Dejo este interesante texto, crítico con la evolución de la conflictividad anarquista en sus desarrollos antisociales y nihilistas, aunque no lo digan explícitamente, pero que toca algunos temas fundamentales para el debate. Este texto está originalmente en francés y las traducciones que han ido apareciendo en internet son bastante malas. Esta es una versión en castellano cotejada con la versión inglesa y francesa. Espero que se pueda entender algo mejor.
Esta manía extendida tiene el riesgo de proyectar su sombra sobre todos los actos de rebelión. No sólo las acciones de los anarquistas que alegremente pasan del trago amargo y siempre decepcionante de la reivindicación, sino también, y quizás sobre todo, la acción del panorama más general de la rebelión y la conflictividad social. Tal vez esa es una de las “razones” que nos han empujado a escribir este texto. Cansados de experimentar y de encontrar el campo de ataque de la lucha anarquista, el sabotaje y la expropiación más y más asimilados a una sigla y, como tal a la representación política; cansados de ver los horizontes estrechados en dos elecciones falsamente opuestas: o el anarquismo 'de buen comportamiento', corriendo detrás de las asambleas , los movimientos sociales y sindicatos de base; o el anarquismo “malo”, al que amigablemente se pide estampar sus contribuciones a la guerra social con algunas siglas – y si no lo haces, alguien más lo hará por ti.
Más allá de eso, hay una cierta confusión que queremos exponer, porque no podemos simplemente seguir y mirar el contenido que hoy día está dando cada vez más a conceptos tales como por ejemplo la informalidad. La elección por un movimiento anarquista autónomo informal implica el rechazo de las estructuras fijas, de organizaciones de pertenencia, de centralizar y unificar federaciones; y por lo tanto también de firmas fijadas recurrentes, si no de todas las firmas. Es el rechazo de la elaboración de programas, el destierro de todos los medios políticos; y por lo tanto también de las reivindicaciones programáticas que pretenden estar en la posición de trazar las campañas. Es el rechazo de toda centralización; y así también de todas las estructuras paraguas, no importa si se declaran digitalmente “informales” o formales. En un sentido positivo, para nosotros la informalidad representa un archipiélago ilimitado e indefinido de grupos autónomos e individuos que están forjando vínculos basados en la afinidad y el conocimiento mutuo, que deciden sobre esa base la realización de proyectos comunes. Es la opción para los pequeños, círculos afines que entienden su propia autonomía, perspectivas y métodos de acción como la base para crear lazos con los demás. La organización informal no tiene nada que ver con las federaciones ni las siglas. ¿Y que llevó a algunos compañeros a hablar no sólo de informalidad, sino de “insurreccionalismo” también? Con el riesgo de devaluar el amplio panorama de ideas, análisis, hipótesis y propuestas, podriamos decir que el “insurreccionalismo” contiene los métodos y perspectivas que, lejos de un anarquismo sin compromiso, quiere contribuir a “situaciones insurreccionales". El arsenal anarquista de métodos para la contribución es enorme. Por otra parte, el uso de métodos (agitación, ataques, propuestas de organización, etc) en sí mismo no significa casi nada: sólo en un pensamiento por encima y que desarrolle ‘proyectualidad’ tomarán sentido en la lucha. Pegarle fuego a un edificio del Estado es sin lugar a dudas siempre bueno, aunque no esté necesariamente inscrito en una perspectiva insurreccional “como tal”. Y esto vale todavia menos para la elección de, por ejemplo, apuntar los ataques especialmente contra objetivos espectaculares, centrales, acompañados de confesiones de fe. No es casualidad que durante distintos momentos de proyectualidades insurreccionales, el énfasis se puso sobre todo en acciones de ataque modestas, reproducibles y anónimas frente a las cada vez más estructuras centralizadas y gente de poder, o en la necesidad de sabotaje certero de las infraestructuras que no necesitan de ecos en los medios de comunicación con el fin de alcanzar sus metas, por ejemplo, la inmovilización del transporte, datos y los suministros de energía.
¿O es todo apunta a lograr “coherencia”? Por desgracia, los anarquistas que intercambian la búsqueda de la coherencia por los acuerdos tácticos, alianzas nauseabundas y separaciones estratégicas entre los medios y los fines han existido siempre. La coherencia anarquista está sin duda alguna también en la negación de todo esto. Pero esto no quiere decir que por ejemplo cierta condición de “clandestinidad” sería más coherente. Cuando la clandestinidad no es vista como una necesidad (ya sea porque la represión nos está persiguiendo o porque es necesaria para una acción específica), sino como una especie de summum de la actividad revolucionaria, hay poco más en pie que el célebre a-legalismo. Para imaginar esto, podría ser suficiente compararla con la situación social en Europa: no es porque miles de personas están viviendo una situación de clandestinidad (personas sin papeles), que les hace automática y objetivamente, una amenaza al legalismo y les corona como “sujetos revolucionarios”. ¿Por qué habría de ser diferente para los anarquistas que viven en condiciones de clandestinidad?
¿O se trata de asustar a los enemigos? Un elemento recurrente en las reivindicaciones es que aparentemente hay anarquistas que creen que pueden asustar al poder expresando amenazas, publicacando fotografías de armas o explotando pequeñas bombas (y no hablemos de la despreciable práctica de enviar cartas-bomba). En comparación con la masacre diaria organizada por el poder parece un poco ingenuo, sobre todo para aquellos que no se hacen ilusiones sobre gobernantes más sensibles, capitalismo más humano, relaciones más honestas dentro del sistema. Si el poder, a pesar de su arrogancia, ya temiese algo, sería la propagación de la revuelta, la siembra de la desobediencia, la ignición incontrolada de los corazones. Y por supuesto, el relámpago de la represión no perdonará a los anarquistas que quieren y contribuyen a ello, pero eso no prueba de ningún modo lo “peligrosos” que somos. Quizás lo único que quiere decir es lo peligroso que sería si nuestras ideas y prácticas se extendieran entre los excluidos y explotados.
No nos extrañaría que esta manía paralizase el movimiento anarquista otra vez un poco más con respecto a nuestra contribución a las revueltas cada vez más frecuentes, espontáneas y destructivas. Encerrados en la auto-promoción y la auto-referencia, con una comunicación reducida a publicar reivindicaciones en internet, no parece que los anarquistas puedan hacer gran cosa cuando la situación está explotando en su vecindario (aparte de las explosiones e incendios habituales, a menudo contra objetivos que los rebeldes mismos ya estuviesen muy bien en vías de destruir). Parece que cuanto más cerca nos parece conseguir la posibilidad de insurrecciones, cuanto más tangibles estas posibilidades se hacen, menos quieren los anarquistas estar ocupados con ella. Y esto tiene el mismo valor para aquellos que están cerrándose en una ideología de lucha armada. Pero ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de perspectivas insurreccionales? Definitivamente no es sólo de una multiplicidad de ataques, menos aún cuando éstos parecen tender hacia el terreno exclusivo de los anarquistas con sus frentes. Mucho más que un duelo singular armado con el Estado, la insurrección es la ruptura múltiple con el tiempo, el espacio y los roles de dominación, una ruptura necesariamente violenta, que podría significar el comienzo de la subversion de las relaciones sociales. En ese sentido, la insurrección es más bien un desencadenamiento social, que va más allá de una generalización de la revuelta o los disturbios, pero que ya lleva en su negación el principio de un nuevo mundo, o al menos debería. Es precisamente la presencia de esa tensión utópica la que ofrece algún asidero frente a la vuelta a la normalidad y la recuperación de los roles sociales después de la gran fiesta de la destrucción. Por tanto, está claro que la insurrección no es una cuestión únicamente de los anarquistas, a pesar de nuestra contribución a la misma, nuestra preparación, nuestras perspectivas insurreccionales son sin duda importantes y quizás serán, en el futuro, decisivas para impulsar el desencadenamiento de la negación hacia una dirección liberadora . En un mundo que cada vez se hace más inestable, estos temas difíciles justamente deberían volver al primer plano, y renunciar a encerrarnos a priori dentro de cualquier gueto identitario y a conservar la ilusión del desarrollo “de la fuerza” de las siglas colectivas y la “unificación” de los anarquistas dispuestos a atacar, conviertiéndose entonces irremediablemente en la negación de todas las perspectivas insurreccionales.
Para volver al mundo de los frentes y las siglas, podríamos por ejemplo hablar de la referencia obligada a compañeros presos como una señal clara de los mismos dentro de un marco de restricción de la exclusiva auto-referencia. Parece que una vez encerrado por el Estado, estos compañeros no son compañeros ya que estamos, pero son precisamente ‘encarcelados’ camaradas. De esta manera, las posiciones en los debates que ya es difícil y doloroso se fijan de una manera que sólo puede tener dos salidas: o la glorificación absoluta de nuestros compañeros presos, o el rechazo absoluto, que puede rápidamente convertirse en una renuncia de desarrollo y pone en práctica solidaridad.
¿Sigue teniendo sentido seguir repitiendo que nuestros compañeros presos no son colocados por encima o por debajo de otros compañeros, pero son simplemente entre ellos? ¿No es notable que, a pesar de las muchas luchas contra las cárceles, la corriente actual es de nuevo saliendo con “políticos” los presos, el abandono de una perspectiva más general de lucha contra la prisión, la justicia, …? De este modo, corremos el riesgo de completar lo que el Estado ya estaba tratando de realizar en primer lugar mediante el bloqueo de nuestros compañeros hasta: convirtiéndolas en puntos de referencia abstracto, idolatrado y central, que se les aísla de la guerra social en su conjunto. En lugar de buscar maneras de mantener los lazos de solidaridad, afinidad y complicidad a través de las muros, poniendo el todo radicalmente en el seno de la guerra social, la solidaridad se está reduciendo a la cita de nombres al final de una reivindicación. Se genera un movimiento circular bastante vicioso sin demasiadas perspectivas, una escalada de ataques “dedicados” a los otros, en lugar de encontrar la fuerza en sí mismos y en la elección de cuándo, cómo y porqué intervenir en determinadas circunstancias.
Pero la lógica de la lucha armada-ismo es implacable. Una vez puesta en marcha, parece que ya no queda nada por hacer. Todos aquellos que no se unen o no asumen su defensa, son asimilados a los compañeros que no quieren actuar ni atacar, que someten la revuelta a los cálculos y las masas, que no quieren esperar y rechazan el impulso de meterse aquí y mantener la llama encendida. En el espejo deformador, el rechazo de la ideología de la lucha armada se hace rechazo de la lucha armada en sí. Evidentemente, nada de esto es cierto, pero como hay muchas orejas que quieren entender eso, el espacio para la discusión queda seco. Todo se reduce a pensar en bloques, a favor o en contra, y el camino, según nosotros el más interesante, el del desarrollo de proyectualidades insurreccionales, está definitivamente dejado de lado. Para alegría de los libertarios formales y los pseudoradicales que como las fuerzas represivas, no desean nada más que la desecación de este pantano.
¿Cómo se quiere todavía hoy discutir sobre las proyectualidades cuando el único ritmo que se da a la lucha se está haciendo la suma de los ataques reivindicados en internet? ¿Quién está todavía en busca de una perspectiva que quiere hacer algo más que devolver algunos golpes? Y, lo repetimos, no hay ninguna duda allí: dar golpes es necesario, aquí y ahora, y con todos los medios que creemos adecuados y oportunos. Pero el reto de desarrollar una proyectualidadad, que apunta a intentar desencadenar, entender o profundizar las situaciones insurreccionales, exige un poco más que sólo la capacidad de dar los golpes. Eso exige el desarrollo de ideas propias y no repetir lo que otros afirman; la fuerza de desarrollar una autonomía real en términos de recorrido de lucha y de capacidades; la búsqueda lenta y difícil de afinidades y la profundización del conocimiento mutuo; un cierto análisis de las condiciones sociales en las que actuamos; el valor de elaborar hipótesis para la guerra social para no correr más detrás de los hechos, o de nosotros mismos.
En pocas palabras, no se exige únicamente la capacidad de utilizar ciertos métodos, sino sobre todo las ideas sobre cómo, dónde, cuándo y por qué usarlos, y todavía ahí en una combinación necesaria con todo un abanico de otros métodos. De lo contrario, no quedarán más anarquistas, sino sólo una serie de roles muy tristes y circunscritos: los propagandistas, los ocupantes ilegales, los luchadores armados, los expropiadores, los escritores, los vándalos, los manifestantes y así sucesivamente. No habría nada más doloroso que nos encontrarnos tan desarmados, frente a la inminente tormenta social por venir, que cada uno dispusiese de una sola especialidad. No habría nada peor que tener que constatar en la explosiva situación social, que los anarquistas se ocupan demasiado de su pequeño jardín propio para poder ser capaces de contribuir realmente a la explosión. Que gusto más amargo darían las oportunidades perdidas cuando, por focalizarse exclusivamente en el guetto identitario, se renuncia a descubrir a nuestros cómplices en la tempestad social, a forjar las lineas de ideas y prácticas compartidas con otros rebeldes, a romper con todas las formas de la comunicación mediada y la representación para abrir un espacio de verdadera reciprocidad que es alérgica a todo poder y dominación.
Pero como siempre, nosotros nos negamos desesperar. Sabemos que todavía muchos compañeros tantean, en el espacio y el tiempo en que todo espectáculo político es consecuentemente desterrado, las posibilidades para atacar al enemigo y poder forjar vínculos con otros rebeldes, a través de la difusión de ideas anarquistas y de propuestas de lucha. Probablemente es el camino más difícil, porque nunca será reconocido. Ni por el enemigo, ni por las masas y con toda probabilidad ni por otros compañeros y revolucionarios. Pero tenemos una historia dentro de nosotros, una historia que nos une a todos los anarquistas que obstinadamente se siguen negando a dejarse incluir, ya sea dentro del movimiento “oficial” anarquista o en el reflejo de lucha armada-ista del mismo. Los que siguen rechazando separar la difusión de nuestras ideas de la forma en que se difunden, y tratan así de desterrar toda mediación política, la reivindicación incluida. Los que están poco interesados en saber quién ha hecho esto o aquello, sino lo que les une con su propia revuelta, con su propia proyectualidad que se expande en la única conspiración que queremos: la de las individualidades rebeldes por la subversión de lo existente.
20 de noviembre 2011
el resultado de las elecciones muestra:
ResponderEliminarprimero, la violencia de la derecha mas reaccionaria y su lenguaje cotidiano, lleva a la sociedad en su conjunto a estructurarse en la idenditificacion de la superioridad de los tecnocratas que ejercen el poder desde la legitimacion que les da el uso de la violencia y la resignacion del pueblo a asumir su lenguaje cotidiano, como instrumento de creacion de una realidad , en que los desposeidos han dejado de ser individuos sin capacidad de actuar libremente por la imposicion de una camisa de fuerza que es la noviolencia.
Segundo, esa camisa de fuerza que es la noviolencia, impuesta a los sectores mas revolucionarios a traves del 15m, por la infiltracion en los mismos de los portadores de dios, y su idea que la violencia es intolerable como medio de liberacion, que inclina a los desposeidos hacia una resignacion alimentada y cuidada desde la negacion y el sacrificio sin piedad del individuo, y desde ahi hacer del punto de partida no ya el hombre sino a dios.
tercero, la reflexion de como nos afecta como individuos, la composicion de lo que nos viene sucediendo(15m, 27j, 20n,), nos lleva al esbozo preliminar de lo que se nos viene encima, nada mas si tenemos la capacidad de quitarnos la camisa de fuerza, es decir, que el punto de partida sea el hombre y no dios, podremos intentar transformar una realidad que nos quieren imponer, la de pueblo alineado, por otra realidad de pueblo de individuos libres.
Por ultimo y como forma de epilogo, un pueblo de individuos libres, es capaz de tomar conciencia, crear consciencia colectiva, ver sus propias fuerzas y debilidades, ejercer el soporte mutuo entre individuos, hacer comunidad para descubrir y resolver problemas del presente, haciendo relacion de proyectos actuales con los emprendidos con anterioridad y con los que espera emprender en el porvenir. Pero esa consciencia nada mas es posible sin cohercion, sin camisa de fuerza, solo sube a la superficie de la realidad emergiendo de lo mas profundo donde no existen especialistas, expertos, titulados, licenciados, doctorados, universitarios, ni tan siquiera experiencia de vida, surge de donde proviene el ser humano y su esencia, alli donde no hay consciencia sino solo la turba inflamable del inconsciente, en el kaos y el absurdo, en la insistencia de los mismos viene de forma paradojica la solucion del problema que es para ellos el error que ha supuesto la teoria de la noviolencia que ha dado el resultado del 20n