De un tiempo a esta parte se están dando importantes cambios a escala global que van a cambiar situaciones venideras. Hacerse consciente del carácter relacionado de tales acontecimientos, para de esta forma poder tomar partido es parte de la vida. Si es que queremos vivirla. La alternativa de sentarse a ver la TV, asistir a espectáculos culturales repetitivos, salir de compras o ir a la montaña para ver como el Estado-Capital mantiene una pequeña porción de naturaleza comercializada, nada tienen que ver con existir y formar parte de la historia. Distraen, eso sí. Porque sucede que distraerse de lo que pasa a nuestro alrededor se ha vuelto una necesidad. Y esa sí, el Estado-Capital nos la va a intentar satisfacer. Al menos mientras dure la mercancía con que nos camelen, y aunque ese tiempo cada vez es menos duradero y menos satisfactorio. Lo saben bien los chavales que practican vandalismo cada vez que salen de juerga o esos asténicos que se retiran de la vida y hacen del suicidio una forma de vida.
Los cambios de los que hablaba van desde las crisis financieras en todo el globo (empezando por Latinoamérica y continuando por EEUU y Europa), las guerras de reciente inicio en las que han tomado partido activo países occidentales de forma explícita (Afganistán, Irak, Libia) o los movimientos por la libertad de los países árabes (Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Siria…). Estos cambios tienen relación con la reestructuración económica de países occidentales que, acuciados por los problemas de solvencia económica, están flexibilizando las condiciones de los trabajadores (disminución de salarios, aumento de horas de trabajo, reducción de plantilla…), mercantilizando esferas todavía no completamente afectadas (como salud, enseñanza o sistema de asistencia social), modificando leyes para permitir una mayor facilidad de movimientos para las empresas, asegurando las fronteras para evitar que vengan más inmigrantes (a pesar de que no hace muchos años se facilitaba su entrada para disminuir las condiciones de los trabajadores autóctonos), etc.
Pero lo que uno se pregunta ante toda esta avalancha de información tan lejana de lo cotidianamente vivido es ¿cómo nos afecta esto en nuestra vida cotidiana? ¿qué cambios vemos a nuestro alrededor? Desde estas preguntas podremos luego pensar sobre qué podemos hacer y qué limitaciones encontramos para hacerlo.
En este tiempo hemos podido ver que el discurso de la crisis económica está justificando un montón de medidas que en otro contexto posiblemente hubieran tenido más resistencias a aceptarse. Todas se están justificando desde este presupuesto. No creo que entrar a analizar términos de Economía sea lo interesante aquí. Ese es su juego, es su razón, no la nuestra. Aunque nos influya. Lo más visible es el desmantelamiento de los pilares básicos del estado del bienestar (sistema de pensiones, sanidad, educación y prestaciones sociales), cierre de empresas, despidos, reducciones de plantillas, resignación de muchos trabajadores que ven empeoradas sus condiciones, aumento del papel sindical (mendigando mantener algunos de esos derechos), propaganda estatal continua sobre la necesidad de sacrificarnos por la Economía, aumento de conflictos laborales parciales (empresas concretas, gremios, sectores), etc. Las conversaciones cotidianas toman el cariz de lo mal que está todo, de la necesidad de mantener un empleo cueste lo que cueste. Algunos culpan a la inmigración de no encontrar trabajo (como siempre ha pasado). Otros creen que separándose en otro Estado estarían mejor… Adoptar una postura de resignación no hace otra cosa que debilitar nuestra voluntad y llevarnos a la depresión clínica. No en vano es la época de la depresión. Cuando no se toma una postura activa, todo lo que ocurre es interpretado como fruto del azar, de causas naturales, de contingencias económicas incontroladas. En definitiva, de agentes externos a nuestro control. Los que detentan el poder de decisión sobre la formación de las condiciones del juego alimentan ese estado. Siempre saldrán beneficiados si la cuestión es aguantar sea como sea y si hay un ejército de parados esperando cubrir el puesto del próximo masticado y escupido por el Sistema. Una vez el individualismo se ha establecido como patrón de relación, la solidaridad queda relegada a la esfera de la mercancía (las ONG’s son un claro ejemplo). No siempre, por suerte. Pero lo cierto es que la Historia la hacemos Nosotros, con nuestras acciones y con nuestras omisiones y delegaciones. No tomar conciencia de ello es delegar el poder a cualquier otro.
Así que, en espera de generar nuevos lazos de solidaridad modificando activamente los valores dominantes con nuestras acciones y relaciones, nos queda apelar a la responsabilidad individual del papel que nos toca jugar en todo esto. Ver el panorama, situarnos en él sin esperar a mejores tiempos (puesto que esta es la época que nos toca vivir), analizar las situaciones y actuar. Cuando hablo de actuar no me refiero a la Gran Acción. Hablo del día a día. Hablo de tomar partido en cada momento. En el trabajo, en la calle, frente a las instituciones, en el trato con los amigos, con los vecinos… Conflictos ahora mismo están habiendo muchos a nuestro alrededor. Todos tenemos nuestras opiniones sobre ellos. Pero las opiniones no sirven para nada más que para alimentar la sensación de vivir en libertad de expresión. Es la acción la que siempre es punible, porque es la acción la que modifica la Historia. No obedecer determinadas órdenes en el trabajo, tratar de organizarse con otros para impedir determinadas acciones del Estado (por ejemplo el cierre de plantas de hospitales o de fábricas y tomar las riendas del propio lugar de trabajo, impedir deshaucios…), no colaborar con la autoridad en absolutamente nada, no pagar por las mercancías, robar, no hacer concesiones a los chivatos, fascistas, racistas, explotadores y demás escoria que pulula con impunidad entre nosotros, enfrentarse con el que defiende un régimen social que permite que unos se gasten dinero en zapatos de lujo mientras otros no tienen para el agua (y en esto los políticos que elaboran leyes, los policías que las defienden, los jueces que castigan si no las cumples, los periodistas que alaban el sistema y ocultan informaciones que desacreditan este funcionamiento déspota, los gestores de todo pelaje que hacen de correa de transmisión del orden establecido, se llevan la palma; pero no hay que olvidarse de todos los ‘buenos’ ciudadanos que sostienen la democracia parlamentaria gracias al beneplácito que otorgan cada pocos años al ir a votar o los funcionarios que con sus acciones diarias facilitan el cumplimiento de lo establecido por el Poder; unos con más culpa que otros, pero todos necesarios para el correcto funcionamiento social actual). Todo esto rompe la armonía, acaba con el buenrollismo. Un buenrollismo sustentado sobre la injusticia, sobre la libertad entendida como se entiende desde el liberalismo, como libertad hasta donde empieza la libertad del otro (valiente estupidez). Asesinar la paz de los cementerios, decían algunos hace unos años. En cuanto se ponen las cartas encima de la mesa y se empieza a actuar, se rompe el consenso, la gente se polariza, se sitúa, los disfraces caen y se ve de qué lado está cada uno. Todo esto cada vez es más necesario, y cada vez lo percibimos como más lejano, porque Las Grandes Acciones han sustituido a los actos cotidianos que hacemos cada día. Nos preguntamos qué hacer ante todo lo que vemos en la tele, sin preguntarnos qué papel jugamos nosotros en nuestra cotidianidad en el mantenimiento de eso mismo que criticamos o que vemos mal. Pero primero de todo debemos asumir que nuestro posicionamiento activo, nuestro llevar a la práctica lo que pensamos, nos va a conducir a lo inesperado, a la intemperie de lo desconocido. No nos va a llevar a la felicidad perpetua, nos llevará a nuestra propia autenticidad, a la auténtica vida vivida, a la angustia de lo inesperado, lo no previsto de antemano. Heidegger lo comprendió hace casi un siglo. No habrá facilidades. Encontraremos obstáculos más cerca de lo que pensamos. Porque la autoridad se viste de muchas formas. De familia, de compañerismo, de amistad, de camaradería, de amor también. Y para ser libre será necesario liberarse, ser capaz de mantener una voluntad de poder.
Para acabar me gustaría recordar que hoy, igual que en los años 20 y 30 del siglo pasado nos encontramos en una fase convulsa de la historia. Muchas son las cosas que nos separan de aquellos tiempos, pero también otras las que nos acercan. Entonces, como hoy, la patronal y los empresarios apretaban las tuercas a los trabajadores. Incluso los mataban a tiros. Las respuestas, que fueron muchas, hubieron de incluir grupos armados como ‘Los solidarios’, que ejercían la violencia para defender los intereses propios de los trabajadores. Desde asesinatos de empresarios hasta atracos a bancos. A casi 100 años, y a pesar de que la sociedad se ha policializado y la solidaridad casi ha desaparecido, algunos han entendido que es necesario tomar partido y han tomado la decisión de hacerlo hasta las últimas consecuencias. Así, vemos que en un país como Grecia, donde la economía se derrumba y las clases dirigentes reestructuran todo a su medida para seguir manejando el chiringuito a su antojo, algunos han decidido hacer saber a nuestros enemigos que sus acciones no salen gratis. No es sólo cuestión de armarse, es cuestión de posicionarse firmemente y contra todo lo que nos oprime. Tomar las armas es un método, a veces una necesidad, pero no el único.
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