Ya no me sorprende la acumulación de medidas de regulación y racionalización (esto es, de control) que nos vienen imponiendo desde hace años. Pero que no me sorprenda, no significa que no me siga preocupando y cabreando. Una tras otra van articulándose en el estado de excepción imperante, que por ser lo predominante, y tan machaconamente adulado por los medios de formación de masas, parece lo normal. Pero lo que es considerado normal es la dirección que aplican unxs pocxs que tienen la capacidad de imposición y represión sobre lxs demás. Y la connivencia de lxs que contribuyen con su trabajo y su consumo a la reproducción de esa dirección. El estado de cosas actual no lo hubiese soñado ni Hitler, si hubiese ganado la guerra…
La nueva regulación que se plantea ahora en nuestro país es la de los coches en relación con la contaminación, especialmente en las grandes ciudades. La idea es etiquetar a los coches en cinco categorías en base al año de su fabricación y a la contaminación que emiten. En función del etiquetaje, se impondrían unas restricciones a la circulación. Por ejemplo los coches con etiqueta roja (roja tenía que ser…, como no) no podrían circular por el centro de las ciudades, pues se fabricaron antes de 1992 o son diesel y contaminan más.
Se consigue así, por un lado forzar al recambio rápido y continuado del parque automovilístico del país, y por otro limitar el acceso de lxs que menos ingresos perciben o menos lo dedican al coche. Es decir, más consumo y más restricción de movimientos a lxs menos pudientes. La medida queda justificada con la nueva ideología del ecologismo entendido a la manera más reformista posible. La que pretende conseguir el progresivo mejoramiento del medio ambiente con regulaciones cada día más restrictivas, sin cuestionar al capitalismo y su ideal de progreso como un todo de relaciones que nos conduce al abismo, y que conviene destruir para no acabar con todo, lo que somos y lo que habitamos.
En definitiva, lo que son lxs que detentan el poder ya lo sabemos, y hasta donde llegarán en su afán de control lo intuimos puesto que no hay límite ético ya hace tiempo. La cuestión es si el discurso y la acción antagonista conseguirán movilizar a lxs explotadxs en una época caracterizada por la configuración de la realidad a través de los media y del conformismo basado en el consumo masivo de mercancías continuamente renovadas. Si no es así, acabaremos pagando para poder respirar.
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