'Una sociedad que ha abolido la aventura convierte la abolición de esta sociedad en la única aventura posible'

lunes, 12 de septiembre de 2011

Fragmento del 'Llamamiento'

La política para ellos (la izquierda, nota del blog) es lo que se juega, se dice, se hace, se decide entre los hombres. La asamblea que los reúne a todos, que reúne a todos los seres humanos abstraídos de
sus respectivos mundos, conforma la circunstancia política ideal. La economía, la esfera
económica, se deriva lógicamente como una necesaria e imposible gestión de todo
aquello que ha sido dejado a las puertas de la asamblea, de todo aquello que ha sido
constituido, por tanto, como no-político y que en eso deviene consecuentemente: familia,
negocios, vida privada, tiempo libre, pasiones, cultura, etc.

Es así como la definición clásica de la política propaga el desierto: abstrayendo a los
humanos de su mundo, desconectándolos de la red de las cosas, los hábitos, las
palabras, los fetiches, los afectos, el tiempo libre, las solidaridades que constituyen su
mundo. Su mundo sensible. Y que les da su propia consistencia.

La política clásica es la gloriosa puesta en escena de los cuerpos sin mundo. Pero la
asamblea teatral de las individualidades políticas disfraza mal el desierto en que consiste.
No existe sociedad humana separada del resto de los seres. Existe una pluralidad de
mundos. De mundos que son tanto más reales en cuanto que son compartidos. En tanto
que coexisten. La política, en realidad, es, por encima de todo, un juego entre los
diferentes mundos, la alianza entre los que son compatibles y la confrontación entre los
que son irreconciliables.

Así mismo, defendemos que el hecho político central de los últimos treinta años pasó
desapercibido. Porque tuvo lugar en un estrato tan profundo de lo real que no pudo ser
considerado “político” sin que eso implicase una revolución en la propia noción de
política. Porque, a fin de cuentas, ese estrato de lo real es también aquel en donde se
construye la división entre lo que es considerado como real y lo que no. Ese hecho
central es el triunfo del liberalismo existencial. El hecho de que admitamos, de ahora en
adelante, como natural una relación con el mundo fundada sobre la idea de que cada
uno tiene su vida. Que esta consiste en una serie de elecciones, buenas o malas. Que
cada uno se define por una amalgama de cualidades, de propiedades, que hacen de uno
mismo, por su ponderación variable, un ser único e insustituible. Que el contrato resume
adecuadamente la relación de compromiso entre los seres y el respeto, toda virtud. Que
el lenguaje es sólo un medio de entenderse. Que cada persona es un mi-yo entre los
otros mi-yoes. Que el mundo realmente se compone, por un lado, de cosas a gestionar y
por otro, de un océano de mi-yoes. Que tienen, además, una infeliz tendencia a
transformarse en cosas a fuerza de dejarse gestionar.

Evidentemente, el cinismo no es más que una de las caras posibles en el infinito cuadro
clínico del liberalismo existencial: la depresión, la apatía, la deficiencia inmunitaria – todo
el sistema inmunitario es, de entrada, colectivo – la mala fe, la persecución judicial, la
insatisfacción crónica, el vínculo denegado, el aislamiento, las ilusiones de ciudadanía o
la pérdida de toda generosidad, también se incluyen en él.

[...]

La victoria se alcanza cada vez que un militante, al final de una jornada de “trabajo político”, se abandona ante una película de acción.

Descarga del 'Llamamiento'.

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