La muerte del Leviatan |
Como uno no habla sólo con gente que opine lo mismo o interprete los hechos de la misma forma, a veces se sorprende de los fundamentos que sustentan las creencias de los demás.
El hecho de hablar con una persona absolutamente ajena, al menos a nivel reflexivo y discursivo porque en el práctico es imposible hacerlo, al hecho de vivir en una sociedad intencionadamente ideologizada desde las estructuras de poder, me hizo repensar los motivos de tal ceguera. En concreto, por la conversación, me centré en la creencia de que la policía era buena en esencia, pero que a veces se extralimitaba en sus funciones. A mi modo de ver una ficción alimentada por todo el espectro político de derecha a izquierda. Únicamente lxs que se cuestionan con cierta profundidad tal principio son lxs que tienen la semilla para plantar y hacer crecer la revuelta contra el dominio.
Lo establecido socialmente, sustentado por el andamiaje mediático y la tradición en su peor sentido, afirma que la policía tiene la función de evitar que cualquier ciudadanx impida la libertad de otrx ciudadanx. En este sentido hablarían de una libertad referente a la propiedad, al consumo y a los derechos individuales reconocidos como tales por el Estado de turno. Evitar que te roben, que te agredan, que te impidan trabajar en una huelga, que te vendan productos en mal estado, etc. Ya hemos dicho que esas libertades las define el Estado y dependiendo de este serán unas u otras (libertad de culto distinta según el país, derecho a huelga igual, entre muchas otras). Y el Estado es la estructura que se impone sobre cada unx de sus súbditxs y que en tanto es previa a ellxs (en el sentido que se nace ya siempre en un Estado) puede transgredir la ley individual en base a un supuesto beneficio general. El Estado roba legalmente (expropia terrenos, a veces se queda bienes inmuebles u otras propiedades), agrede físicamente (en manifestaciones, en prisiones, en comisarías), vulnera libertades reconocidas (identificaciones arbitrarias, ficheros políticos de sospechosxs), etc. De todas esas acciones estatales muchas las cometen los policías como fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Entonces, ¿de dónde proviene esa bondad de la que se inviste a la policía? Proviene en buena medida de la idealización de su función, es decir, de mantener en el plano teórico la bondad de sus acciones limpiando de impurezas la imagen idealizada. Se crea así una ficción, que como todas se quiebra o se afirma en determinadas situaciones concretas. Esas situaciones vividas y luego narradas son las que modificarán o no la ficción. Los medios de comunicación de masas son también de formación de masas en este sentido.
En la conversación que mantuve, la persona con la que hablaba se sorprendía y censuraba, como buena demócrata, los ‘excesos’ en las cargas policiales o en las detenciones y lo mismo sobre el reciente indulto a los Mossos que agredieron a un detenido que habían confundido por error con otro (aquí la cuestión era que se habían confundido; si las hostias se las hubiera llevado el supuesto delincuente no pasaba nada…). Lo consideraba errores del sistema, basando su interpretación en un supuesto sistema ideal en el que eso no ocurriría. Pero, ¿acaso no existen mecanismos democráticos, como los sindicatos de policía o el sistema judicial o el aparato político incluso, que permiten dotar de legitimidad y de poder a las fuerzas del orden llegado un exceso de este tipo? Como cuerpo estatal, la policía representa la acción del Estado y en base a eso encuentra sus apoyos en el resto de estructuras del Estado. ¿creería esta persona que una acción de control estatal sobre la acción de la policía sería posible? En realidad no lo creía, aunque hubiese intentos en Catalunya de hacerlo con el anterior conseller de interior, el ecosocialista Saura, y que precisamente tantos problemas le dio por la resistencia interna de las propias estructuras políticas y policiales. Y esta persona no lo creía porque finalmente declaró que para hacer su trabajo necesitaban cierta condescendencia, cierta autonomía, dejarles hacer sin estar muy encima de ellos. Eso, para que pudiesen hacer bien su trabajo. Hacer bien su trabajo, pues, significaba hacerlo sin control dando pábulo a la generación de las clásicas corruptelas. Se cerraba así el círculo en la contradicción inherente al discurso demócrata izquierdista. Esa que aboga por el mantenimiento del orden social del sistema capitalista, pero sin sus consecuencias nocivas. Por la función de control y represiva ‘de quien lo merece’ por parte de la policía, pero sin ‘excesos’ ni ‘errores’ que contravengan nuestra idea de derechos humanos. Por la educación estatalizada para todxs, pero sin que el Estado moldee las conciencias y limite una supuesta libertad. Por una sanidad estatalizada para todxs, pero que nos traten como individuos únicos con necesidades humanas específicas y con el uso de las últimas tecnologías desarrolladas. Para algo así como esto último el Estado tendría que invertir gran parte de su presupuesto en esa materia y eso implicaría sacarlo de otro sitio, modificando estructuralmente el Estado. Esa modificación se puede hacer de muchas formas, desde posturas liberales hasta socialdemócratas, pasando por estalinistas, republicanas o conservadoras. Todas implicarían el mantenimiento del Estado, en mayor o menor medida; todas pasarían por conservar la economía y el dinero; todas se implicarían en el desarrollo productivo a base de trabajo asalariado. ¿Cuál sería la ganancia de libertad?
Este ideal del que hablamos es el que mueve a tanta gente últimamente en las calles, pero este Estado ideal es ficticio. Y es que el Estado no es un ente aséptico y ahistórico, desideologizado, que sólo busca el bien de sus ciudadanos. Su historia es la de la lucha de clases con la victoria de unas formas de vida que se extienden en todas direcciones hoy, la de la gestión de los individuos cada vez más en base a criterios económicos, la de la mercantilización de todo lo existente en pro de la valorización del capital, la del control policial que asegure la circulación de la mercancía continuamente, la de la destrucción de los modos de vida distintos a los que promulga lxs que detentan el poder, la de la exclusión y el encierro de lxs que se posicionan activamente contra este estado de cosas. Eso es el Estado. Eso protege la policía estatal. El Estado real se parece más al Leviatan de Hobbes que al Estado de Rousseau. Y creo que buena parte de lxs votantes de la derecha captan esas contradicciones que conllevan los discursos de izquierda.
La apuesta por la ruptura de los modos de vida impuestos por el capital en el interior de los Estados, implica la destrucción del Estado como principal garante de su perpetuación. No será posible humanizar las relaciones mientras éstas estén mediadas por el dinero, por los roles que nos ofrece el capital para identificarnos, por las mediaciones que nos ofrece el Estado/Capital para solucionar nuestras diferencias, nuestras angustias dentro de nosotrxs mismxs, nuestras vidas. Se puede hacer a pequeña escala (con afines) con voluntad, pero las disposiciones en las que vivimos ya desde el nacimiento, y perpetuadas por estructuras políticas, económicas, relacionales, entre otras, siempre penden sobre nuestras cabezas condicionándonos en nuestras vidas en todo momento. Conviene destruirlas hasta reducirlas a cenizas con nuestras propias vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.