'Una sociedad que ha abolido la aventura convierte la abolición de esta sociedad en la única aventura posible'

viernes, 17 de febrero de 2012

Que no nos lleven al huerto…


El capitalismo de Estado continúa siendo capitalismo

¿Quién cree que el gobierno modificará su actuar con unas luchas que no atacan de raíz el problema del capitalismo? Que no se plantean las relaciones laborales como impuestas por el capital y el Estado, y que sólo quieren gestionar lo mejor posible lo que quieren que gestionemos. ¿Quién, si no la socialdemocracia, se afana por pedir más impuestos y más control en el trabajo para mantener el sistema de explotación que teníamos hasta ahora? ¿Quién piensa que haciendo huelguitas parciales o limitadas a ‘huelgas de ordenador’ (!?!), para no afectar a los usuarios, o haciendo entierros de la sanidad (ya van unos cuantos) se podrá cambiar algo del panorama actual?
No entender lo que significa el capitalismo y sus crisis nos lleva a entender estos recortes, que se están dando a nivel internacional, como si fuesen impuestos por la voluntad de un único partido político o de una personalidad cualquiera dentro del sistema. Pero, si bien hay mejores y peores a la hora de venderlos, vemos que dentro de los parámetros económicos es una de las formas de salvar la economía capitalista. Ahora más que nunca vemos el núcleo del capitalismo, la necesidad de valorización continua del capital. Y por tanto los sectores que no lo reproducen como los servicios, que el Estado ha ido desarrollando durante la época de bonanza y que han conformado el llamado ‘Estado de Bienestar’, se han acabado pues dependen de los sectores productivos en crisis por mucho tiempo. Ya no hay suficiente margen para mantenerlos si no es justamente contra el Estado y el capital. ¿O sí? Todavía podemos encomendarnos a la intensificación de la explotación representada por la izquierda del capital.
Hasta que no entendamos que la economía como esfera absoluta separada de la política es la base que fundamenta la sociedad actual, desde todas las medidas del Estado (legislativas, policiales, sociales, etc) hasta las relaciones entre todas las personas que conviven mediante el dinero y los roles que el capital nos asigna a cada uno, nuestras acciones serán fácilmente asumidas y recuperadas para volverse en nuestra contra. Así intensificaremos la explotación y el empeoramiento de las condiciones de miseria existencial actual si pedimos más impuestos, más racionalización de los procesos, más control del trabajo asalariado, más control de las bajas laborales, sin cuestionar el trabajo asalariado como fundamento de la economía capitalista en tanto es el único que da valor a la mercancía, el Estado como estructura organizativa que dispone los mecanismos de gestión de la sociedad fundamentalmente en base a las categorías económicas, el dinero como medio de relación en nuestra sociedad o la tecnología como herramienta para someter la calidad de la asistencia a la cantidad, ya sea obligando a introducir datos para controlar mejor (los objetivos dependen de los datos y los objetivos son dinero), visitando telemáticamente para acelerar las consultas con la pérdida relacional y clínica obvia que comporta o controlando los datos de los usuarios que tarde o temprano tendrán que pagar informes, consultas y tratamientos que con una tarjeta sanitaria electrónica ligada a la cuenta bancaria se cobrará directamente sin el permiso previo.

Ante el poder la reivindicación es infinita

Las críticas que no afectan la esencia de la economía capitalista la acaban reforzando. Y esto quiere decir empeorar la situación general. En nuestro territorio y fuera de este; la cadena de la explotación hace tiempo que es global. Reivindicar más control, más trasparencia, más participación ciudadana de las instituciones democráticas, más apoyo de los medios de información, sin asumir el papel de éstos en el desarrollo de lo que ahora tenemos y que estamos criticando, es reforzar implícitamente las instituciones estatales e internacionales, y por tanto el capitalismo.
Típicamente estas críticas se identifican por algunos rasgos comunes: el énfasis en la concienciación (si se da un cambio de conciencia de la situación se dará el cambio efectivo necesario) que se valora más por la cantidad de gente que ‘se conciencia’ que por la calidad del hecho y la determinación que comportaría; la movilización masiva para presionar a los poderes vigentes, legitimándolos por un lado mientras se quejan por el otro para corregirlos (dando por supuesta la benevolencia y controlabilidad de un ente más cerca de Dios que de los asuntos humanos, como ejemplifica la llamada Razón de Estado); y la repulsa abstracta de la violencia como medio para conseguir modificar las relaciones de poder inscritas en la sociedad capitalista.
Así, consciente o inconscientemente, detrás de este discurso está la creencia en los partidos políticos, en los mediadores, en la representación, en la democracia (aunque más controlada; ¿por cuáles controladores?!), en la ideología de cariz socialdemócrata. Aquellos que continúan clamando por un mejor gobierno o un capitalismo más ético, más social, o se engañan o nos engañan (si nos dejamos). Lo único que podremos esperar de este discurso es el de ir collando más y más a la gente (trabajadores, ciudadanos, excluidos…). Con impuestos, con control, con trabajo por el país y sacrificio colectivo. Todo esto con un lavado de cara mediante un aumento de impuestos a los ricos, que continuarán siendo ricos, poruqe todo el mundo sabe que el dinero genera más dinero y la pobreza se perpetúa. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de esto. Lo demás es ideología y buenos propósitos sin querer entender lo que es mercancía, dinero, trabajo, valor, etc.
Otra perspectiva dentro de las luchas actuales, concretamente en sanidad, es la sindical. Esta enraíza su discurso en la esfera económica y defiende el trabajo asalariado, cosa que los coloca en connivencia tácita con el Capital (al menos temporalmente, en el presente más concreto). Sus reivindicaciones acostumbran a ser las de preservar los puestos de trabajo y mejorar las condiciones económicas. En el actual contexto social han sido ampliamente sobrepasados por la gente y la situación, que los considera los negociadores del mal menor. Triste papel. Algunos sindicatos minoritarios tienen un discurso social más adecuado al momento y participan de las luchas, pero no dejan de estar incluidos en unas relaciones con el capital; negocian el precio del trabajo. De cómo se deshagan de este rol, para adoptar un papel social más destacado, si esto es posible, depende su futuro. Tienen experiencia organizativa y estructuras que podrían ser útiles para poder intensificar las luchas anticapitalistas.

Estamos en camino

Así el único futuro pasa por entender dónde estamos y cómo se producen los procesos históricos en que estamos inmersos, para cambiar el rumbo de las luchas hacia el anticapitalismo. Los que no lo hacen, perpetúan la explotación. Aunque sea de buena fe. Son los hechos y el proceso para llegar a ellos los que cuentan, por muy buenos propósitos que puedan tener algunos. Las consecuencias pasan por tomar métodos ineficaces que disminuyen las expectativas de los luchadores que han entendido el núcleo de la explotación, alejan a la gente disidente con voluntad de combatir y contribuyen a la explotación (se entiende explotación en el amplio sentido de la palabra, no como una relación de esclavitud como la de hace siglos, si no dependencia económica y de falta de libertad). Aquí podemos citar a ATTAC, que ahora, parece que de forma paradójica, verán cumplidas sus demandas de la mano de la derecha (Sarkozy y Merkel; y Rajoy se lo está pensando...). Pero es que sus exigencias son las exigencias necesarias para alargar la explotación en la economía capitalista. Si no cambiamos el rumbo, esto continuará durante muchos años y, contrariamente a lo que piensan algunos de que cuanto más jodido se está más fácil es que se generen resistencias reales, la degradación será tal que las luchas efectivas serán muy complicadas de llevar a cabo.
Asimismo se están construyendo las bases de lo que vendrá y de lo que será. Y hay puntos con una dirección muy oportuna. Mantener las reivindicaciones en un ámbito general y de contenido contrapuesto al discurso del valor y la economía, sin reducirlas a reivindicaciones políticas concretas que disminuyen la potencia del movimiento de contrapoder es necesario para mantener las posibilidades del mismo. Si caemos en un exceso de precipitación reclamando más racionalización y control nos estaremos cerrando las posibilidades de cambio real, además de poner la soga en el cuello a los trabajadores del sector. Si en cambio nos planteamos, como han hecho los trabajadores de TMB, unas reclamaciones que la empresa no puede alcanzar sin desaparecer como empresa capitalista al servicio de unos criterios económicos (autogestión de los trabajadores, dimisión de todos los directivos y no subida de precios) estaremos poniendo la primera piedra para destruir el Estado y la Economía y poder gestionar nuestras propias necesidades.
Respecto a los sindicatos, los más jóvenes han percibido la contradicción en la que están inmersos y la limitación que eso comporta, aunque la mayoría no lo expliciten, y se traduce en una desafección hacia éstos. Reducir la lucha al nivel sindical sería un gran error estratégico por eso mismo. En cambio, sumar las estructuras sindicales flexibilizándolas y con un nivel de radicalización crítica superior manteniendo la autonomía del discurso anticapitalista podría relanzar el movimiento. Seguro que el grado de participación sindical en la ocupación del hospital griego de Kilkis ha sido elevada. Aquello es un ejemplo concreto de lo que podemos hacer en la situación en que nos estamos adentrando. Los trabajadores de TMB son otro ejemplo.

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