Dejo un artículo extraído del último número (48) de la revista Etcétera que revisa la situación socioeconómica de Portugal de forma reveladora cuanto al papel de la deuda y los intereses económicos y sus repercusiones a nivel político, laboral y en definitiva de la vida cotiadiana. Que no se hable en exceso en los medios de comunicación del estado español de la situación portuguesa, no quiere decir que no pasen cosas. Es más, posiblemente, pasan demasiadas cosas significativas.
Algunas semanas antes de la caída del gobierno, el primer ministro socialista, Sócrates, rebajó el porcentaje del IVA de los terrenos de golf del 23% al 6%. Ante la perplejidad general, lo justificó afirmando que este sector turístico permitiría a Portugal superar la crisis…Y más… Dos días antes de que el país solicitara la ayuda financiera a Bruselas, los alcaldes de dos grandes ciudades, Porto y Faro, anunciaron que, en adelante, los comedores escolares permanecerían abiertos durante las vacaciones escolares para que los niños puedan tomar, al menos, una comida al día. Es preciso señalar que el área urbana de Porto, segunda ciudad del país, concentra las dos terceras partes de la pobreza extrema y la mayoría de los que perciben la renta mínima de inserción en Portugal. Respecto a Faro, la gran ciudad de la zona turística del Algarbe, su tasa de desempleo está por encima de la media nacional (oficialmente del 11%). Son dos anécdotas que muestran, a la vez, la arrogancia de la clase política y el empobrecimiento general de la sociedad.
Diez años después de haber sido calificado como “alumno ejemplar de la integración europea”, la “caída” de Portugal pasa a ocupar la primera página de todos los periódicos. Los medios de comunicación descubren, por un lado la pobreza, las desigualdades sociales y, por otro, los gastos ostentosos de la burguesía, principalmente de los “nuevos ricos” favorecidos por esta “integración”. Viendo las autopistas y los centros comerciales en los que los grandes grupos de distribución alemanes, franceses o españoles exponen sus mercancías bajo la ávida mirada de una población con poco poder adquisitivo pero con fácil acceso al crédito, el europeo que iba de visita, acabó creyendo que Portugal era un país europeo moderno mientras el pueblo portugués no sabía en qué situación estaba… Está claro que el capitalismo es un sistema de clases fundado en la desigualdad social, y Portugal no es una excepción. Como tampoco escapa a las consecuencias del período neoliberal caracterizado por un amplio desplazamiento de las ganancias hacia el capital. A no ser que la evolución hacia una sociedad de “dos velocidades” se incruste aquí sobre una pobreza ancestral.
Algunas cifras nos van a acercar a la realidad. El salario medio en Portugal es de unos 1.000 euros, aunque en las regiones pobres del país puede reducirse a la mitad. De una población de diez millones de habitantes, más de dos millones son jubilados, de los cuales sólo un 10% cobran pensiones superiores a los 1.500 euros mientras que la pensión media es de 380 euros. Otro millón trescientas mil personas vive únicamente con los 189 euros de la pensión mínima. Finalmente, cerca de un millón de personas, principalmente jóvenes, trabajan con contratos precarios –los famosos “recibos verdes” (situación parecida a nuestro estatuto de trabajador autónomo)– en los que ellos mismos deben hacer frente a las cargas sociales. La tasa de pobreza está en aumento desde hace algunos años. Según las organizaciones caritativas, las peticiones de ayuda han crecido un 40% sólo en los dos primeros meses de 2011. Los comedores populares están desbordados. En Portugal, tradicional país de emigración, son muchos los que toman el camino del exilio. A partir del año 2000, la tasa de emigración se ha acercado a la de los años 60 del pasado siglo y, cada mes, un promedio de mil parados dejan el país y se les borra de las listas de desempleo.
En la actualidad, el Estado Portugués está fuertemente endeudado y carece de medios para continuar endeudándose a una tasa de interés astronómica, para poder pagar los intereses de dicha deuda. Es por esta razón por la que acaba de ser colocado bajo el control directo de Bruselas. Antes de intentar descifrar el discurso que subyace en el nuevo lenguaje económico sobre la deuda, es preciso fijarnos en el proceso que condujo a esta situación.
Portugal es un caso paradigmático de la “integración europea”. Las sociedades pobres de la periferia han sido víctimas del pillaje de las empresas y de los bancos de los grandes centros capitalistas de Europa. Se ha destruido la, hasta hace poco, débil economía local. La agricultura y la pesca, que proporcionaban una mínima y precaria supervivencia a la población, han prácticamente desaparecido. Los bajos salarios atrajeron, durante algunos años, a industrias de fuerte concentración de mano de obra poco cualificada hasta que se produjo la adhesión de los países de la Europa del Este. A día de hoy se mantienen unas pocas empresas modernas y algunas sociedades subcontratistas de grandes multinacionales, pero afectadas todas por la crisis mundial y la baja rentabilidad. El tejido social es casi inexistente. Sólo en la región urbana de Oporto, cierran diariamente unos cincuenta comercios o empresas pequeñas. En algunas calles del centro histórico de la ciudad han cerrado la mitad de los comercios y un edificio de cada tres está abandonado o amenaza ruina. Durante el año 2010 se han destruido 40.000 empleos en el sector del comercio en el conjunto del país, en beneficio de la gran distribución, controlada por los grandes grupos europeos. Respecto al sector agrícola, el éxodo, el abandono del campo, la especulación inmobiliaria para el turismo y las ayudas europeas para el abandono de cultivos, han llevado al hundimiento de la producción. País tradicionalmente agrícola, Portugal importa, en la actualidad, una tercera parte de sus necesidades alimenticias.
Volvamos ahora al timo que se esconde detrás del discurso sobre la deuda. Nos referimos exclusivamente a la deuda pública, dejando de lado la deuda privada. Lo que ha dado en llamarse “ayuda” de Bruselas o del FMI no es otra cosa que una continuidad en la concesión de préstamos a unos intereses muy poco inferiores a los del mercado financiero privado pero, eso sí, condicionados a la aplicación de medidas de austeridad más agresivas. En realidad, esta ayuda supone una ayuda al sector bancario europeo que verá así asegurado el cobro de los intereses de la deuda. Solo para el año 2011, el Estado portugués deberá pedir préstamos por valor de 39 mil millones de euros de los cuales 32 corresponden a los intereses y a la amortización de la deuda. Los bancos europeos están muy implicados en este mecanismo. De los 380 mil millones de euros prestados a los gobiernos, portugués, irlandés, griego y español, 264 los aportaron bancos ajenos a la zona europea. En el caso portugués, es la banca española la que se está más “expuesta”. Esto conlleva que, con el único objetivo de pagar los intereses de la deuda actual se continúa aumentando el importe de la misma deuda…mecanismo “bola de nieve” de la que ningún estado puede librarse a no ser que se declare en quiebra o se niegue a pagar. De hecho, lo que realmente interesa más a los bancos es el cobro de los intereses, ya que, saben, difícilmente se cobrará la deuda. Esta situación parece confirmarse en el caso griego.
Además de garantizar el cobro de la deuda, el estado debe hacer frente a la financiación de sus propios servicios y a otros gastos. Entre los gastos llamados “de inversión” se hallan los de “relanzamiento”, según la buena lógica keynesiana, de los que se supone serán el origen de la recuperación económica. Otorgando dinero a las grandes empresas europeas de infraestructuras públicas y a unos pocos subcontratistas, estos gastos a penas inciden en la creación de empleo. Es el caso del proyecto de la línea de alta velocidad Lisboa-Madrid cuya concreción se va dejando a medida que pasan los días…
Dado que la presión del sector financiero internacional no deja lugar para escamotear el pago de la deuda es, pues, el presupuesto del Estado el que debe pagar las consecuencias, desde la educación a la sanidad.
En Portugal, como en todas partes, las medidas de rigor obedecen a una misma lógica capitalista. Lo que se pretende es la drástica disminución de los salarios. Para los economistas que tiran de las cuerdas de las marionetas de la clase política, el actual problema de competitividad del capital reside en el coste del trabajo que hay que disminuir para animar a la inversión privada y, al mismo tiempo, favorecer el relanzamiento económico. Este argumento no se aguanta bajo ningún concepto en una sociedad como la portuguesa en la que la pobreza social es estructural y la precariedad del trabajo, una de las más altas de Europa y en la que la disminución de la parte correspondiente a los salarios en la riqueza producida empezó mucho antes que la crisis. Después de haber empobrecido a los trabajadores de la industria, los planes de austeridad del gobierno socialista portugués lograron disminuir el nivel de vida de las clases medias: funcionarios, profesores, etc. –encendiendo la chispa de la revuelta en sectores tradicionalmente pacíficos.
A principios de abril, los media se prodigaron hasta la saciedad en la noticia de la inestabilidad política ofreciendo un relato politiquero como si pasara por encima de la cabeza de los simples sujetos. Era absolutamente falso ya que esta crisis política –la caída del gobierno– vino provocada por una crisis social que no es de ahora sino que estuvo precedida por una enorme cantidad de huelgas, algunas generales, y por imponentes manifestaciones en la calle. Para los sindicatos –entre los que domina la CGTP, controlado por el partido comunista e implantado principalmente en el sector público– estas jornadas de acción se organizaron principalmente con la finalidad de canalizar el descontento hacia la vía de la negociación.
La realidad demuestra que la participación en las huelgas está siendo masiva y combativa. El caso más significativo nos lo ofrece un conflicto “muy duro” protagonizado por los profesores de secundaria –contra la destrucción de su estatus y la degradación programada de las condiciones de enseñanza– que lleva ya dos años. Teatro de enfrentamientos con la policía, la última jornada de huelga general del 24 de noviembre de 2010 movilizó a los sectores público y privado y se asistió –por primera vez desde los años de la revolución portuguesa– a la formación de piquetes de huelga, a intentos de ocupación y a llamadas a la continuidad del movimiento.
A finales de 2010, algunos indicios indicaban que el nivel de descontento había subido de tono. En primer lugar, la presencia de pequeños grupos con una posición claramente anticapitalista en las manifestaciones, expresaba una radicalización de la juventud precaria hasta el punto que el servicio de orden de la CGTP tuvo que intervenir a menudo para impedir la “contaminación” de sus representaciones en algunas de las cuales los trabajadores aprobaban las proclamas revolucionarias de los jóvenes. Más tarde sucedió el “caso Deolinda” que, inmediatamente, pasó a ser un “asunto nacional”. Este célebre grupo de rock compuso, a principios de 2011, una canción que llevaba el provocador título de “Parva que sou” (¡Qué imbécil soy!) y clamaba: “Pertenezco a una generación resignada / He visto en la tele a gente que se porta peor que yo/ Soy de la generación que no soporta nada más / Esta situación ya dura demasiado / y como no soy imbécil / me digo / Qué mundo más imbécil / en el que hay que estudiar para ser esclavo.”
Los conciertos del grupo se transformaban en mítines, la gente de la sala aplaudía en pié levantando el puño. Difundida por You Tube, la canción –que no hacía más que constatar la situación– tomó una dimensión política y se convirtió en el emblema de la “generación precaria”. Los intelectuales organizaron debates, los políticos se inquietaron, los media se apasionaron y el grupo triunfó aunque se defiendió diciendo que no hacen política. Algunas semanas más tarde, Os homens da luta (Los hombres en lucha), un mediocre grupo de música popular que parodia las canciones del período revolucionario (1974-75) fue votado por los espectadores para representar Portugal en el festival de Eurovisión. ¡Hecho que dejó consternados a los mismísimos intelectuales!
Finalmente, el 12 de marzo de 2011 se pasó bruscamente del espectáculo y la poesía de mal gusto a la realidad. Un llamamiento a la manifestación lanzado desde las redes sociales por un grupo de jóvenes autodenominados Geraçao à rasca (Generación en apuros, o Generación precaria) logró sacar a la calle a una multitud de gente en las principales ciudades del país: 300.000 personas en Lisboa, 100.000 en Oporto y 6.000 en Faro. Una multitud que congregaba a varias generaciones, a clases populares y a clases medias codeándose en un ambiente de “buen rollo”, patriotas que enarbolaban la bandera, punks, comunistas, anarquistas, gente que llevaba en la mano y con orgullo un tomo de la Constitución u otros que llevaban “gadgets” que recordaban la “Revolución de los claveles”. Todos al margen de los partidos y de los sindicatos. Muchos de los eslóganes proclamaban una crítica radical de la sociedad: “Ni economía, ni trabajo… iros a la mierda!” “Otra crisis es posible”. Dos ideas dominaban, en primer lugar el rechazo a la clase política en su conjunto y, en segundo, la reivindicación de una autonomía en la acción: “El pueblo unido no necesita partidos.” Reaparece la palabra “apartidismo” (sin partido), fruto de una misteriosa labor de la memoria oculta, acuñada durante la Revolución de los Claveles.
Durante la movilización del 12 de marzo del 2011 se hicieron más referencias a las revueltas tunecina y egipcia que a la griega. En una pancarta de primera fila, podía leerse en portugués y en árabe: “¡Basta!” Como si se pudiera asimilar la podredumbre de la democracia política. A una nueva dictadura, de cuyo clima asfixiante deberíamos liberarnos. De igual manera pueden interpretarse las alusiones a la Revolución de 1974 como constatación del fracaso de un movimiento emancipador. Proyecto mitificado y poco definido para los jóvenes actuales, pero más presente, sin embargo, en el imaginario social de lo que uno podría suponer. El eslogan del llamamiento a una segunda manifestación el 25 de abril de 2011 es, bajo este punto de vista, todavía más explícito: “¡El 25 de abril en apuros (a rasca)!”.
Si esta primera manifestación condiciona, de momento, el futuro del gobierno socialista, es, sin embargo, la expresión del descrédito de la totalidad de la clase política. Los exabruptos más o menos insultantes de los políticos estigmatizando el supuesto nihilismo de los jóvenes, cae por los suelos cuando se les confronta a la experiencia concreta. Después de treinta y seis años, la confianza en la democracia parlamentaria se ha esfumado, se detesta a los políticos a la vez que se les considera unos ladrones. El Partido Socialista Portugués tiene una gran responsabilidad en la formación de esta imagen. Su nomenclatura es una especie de clan de aves de rapiña, de nuevos ricos y de gente de negocios, un pulpo mafioso atento a todo lo que pueda ser susceptible de generar beneficios o privilegios; invierte en los sectores financieros inmobiliarios y especulativos, coloca amigos, familiares y conocidos en los puestos más lucrativos. La población odia a los ministros y notables socialistas. Raros son los que no se ven implicados en turbios asuntos que la mayoría de las veces quedan impunes.
Portugal es el primer país de Europa en el que un gobierno de izquierdas, socialista, se ve abocado a abandonar el poder ante el aumento del descontento social provocado por las medidas de austeridad.
Es también un buen ejemplo de cómo la crisis desestabiliza la clase política. Mientras el descrédito del sistema parlamentario es enorme, los partidos se ven obligados a enfrentarse a su propio electorado. El Partido Socialista Portugués lo ha hecho de manera prudente. Las medidas de austeridad dirigidas al sector público en Portugal han sido, de entrada, inferiores a las tomadas por Grecia o Irlanda: reducción de un 5% de los salarios que superen los 1.500€ mensuales, manteniendo las dos pagas extras. En la medida que le ha sido posible, el PS ha cuidado a su electorado mientras no dudaba en atacar de manera violenta a los trabajadores más desfavorecidos. Se han reducido a una tercera parte las indemnizaciones por despido a la vez que se han limitado las prestaciones sociales que ya eran miserables. Al implantar unos nuevos criterios de cálculo en las condiciones para tener acceso a la pensión mínima, el gobierno borró de golpe, de la lista de beneficiarios a treinta mil familias en un año.
Justo cuando acababan de dejar la dirección de los asuntos del país, los socialistas encontraron su nuevo eslogan electoral. “¡Defender Portugal!” –demagogia nacionalista que esconde las defensa de sus intereses mafiosos y los lazos que les unen a los sectores financieros e industriales locales e internacionales que podrían verse perjudicados por la intervención del FMI. Es más, los planes de austeridad socialistas obedecían a la misma lógica que los que están por venir: bajada de salarios, disminución del gasto social, estrechamiento del marco jurídico del mercado de trabajo, protección de las grandes rentas y de la clase capitalista. A la espera de la llegada del FMI, el Partido Socialista Portugués ha asumido valientemente su función de salvaguarda del sistema. Como ya hizo en unas circunstancias aún más difíciles, en 1975 cuando tuvo que imponer militarmente, y con el apoyo de los Estados Unidos, el retorno al orden capitalista.
Después de estos tres planes anteriores, el partido parecía estar en una situación incómoda para continuar el trabajo sucio. Urgía lavarle la cara a la clase política aunque todos son conscientes de que sus sucesores, salidos del Partido Socialdemócrata de derechas, son clones de los socialistas. ¿Acaso Bruselas –donde ya se decide siempre todo– no exige, como condición para la “ayuda”, el total acuerdo de la clase política local en la aplicación de las medidas de austeridad. Hecho que no va a solucionar el descrédito de lo político sino más bien corre el riesgo de ensanchar todavía más el espacio de la protesta social.
El contagio de la actitud islandesa – rechazo del pago de la deuda – en países como Portugal, Grecia, Irlanda y también España podría provocar el hundimiento del sistema monetario europeo. El derrumbe de las periferias acarrearía el de los centros capitalistas europeos y crearía, en última instancia, una situación social unificada en Europa. Ante este panorama podemos observar en cada país un repliegue xenófobo como ha sucedido en Finlandia con unas consecuencias sociales todavía más devastadoras. “¡Es la política de lo peor!” exclamarán los talibanes del “Capitalismo de un solo horizonte posible”. Pero lo que realmente es la política de lo peor para la mayoría de la población es la situación actual, tanto en Portugal como en toda Europa
En el curso de las recientes manifestaciones antinucleares de Berlín como consecuencia del crimen capitalista de Fukishima, ha habido un eslogan con mucho éxito: “Nuestras centrales nucleares son tan seguras como nuestras pensiones de jubilación.” Parafraseando estas sabias palabras podríamos decir que “el control de la economía capitalista es igual de seguro que el de la ciencia sobre lo nuclear.”
Debemos ser conscientes de la situación real, debemos abandonar los fundamentos envenenados de la economía y desarrollar prácticas autónomas de organización de la sociedad por los propios interesados. El capitalismo es un sistema peligroso y las consecuencias de su crisis deberían llevarnos a esta conclusión. La espera y la resignación no nos confieren seguridad, son más bien un peligro.
Charles Reeve, abril 2011
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