venido a influir en todas las previsiones relativas a sistemas de pensiones, tiempo de trabajo, previsiones de presupuestos sanitarios y sociales… Otro de los fines de la medicina en el mundo actual es el de remitir los síntomas lo más rápido posible. No importa mucho si hay que matar moscas a cañonazos. Si tienes una lumbalgia que te impide trabajar, te tomas ibuprofeno, paracetamol y tetrazepam, y nada de reposo, a trabajar. Si el estrés del trabajo te provoca dolores de estómago te tomas omeprazol y tirando a trabajar. Parches ideológicos para no cambiar lo esencial del régimen de no-vida que nos toca vivir. La reproducción social debe continuar a costa de triturar a las personas que de ella forman parte. Y el sistema sanitario colabora al no cuestionar sus funciones sociales (alargamiento de vida laboral, aumentar capacidad de soportar estrés continuado, disminución de número de días de baja-descanso, ocultación del problema fundamental…).
Una vez dicho esto, hay que repensar las luchas que se están llevando a cabo desde una perspectiva que contemple el problema desde su raíz. Si no se realiza esta crítica damos vueltas en torno a la cuestión de más o menos impuestos, más o menos intervención estatal, más o menos privatización, más o menos servicios creados por gente al servicio de indicadores y valores económicos. Sólo la destrucción de la Economía que nos esclaviza, del Estado que nos somete, el cambio de la dictadura de la mercancía por la de las necesidades, representará un cambio significativo en nuestras vidas. Recuperar la actividad que nos ha sido expoliada significa recuperar nuestras vidas. Con todas las consecuencias. Hay que hablar de la perspectiva de la autogestión. Autogestión de necesidades, no de dinero. Que quede claro. No es nuestra aspiración la de gestionar lo que nos cede un gobierno cualquiera que sea, sino ser el gobierno mismo. La autogestión sin un cambio de las relaciones fundamentales, con el mantenimiento de la separación entre gobernantes y gobernados, planificadores y ejecutores, no modifica en esencia el problema. Simplemente traslada el problema a los nuevos gestores (aunque sean trabajadores). Las entidades de base asociativa (EBAs), que se pondrán de moda conforme el sistema sanitario se desestructure más y más (como parece vislumbrarse en el caso del Hospital Dos de Mayo de Barcelona, donde el consorcio proveedor del servicio (CSI) y el Departamento de Salut parecen estar de acuerdo en el camino de la autogestión), no son la solución a nuestros problemas, pues se mantiene el status quo imperante y se traslada la responsabilidad de la gestión. Eso sí, ellos siguen marcando los límites del juego con el dinero, las leyes y la policía.
Y es que un problema como el sanitario no es un problema parcial. Implica un conflicto total. Implica la fabricación de la alienación, la separación de nuestra actividad. El control del Estado/Capital implica una separación de todo; lo que hay debe ser convertido en mercancía, lo que existe debe ser intercambiado por dinero. No hay límite a la ganancia. Esto es lo que decían algunos compañeros de Chile en relación con las movilizaciones sobre el problema de la enseñanza allí. Lo compartimos absolutamente.
Así pues las cosas, la lucha debe pasar por combatir la privatización, pero a la vez combatir al Estado. Hay que decirlo, la gestión estatal está igualmente rendida a los intereses económicos. Nos movemos por indicadores económicos y de imagen y marketing. Igual que las empresas. El Estado, como las empresas, quiere que sus usuarios del sistema sanitario estén contentos (para seguir votando y confiando y reproduciendo el sistema, o seguir consumiendo y pagando la cuota, si puede ser más, mejor), y que los trabajadores sigan siendo explotados. Sin embargo, a través del Estado no se incrementan tanto los beneficios como a través de las empresas. Es cuestión de economía, y de intereses personales (una buena parte de los cargos del organigrama del Departament de Salut tienen o han tenido mucha relación con la empresa privada y con la formación privada sobre economía de la salud).

Quien es causa del poder de otro, lo es de su propia ruina.
(Maquiavelo)

No nos vale con subir los impuestos a los más ricos para seguir manteniendo todo el tinglado que implica un determinado tipo de relaciones mediadas por dinero y roles creado en el capitalismo. No queremos mantener esta no-vida. Queremos participar de nuestra vida completamente; decidir directamente con nuestros vecinos, compañeros, amigos, lo que queremos y lo que no; no estar a merced de la subida de tipos de interés o de la deuda hipotecaria o la subida de precios, conceptos estos que dependen de un rumor económico en la otra parte del mundo o un movimiento promovido por alguna empresa o Estado. No queremos ni necesitamos ser gestionados!!

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