Días atrás podiamos ver cómo los funcionarios de prisiones de Barcelona montaban sus protestas ante la puerta de la prisión de la Modelo, impidiendo que los familiares de los presos entrasen a verlos, que los presos pudiesen salir de sus celdas porque los carceleros que tenian que entrar al turno no podían hacerlo y los que salian no lo hicieron, que algunos presos fuesen a sus respectivos juicios ruedas de reconocimiento, entre otras cosas. Si no es porque son carceleros que perpetúan con su trabajo el mantenimiento de la dominacion en la sociedad capitalista, y de la manera más cruel, ¿estariamos apoyando sus reivindicaciones laborales?
Se vuelve a plantear, como pasa con cierta frecuencia, la separación práctica que existe entre las reivindicaciones laborales que otrora fueron el motor de unas reivindicaciones ligadas a formas de vida opuestas al capitalismo y que ahora no traspasan el límite de la mera reivindicación laboral, y las reivindicaciones, que muchas veces ya no se expresan como tales sino como pura violencia, de los cada vez más excluidos del mercado. En los primeros, con sus representantes sindicales a la cabeza ejerciendo de cordón de seguridad, no hay asomo de crítica al trabajo asalariado, a la mercancía, a la valorización del capital. Las marchas de los funcionarios no asustan a nadie, sólo sirven de cara a la galería (algo hay que hacer...) y para presionar un poquitín en las negociaciones (cálculos estratégicos que toman a la masa como útiles de los que servirse y como individuos sin conciencia ni voluntad alguna). Lo triste es que las más de als veces lo prejuzgado se cumple, y la masa de trabajadores se identifica con el papel pasivo asignado. Los segundos indican un camino no recuperado todavía, pero que el poder intenta recuperar por medio de sociólogos, psicólogos o demás logias, o aislarlo por medio de la psiquiatrización y criminalización-represión. Los primeros interpretarán los hechos casi nunca reivindicados desde sus categorías; categorías que organizan la realidad y que son enseñadas y aprendidas en las universidades. Por otro lado, desde la psiquiatría oficial cada vez más se reduce al sujeto a una especie de ecuación basada en la genética (de la cual no se tiene ni puta idea), la biología (con la que tampoco llegan a entender un carajo) y el ambiente (esa cosa externa que influye en nosotros desde un paradigma causa-efecto que no se acerca a la realidad ni por casualidad). Y así se justifica la medicalización de las conductas disruptivas con el sistema. Hay otros discursos en la psiquiatría, pero los dominantes marcan el camino seguido. La criminalización, por su parte, empieza en el mismo dominio del lenguaje con palabras expropiadas que adoptan matices siniestros y que contribuyen a la formación de la opinión pública mediatizada. El papel de los medios de formación de masas primero y el policial-judicial después trabajan para este cometido.
Ante este panorama las protestas de trabajadores (funcionarios o no) sólo pueden ser apoyadas en la medida en que traspasen los límites marcados por los pastores de turno y se dirijan hacia la crítica del Estado y el Capital como entelequias secuestradoras de libertad. Las protestas de los carceleros por esto mismo repugnan, las protestas de los sanitarios se entienden pero están sujetas al discurso estatista, lo mismo que las de los educadores entre otras. Que las protestas venideras de funcionarios tengan sentido para los anticapitalistas dependerá del cariz que adopten éstas. Apoyar por todos los medios los discursos anticapitalistas que provengan de éstas es esencial para llevar la situación de conflicto a niveles superiores de conciencia y de acción. Apoyarlas porque afectan a los trabajadores como tales sin plantear cambios de fondo en el sistema mercantil-teconológico-industrial es cavar la tumba de una libertad posible. En ese sentido espero que los indignados de Lleida que han compartido protesta con los carceleros lo hicieron por razones propias y no compartiendo objetivos con los que se dedican a comer de su función represora.
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