El desarrollo del capitalismo ha traído consigo cambios decisivos en lo que, entre otras cosas, a las relaciones humanas y los valores se refieren. No es el objetivo de este texto el analizarlo en su totalidad (harían falta muchos libros y capacidad para hacerlo, y aún así no acabaría), pero vale la pena echar un vistazo a algunos fenómenos que no dejan de estar bien presentes en nuestras vidas y que con frecuencia suelen emerger para nuestro asombro. Por ejemplo cuando vemos una peli del primer tercio de siglo y experimentamos extrañeza e irrealidad respecto a lo que los personajes piensan, sienten y actúan. Hacen cosas que no haríamos, tienen una serie de valores cada vez menos en boga (honestidad, honor, solidaridad, tenacidad, son algunos típicos). En cambio éstos han mutado a valores de cambio continuo, fluidez y superficialidad relacional, egocentrismo y egotismo, parcialidad, mutabilidad caracterial…. Como afirma Z. Bauman se ha pasado de la modernidad sólida a la líquida, por decir. Las antiguas estructuras rígidas se convierten en estructuras descentralizadas y en red. Se puede ejemplificar en los mecanismos de control también (evolución del panóptico). Pero la característica sobre la que interesa reflexionar es la de la muerte del espacio público y su sustitución por el privado.
El capitalismo tardío ha conseguido casi erradicar el espacio público. Y no me refiero sólo al espacio, en su sentido más literal, sino en el espacio del debate público (quizás una excepción sea internet, cuestión que también da para analizar largamente y que no entraré ahora). Cada vez más la tendencia general es a privatizar las experiencias, a comentarlas con lxs más allegadxs (y con frecuencia ni eso). Además el discurso del poder ha ido ganando terreno gracias al desarrollo de los medios tecnológicos y la concentración de los medios de comunicación en pocas manos. De esta forma lo que antes eran problemas sociales, públicos, se han ido transformando en problemas individuales, privados. Donde se apoyaba al parado, al pobre, al extranjero, al enfermo, ahora se le increpa y se le culpa. Por no ser capaz de haberse formado bien, o de no venderse bien en las entrevistas de trabajo, o no ser capaz de encontrar trabajo, o no haberse cuidado bien… Somos responsables de todo lo que nos pasa. No es sorpresa que sea la época de la depresión clínica, pues una sociedad que sólo hace que internalizar los problemas no puede llevar a otro lugar más que al psiquiatra o al psicólogo. La frase de Thatcher que rubrica este cambio es la de ‘no existe la sociedad’.
Es así que el Poder utiliza estos valores dominantes (y son dominantes porque se han encargado de que lo sean) para fomentar su Dominio. Un ejemplo concreto de ello es el de la privatización progresiva de la sanidad. El mecanismo fundamental que están utilizando es el de deteriorar la atención pública y fomentar el paso a la privada. Y esto se hace de diversas formas. La cuestión central es que la pública va quedando con unas prestaciones limitadas y la atención que exceda estas limitaciones debe dirigirse al circuito de pago. Así se consigue mantener una sanidad de beneficencia y una de pago, para el que se lo pueda permitir. Si esto es posible es, en parte, por lo que hemos dicho más arriba. Se dan las condiciones sociales para que una buena parte de la gente no vea un problema en empeorar las condiciones generales sanitarias mientras puedan mantener su estatus pagándolo. A esto se le llama insolidaridad y egoísmo. ¿Si yo pago una mutua, para que tengo que pagar la Seguridad Social? ¿para lxs que no trabajan? ¿para lxs sin papeles o lxs sintecho?
El problema es que la mayor parte de gente, en un momento u otro, va a pasar por eso que se ve lejano, caerá del otro lado de la línea imaginaria de separación. En cualquier momento se puede ser paradx, sintecho, endeudadx, inmigrante, enfermx. Cada unx de nosotrxs es el otro. Y la solidaridad pasa por asumirlo.
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