Te han dado el mando de una serie de personas porque has cumplido medianamente algunos requisitos para que la empresa crea que harás bien esa tarea. Entre ellos, tienes el mérito principal de ser capaz de ignorar las vidas de los demás para tomarlos simplemente como piezas de la cadena de producción. A partir de ahí puedes ‘presionar’ a la gente para exigir más productividad, puedes amenazar con despidos o traslados, puedes implantar modificaciones del ambiente del trabajo, puedes generar rumores para obtener tus (mejor dicho, de tu empresa con la que te identificas y a través de la que vives) objetivos. Vives por y para la empresa. Tu vida extralaboral es poca cosa al lado de tu vida dedicada a la empresa. Por eso deseas tener amigos en ella. Pero tu posición te lo impide. Seas consciente o no lo seas. Sólo se te acercan los que valen para esclavos y lamebotas y los que no te conocen aún. Están ahí, sales con ellos, comes con ellos, pero no te recompensan porque siempre acecha la duda del motivo por el que lo hacen. Tus antiguos compañeros hace tiempo te dieron la espalda. Así, conforme la gente desfila por el lugar de trabajo, tienes ‘amigos’ que pronto marcharán o se volverán piezas desechables para ti. Por eso te alegran los nuevos tiempos de flexibilidad en todos los ámbitos. Te ayudan a seguir llevando tu penosa vida. Amigos de temporada, como la ropa. Luego lo mismo de siempre. Los deshechas, los desacreditas e infamias y a por la siguiente víctima (no por ello inocente).
Tu existencia es mera apariencia. Aparentas que trabajas, pero en realidad tu función es supreflua. Sólo gestionas para que la Máquina siga alimentándose de la gente. Tu función es de control y represión. Hacer de correa de transmisión de la empresa asumiendo acríticamente las órdenes para hacerlas cumplir a los trabajadores, crear las condiciones afectivas para ello, ocultar sus decisiones detrás de los RRHH usados como pantalla, etc. Si desaparecieses poco o nada cambiaría, pues dentro de la Máquina que solo valora la función de la pieza, eres absolutamente sustituible. Te has olvidado que lo que impide la sustituibilidad de las personas es su afecto, su solidaridad, la calidez de su relación. Por eso te afanas en arruinar las relaciones afectuosas dentro del trabajo. Y por si fuera poco te las das de importante por tu puesto, aunque en el fondo bien sabes que eso es una ilusión para permitirte seguir viviendo sin entrar en la depresión clínica. Ya lo he dicho antes, la misma apariencia vale para tus ‘amistades’.
Por eso te digo que vayas con ojo. Muchos ya te hemos calado. Ya nos sabemos el proceso. Y a diferencia de ti, que tienes una vida externa que perder (tu carrera profesional, tu buen sueldo por explotar a los demás y para poder comprar mercancías que te ayuden a olvidar la vacuidad de tu vida…), algunos la tiramos voluntariamente a la basura para poder actuar con libertad. De ahí que no nos des miedo. Tampoco pena. Ni miedo a tus amenazas, ni a tu empresa, ni a tu Estado, ni a tu policía. Una policía que, es normal, alabas y casi veneras (aunque a veces critiques por sus formas o excesos; es cuestión de ser civilizados…), puesto que contribuye a ayudarte a mantener tu estilo de vida sin tener que esconderte por miedo. ¿Qué sería de ti sin ella? ¿O sin la ley que defiende tus intereses? ¿O sin los políticos que promueven y materializan las condiciones de reproducción de tu miserable estilo de vida?
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