'Una sociedad que ha abolido la aventura convierte la abolición de esta sociedad en la única aventura posible'

miércoles, 15 de febrero de 2012

Sobre la justicia burguesa y sus servidores lxs jueces

Dejo este texto a cuenta de todos los procesos en que se ve envuelto uno de los jueces vedette de la escena nacional e internacional, Baltasar Garzón. Como indica el título se cuestiona la dicotomía entre jueces buenxs y malxs. Y es que por más demócratas que sean, o precisamente por eso, nos parecen una imagen que perpetua la miseria existente. A algunxs el Estado y la democracia nos repugnan. Porque se basa en un ideal utópico y desencarnado, muy lejos de la realidad cotidiana de las cloacas del Estado democrático. Los juzgados, las comisarías y las cárceles son la penosa realidad. Realidad que separa a las personas en función de unas leyes hechas por y para lxs ricxs, para defender la propiedad y el mantenimiento de sus privilegios. Lxs jueces como Garzón representan perfectamente el poder otorgado por una sociedad alienada, que delega su papel en leyes absolutamente externas y partidistas que sirven para decidir sobre su existencia y la de sus allegadxs.


Jueces buenos, jueces malos. A propósito de Garzón
Bomba mediática. Saltan las alarmas. El icono de la lucha contra la corrupción política ha sido condenado por las escuchas telefónicas en el caso Gurtell. En seguida las corrientes de opinión impulsadas por los medios empiezan a generar debates, tertulias, portadas de periódicos, minutos de radio y de televisión. Y se empieza a notar en la calle, en las redes sociales, en los puestos de trabajo, en los cafés. La gente que cree que es conservadora da saltos de alegría, la que cree que es progresista está indignada. El juez Garzón, símbolo de la justicia de Estado progresista y democrática, inhabilitado por posicionarse en contra de la corrupción política. ¿La democracia se cae a pedazos?
Todo parece que encaja dentro de los esquemas mentales de una sociedad democrática en vías de descomposición. Gobierno conservador, recortes y justicia de derechas para condenar a la facción crítica y opositora. La socialdemocracia se erige de nuevo como la gran víctima de la derecha y sus maneras políticas. El inmenso monstruo del PP da su verdadera cara, y es mala, peor, nos dicen, que la que enseñó el mal llamado “socialismo” durante sus años de poder. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?
Baltasar Garzón lleva tiempo actuando como “juez coraje”. Él es el abanderado de las investigaciones por los crímenes franquistas, ganándose la simpatía de un gran sector popular de la izquierda, sobretodo a raíz de las denuncias que se interpusieron contra él por parte de la ultraderecha española más rancia. Él fue quien se preocupó por condenar la actuación de Augusto Pinochet, dictador chileno, ordenando su puesta en busca y captura por crímenes y torturas. También indagó en la conexión entre EEUU y las dictaduras latinoamericanas, así como condenó a prisión a conocidos protagonistas de la dictadura argentina. Todo un héroe de la democracia progresista, no cabe duda.
Sin embargo no es oro todo lo que reluce. Sin entrar en cuestiones sobre su persona, sí que debemos cuestionarnos si la figura de Baltasar Garzón responde o no a una forma determinada de interés político. Dicho de otra manera, Garzón es un buen juez, pero ¿eso qué significa?
En el año 98, Baltasar Garzón regresa a la Audiencia Nacional tras su incursión por la política en las filas del PSOE. Justo ese año, comienza una de las batallas más conocidas en su carrera judicial: el acoso y la persecución de la izquierda abertzale vasca, bajo la excusa de la lucha contra el terrorismo. Entre otras joyas, este gran demócrata fue el responsable de la clausura del diario Egin, de la radio Egin Irratia, del asalto y registro de la Coordinadora de Alfabetización y Euskaldunización de Adultos (AEK), del cierre del periódico Egunkaria, de la ilegalización del partido político Batasuna y de la persecución de todas y cada una de las formaciones políticas con base independentista de izquierdas. Todo ello bajo la supuesta excusa de colaboración o relación con la banda terrorista ETA.
Lo cierto es que la clausura de Egin o la ilegalización de Batasuna han sido algunos de los acontecimientos más penosos de la llamada “democracia española”. Y no lo han sido porque se atacaran las libertades democráticas más fundamentales de un sector importante de la población vasca. Eso, aun siendo cierto, no nos preocupa, ya que no somos precisamente quienes más expectativas tenemos en las vías democráticas, al igual que rechazamos abiertamente la participación política por medio de partidos, sean todo lo revolucionarios que sean o digan ser. Es más, no defendemos la causa de “reivindicar un estado vasco” y no podemos menos que lamentar el cómo el nacionalismo ha sumido a gran parte de la clase trabajadora vasca en una trampa política que la aleja de la verdadera emancipación de clase, la cual no conoce patrias ni banderas. Sin embargo, pese a todo ello, entendemos que la persecución política que impulsó Garzón ha salpicado mucho más lejos de los círculos partidistas, y muchas personas han sufrido represión, cárcel, malos tratos y torturas por el mero hecho de defender una idea de liberación nacional, la cual es como mínimo respetable por mucho que no la compartamos. El juez Garzón es uno de los responsables de que detrás de la etiqueta “lucha antiterrorista” se ampare el acoso y la persecución de personas por sus ideas políticas. Y mucho más allá, ya que en ocasiones las personas detenidas no sólo no eran terroristas, sino que condenaban activamente el terrorismo del Estado, el más detestable de todos.
Y no han sido sólo los movimientos sociales de Euskal Herría los que han sufrido el “azote democrático” de Garzón. En septiembre de 2003, el juez ordena la detención de seis anarquistas en Barcelona. Con la excusa de pertenencia a banda armada, se organiza un montaje jurídico-policial en el que se acusa a estas personas, entre otras cosas, de planear atentados contra importantes figuras mediáticas y policiales. La detención deriva en cárcel, y alguno de ellos le mantienen secuestrado posteriormente incluso más tiempo del que debía haber pasado en prisión.
Estas detenciones se enmarcaron en una oleada represiva que condenó a prisión a muchos compañeros. Era el momento de criminalizar el anarquismo para librarse de él, condenándolo al escarnio público por violento y criminal, aun cuando los fundamentos de estas operaciones del Estado eran la mentira y la difamación gratuita. Y Garzón andaba por medio, sustentando montajes policiales y encerrando a jóvenes luchadores. Como ejemplo un botón, pero todavía habría más casos que relacionarían a Garzón con dudosos métodos jurídico-policiales, como el caso de la tortura y encarcelación de independentistas catalanes en el año 92, hecho condenado por el Tribunal Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Más allá de la visión de juez progresista y modélico, Baltasar Garzón es el protagonista de golpes represivos contra personas que han dedicado su vida a luchar precisamente por la justicia social. A través de figuras como él, el régimen actual reprime a los disidentes, los tacha de terroristas y elabora absurdos montajes contra ellos. Es por ello que la actuación judicial se convierte, en estos casos, en la imposición de la violencia del Estado contra todos aquellos que se le rebelan, incluso cuando esa rebelión persigue, precisamente, justicia.
Hoy en día existen plataformas de apoyo al juez, que nos piden firmas en nombre de la memoria histórica. Y surgirán nuevas iniciativas que presentarán su figura como un “mártir” de la democracia, como un luchador por lo derechos humanos, como un acérrimo defensor de la transparencia política. Y nadie dirá nada sobre su labor como represor a servicio del régimen. La figura de Garzón es la máscara que oculta la verdadera naturaleza de la democracia y sus demócratas. Dicen luchar por revisar los abusos de poder del pasado, pero son quienes cometen los abusos de poder del presente.
No nos engañemos, no existen los buenos jueces, ni políticos, ni policías, ni curas, ni empresarios, ni militares… Todos tienen muy claro a quién defienden. Pero, ¿y nosotros, la gente común, a quién defendemos?

Juventudes Anarquistas de Barcelona – FIJA

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