NOTA INDRODUCTORIA
A casi setenta años desde que se publicase por primera vez, Hacia la Nada Creadora parece que sigue manteniendo intacta su fuerza subversiva. Esta característica de “actualidad inmutable”, prescindiendo de los “cambios sociales” acaecidos y más allá de la forma literaria, es común a gran parte de los escritos de anarco-individualistas, es decir, de aquellos que no fundamentaban su propia vida en un programa social y económico que realizar – sobre cuya validez sólo la Historia podía expresarse – sino en el individuo, en el ser humano concreto de carne y hueso (lo que muy probablemente explica también el renovado interés en la obra de Stirner).
Pero la valorización del individuo no puede y no debe diluirse en la constitución de una nueva escuela, de una nueva ideología, que en un momento de incertidumbre como el que estamos atravesando podría atraer a todos aquellos – y son muchos – que van en búsqueda de un punto de apoyo inquebrantable. El Partido no puede sustituir al individuo sólo porque se lo considere exento de toda crítica en el “confronto” con la realidad social. El mayor riesgo, en definitiva, es el de recluirse en la clásica torre de marfil, como en el pasado hicieron en efecto muchos anarco-individualistas.
Muchos, pero no todos. Es por esto
que la reedición de esta obra de Renzo Novatore, que nos permite redescubrir su figura bajo diversos aspectos excepcionales de anarco-individualista, viene a colación, puesto que no sólo “fa piazza pulita” de las posibles especulaciones sobre el individualismo, sino que también es al mismo tiempo una llamada a la lucha de una actualidad por momentos sorprendente.
Entre cuantos se declararon anarco-individualistas, Renzo Novatore ocupa indiscutiblemente un puesto de honor, siendo uno de los mayores representantes de lo que en la época se llamaba “anarquismo heroico e iconoclasta”. Hombre de pensamiento y acción, Novatore en el curso de su vida demostró más de una vez su propia unicidad.
Durante la primera guerra mundial, cuando el intervencionismo atraía no pocos adeptos entre los anarquistas, sobre todo en las filas de los individualistas, Novatore se posicionó resueltamente contra la guerra, disertando arma en mano y siendo por esto condenado a muerte por el tribunal de La Spezia. A diferencia de gran parte de los demás individualistas, que se entretenían con académicas elecubraciones sobre el Yo, Novatore vivió como un proscrito, realizando atentados y expropiaciones y participando activamente en numerosas tentativas insurreccionalistas, hasta que fue asesinado en un enfrentamiento armado con los carabinieri en 1.922.
Antidogmático, entró a menudo y de buena gana en polémica ya fuese con los anarquistas organizadores ligados al UAI – Unión Anarquista Italiana – (tuvo un polémica muy fuerte con Camillo Barneri), o con los exponentes de un cierto anarco-individualismo (como Carlo Molaschi).
Para Novatore – lector de Stirner pero no por ello discípulo del stirnerismo – la afirmación del individuo, la continua tensión hacia la libertad, lleva inevitablemente a la lucha contra lo existente, al enfrentamiento violento contra la autoridad y contra todo tipo de “attendismo” (actitud de esperar a ver que pasa).
Escrito alrededor de 1.921 Hacia la Nada Creadora, que muestra de forma patente la influencia de Nietzsche sobre el autor, ataca uno tras otro al cristianismo, al socialismo, a la democracia, al fascismo, mostrando las miserias morales y espirituales de estos. Todo lo que ha llevado a la degradación del individuo, que lo ha sometido bajo distintos pretextos a “fantasmas sociales”, es agredido con furia iconoclasta. Con esta crítica a aquello que disminuye la unicidad del particular – todavía hoy plenamente válida – Novatore derriba todos los tópicos difundidos en relación a los individualistas. A veces con una sonrisa en los labios y otras con rabia, Novatore desmiente a quién lo imagina encerrado en el claustro de la especulación filosófica; rechaza las acusaciones de quién lo pretende, en cuanto carente de proyectualidad, ciego negador; muestra la ridiculez de quien lo considera contrario a la revolución y favorable únicamente a la revuelta individual. Todo esto sin perder nunca la ocasión de afirmar la unicidad del individuo, la grandeza del sueño, la fuerza del deseo, la belleza de la anarquía. En otras palabras, aquello que hoy es considerado vetusto y superado, pero que quizás está simplemente fuera de moda.
Cierto, ha pasado mucho tiempo desde la redacción de este texto. Pero el triunfo de la democracia, la supervivencia del estalinismo, el resurgir del fascismo, la propagación de la tecnología, la universalización de las mercancías, la homologación realizada por los mass media, la reducción del lenguaje, el desprecio por la utopía: aquello que enmaraña y anega al individuo en un mar de mediocridad, a domesticar su unicidad, a placar cualquier instinto de revuelta, a volverlo incapaz tanto para ell amor como para el odio, impotente en su dócil vivencia – todo esto es espantosamente actual. He aquí porque se vuelve igualmente actual e indispensable por cuanto puede servir para eliminar la sacralización y para combatir esta situación.
Una cosa es cierta, solamente quien prefiera el mar embravecido al agua estancada sabrá seguramente apreciar la obra iconoclasta de Renzo Novatore.
M. S.
He ido poniendo en negrita cosas con las que tengo alguna duda o no me vienen a la mente las palabras para traducirlo exactamente. Ya iré mirando, poco a poco.
NOTA BIOGRAFICA
Renzo Novatore, pseudónimo de Abele Rizieri Ferrari, nace en Arcola (SP) el 12 de mayo de 1.890 en una modesta familia de campesinos.
Rebelde ante la disciplina escolar, va solamente unos meses a las clases de la enseñanza primaria; después abandona la escuela definitivamente y es obligado por el padre a trabajar en el campo. Pero su profundo deseo de conocimiento unido a una tenacidad y una voluntad bien implantadas lo convierten en un precoz autodidacta: con el tiempo se va transformando en un lector incansable y con un agudo sentido crítico que le impide ser dominado por las ideas ajenas.
Todavía adolescente es acusado con una decena de coetaneos de haber provocado un incendio en la iglesia de N.S. De los Ángeles, tras tres meses es procesado y después absuelto.
Iniciada la Primera Guerra Mundial Novatore decide armarse contra la Sociedad de la Guerra. Condenado a muerte por deserción y alta traición, se traslada a Emilia y comienza a hacer propaganda de la rebelión armada contra la ferocidad de los Estados.
Tras el armisticio, mientras todos los demás compañeros de Arcola vuelven, Renzo Novatore continua siendo un prófugo: las fuerzas policiales se empeñan a fondo, con feroz dedicación para sacar de su agujero a este “peligroso bandido anarquista” contra quien tiene la orden de disparar a matar. Arrestado después de los movimientos de La Spezia de 1.919, es condenado a diez años de cárcel en una prisión de máxima seguridad, pero sale de la prisión de Livorno gracias a la amnistía que se lleva a cabo.
Retoma con dedicación y entusiasmo la acción anarquista y emprende diversas tentativas insurreccionalistas.
Es nuevamente arrestado por el asalto armado del polvorín y el cuartel de los marineros de Val di Fornola.
Nada más ser liberado, en el periodo de la ocupación de las fábricas lo reencontramos ocupado en una vasta tentativa insurreccionalista que fracasa tras un chivatazo.
Después de un periodo de relativa calma en el cual publica la revista “Vertice”, a continuación, un enfrentamiento armado con la policía se ve obligado a abandonar Arcola y a deambular por la Italia Septentrional, prosiguiendo de todos modos su actividad revolucionaria.
Casado con Emma, tiene tres hijos, uno de los cuales muere con pocos años de vida; los otros son Renzo y Stelio (el único todavía con vida).
Renzo Novatore muere el 29 de noviembre en Teglia (GE), muerto en un conflicto armado por los carabinieri.
***
Su vasta obra, en parte perdida, se extendió por numerosos periódicos anarquistas de la época, entre los que recordamos “Il Liberiano” de La Spezia, “Cronaca Libertaria” de Milán, “Iconoclasta” de Pistoia, “Gli Scamiciati” de Pegli, “Pagine Libertarie” de Milán, “Il Proletariato” de Pontremoli y la revista “Vertice”.
Dos años después de su muerte el grupo anarqusita “Los hijos del Etna” de Siracusa publicó “Hacia la Nada Creadora” y “Por encima del Arco”, ambos reeditados entre 1.949 y 1.953 del Grupo Editorial Albatros, de Florencia. La edición de “Hacia la Nada Creadora” que presentamos es la americana de 1.939, a cargo de Virginio de Martin.
INTRODUCCIÓN
El bello prefacio del ignoto hijo del Etna y las páginas de expresión heroica de Renzo Novatore yo solamente recomiendo que sean bien leídas y comprendidas. Militante libertario durante veinte años, él escribió estas páginas durante los episodios ocurridos en Italia en 1.919-1.921.
Viento de reconquista que despertó a todo el pueblo italiano, inmerso en el dolor acumulado durante las danzas macabras de la gran guerra; los más tiernos jóvenes de Italia habían muerto en un mar de sangre mientras los viejos, las mujeres y los niños morían de dolor y de hambre.
La muerte era lenta, no sabían ni vivir ni morir, y fue en esta lúgubre noche cuando los individualistas y los iconoclastas oyeron los gritos y encendieron las antorchas cantando extrañas canciones:
que la vida era hermosa y hermosa era la Lucha contra los verdugos y los tiranos. La gorda y mediocre burguesía cebada con los beneficios de la guerra se regocijaba y dormía en medio de sueños placenteros, y fue Bruno Filippi el primer iconoclasta que el 7 de septiembre de 1.919 por la mañana como un violenta sacudida sísmica despertó a Milán y a la escoria plebeya y aristocrática. El Milán de los búhos y cocodrilos sintió como se resquebrajaba el terreno a los pies de un rumor espantoso, Bruno se había dirigido contra la ley e hizo temblar a los hombre y a las cosas… Y Renzo Novatore aderezó el baile con la poesía… De los libres y fuertes riendo… El orgulloso Pueblo Cadorino al unísono sonrió… Sintió la imperiosa necesidad de vivir su propia vida en la atmósfera alta y sublimemente intelectual del pensamiento propugnante del gozo de vivir. Como rubias y felinas leonas, las mujeres del Alto Cadore incitadas por los rebeldes cogieron a sus pequeños e incitaron a los habitantes de las majestuosas y perfumadas forestas verdes y salvajes a conquista la libertad y la vida riendo. La filosofía de Renzo Novatore es la más hermosa, y la única vía para quien pretende vivir intensamente la vida.
Virginio De Martin
PREFACIO
¡Triste historia la del anarquismo individualista en Italia!
Incomprendido en la tristeza de su Dolor y en la dicha de su Gozo; ridiculizado por cuantos podían entenderlo si no admirarlo, la mofa no llegó nunca a las altiplanicies soleadas del Odio, pero se insinuó, denigró, vilipendio…en la sombra… como un espía…por miedo: traicionado por algunos de sus defensores de un día que con los años habían perdido la fe en la Nada, fue acusado de debilidad, de aberraciones, de intolerancia…y débiles, los desviados, los intolerantes eran ellos, los desilusionados.
Más allá de las incompresiones, la mofa, por encima de la traición iluminó – aun con rayos – la noche de todas las renuncias.
Y los suyos fueron faros para los anormales, los rebeldes, los vagabundos, en la noche de las renuncias que dura.
¿Se consumieron en instantes o en eras? Nada pidieron
…Y los faros continúan aún encendidos…
***
Minoría absoluta en lucha con una mayoría potentemente organizada, los individualistas luchan para realizar su ideal repleto de cantos, flores, luces más allá y fuera de la sociedad burguesa.
No tienen fe en los compañeros, porque reconocen que el compañero no es una afinidad electiva como el amigo.
Y por un sueño se baten, por un sueño sacrifican tesoros de afecto, por un sueño viven.
Seguros de la derrota, viven la Lucha, y serán los eternos derrotados, porque el día que venciesen sería el fin, y ellos quieren ser el inicio.
***
Renzo Novatore en estas páginas es el individualista tipo, así como lo entiendo yo meridionalísimo.
Un gran rebelde, un rudo artista de la pluma, un maestro de la armonía. Riquísimo de sentimientos, en cada página dona una pequeña parte de sí mismo, porque sabía que una acción es noble, un afecto grande, solo cuando hay sacrificio.
…Y como los demás no fue comprendido. Y como los demás fue calumniado…
Pero él estaba tan metido en cantar sus canciones a los amigos que no se dio cuenta.
Trabajo que surgió de golpe en un momento de inspiración, que en los trabajos de corrido se siente la falta del pulimento, pero se conserva la virginidad de las impresiones.
Su modo de escribir es una melodía enervante y fascinante a la vez, que tiene algo de lo bárbaro y las repeticiones son el motivo dominante, demasiado ligado al autor como para que lo pueda abandonar.
Autodidacta, Renzo Novatore desconocía el comercio de los sentimientos más queridos y así los extendió a manos llenas sin pedir nada a cambio. Y nosotros aquellas flores las recogimos y conservamos, aquellas pálidas camelias, para ofrecerlas un día a quien sabrá apreciar el perfume.
El Hijo del Etna
I
Nuestra época es una época de decadencia. La civilicación burguesa-cristiano-plebeya ha llegado hace mucho tiempo al punto muerto de su evolución…
¡Ha llegado la democracia!
Pero bajo el falso esplendor de la civilización democrática, los más altos valores espirituales han caído rotos en pedazos.
La fuerza volitiva, la individualidad bárbara, el arte libre, el heroísmo, el genio, la poesía, han sido objeto de burla, ridiculizados, calumniados.
Y no en nombre del “yo”, sino de la “colectividad”. No en nombre del “único”, sino de la “sociedad”.
Así el cristianismo — condenando la fuerza primitiva y salvaje del instinto virginal — mató el “concepto” vigorosamente pagano del gozo terreno. La democracia — su hijita — lo glorificó haciendo apología de este delito y celebrando la siniestra y vulgar grandeza…
¡Ahora ya lo sabemos!
El cristianismo fue el filo envenenado clavado brutalmente en la carne sana y palpitante de toda la humanidad: fue una fría ola de tinieblas impulsada con furia místicamente brutal que ofuscó el hedonismo sereno y festivo del espíritu dionisiaco de nuestros padres paganos.
En una fría velada invernal que se precipitó fatalmente sobre un caluroso mediodía de verano! Fue él – el cristianismo – que sustituyendo con el fantasma del “dios” la realidad palpitante del “yo”, se declaró enemigo feroz del gozo de vivir, y se vengó vilmente con la vida terrena.
Con el cristianismo la Vida fue enviada a la añoranza en los pavorosos abismo de las más amargas renuncias; fue empujada a los glaciales de la renegación y de la muerte. Y de este helado lugar de renegación y de muerte nació la democracia…
Puesto que ella — la madre del socialismo — es la hija del cristianismo.
II
Con el triunfo de la civilización democrática se glorificó a la plebe del espíritu. Con su feroz antiindividualismo – la democracia – pisoteó – al ser incapaz de comprenderla – toda heroica belleza del “yo” anticolectivista y creador.
Los sapos burgueses y las ranas proletarias se estrecharon las manos en una común vulgaridad espiritual, comunicándose religiosamente en el cáliz de plomo que contenía el viscoso licor de las mismas mentiras sociales que la democracia tanto a unos como a otros presentaba.
Y los cantos, que burgueses y proletarios entonaron a su comunión espiritual, fueron un común y fragoroso “¡Hurra!” a la Oca victoriosa y triunfante.
Y mientras los “¡hurras!” estallaban altos y frenéticos, ella – la democracia – se iba poniendo la gorra plebeya sobre la lívida frente, proclamando – siniestra y feroz ironía – los iguales derechos… ¡del Hombre!
Fue entonces cuando las águilas, dentro de su prudente consciencia, batieron más fuerte sus titánicas alas, librándose – asqueadas ante el trivial espectáculo – hacia las cimas solitarias de la meditación.
Así, la Oca democrática, permaneciendo reina del mundo y señora de todas las cosas, imperó dueña y soberana.
Pero visto que por encima de ella algo reía esperando, ella, por medio del socialismo, su único y verdadero hijo, hizo lanzar una piedra y un verbo, en el bajo dominio cenagoso donde croaban sapos y ranas, para levantan un combate de panzas, y hacerlo pasar por una guerra titánica de ideas soberbias y de espiritualidad. Y en los pantanos, el combate se produjo…
Se produjo en modo tan evidente, hasta a salpicar el fango ¡tan alto como para ensuciar las estrellas!
Así, con la democracia, todo fue contaminado.
¡Todo!
Incluso aquello de entre lo mejor.
Incluso aquello de entre lo peor.
En el reino de la democracia, las luchas que se abrieron entre capital y trabajo, fueron luchas raquíticas, larvas impotentes de guerra, carentes de todo contenido de alta espiritualidad, y de toda valerosa grandeza revolucionaria, ¡incapaces de crear otro concepto de vida más fuerte y más bella!
Burgueses y proletarios, aun pegándose por cuestión de clase, de dominio y de instinto, se mantuvieron por siempre hermanados en el odio común hacia los grandes vagabundos de espíritu, contra los solitarios de la Idea. Contra todos los atormentados del pensamiento, contra todos los transfigurados por una belleza superior
Con la civilización democrática, Cristo ha triunfado…
“Los pobres de espíritu”, más el paraíso de los cielos, han tenido la democracia sobre la tierra. Si el triunfo non fuese todavía completado, lo cumplirá el socialsimo. En su concepto teórico lo ha anunciado tanto tiempo ha. El tiende a “nivelar” todos los valores humanos. Atentos, ¡oh jóvenes espíritus!
La guerra contra el hombre individuo fue iniciada por Cristo en nombre de Dios, fue desarrollada por medio de la democracia en nombre de la sociedad, amenaza de completarse en el socialismo, en nombre de la humanidad.
Si no sabemos destruir a tempo estos tres fantasmas tan absurdos como peligrosos, el individuó se encontrará irremisiblemente perdido.
Hace falta che la revuelta del “yo” se expanda, se ensanche, ¡se generalice!
Nosotros – los precursores del tiempo – ¡hemos encendido ya los faros!
Hemos encendido la antorcha del pensamiento.
Hemos blandido el hacha de la acción. ¡Y los hemos destrozado, los hemos dejado en evidencia!
Pero nuestros “delitos” individuales deben ser el anuncio fatal de la gran tempestad social.
La gran y tremenda tempestad que hará hundirse a todos los edificios de las mentiras convencionales, que tirará abajo los muros de todas las hipocresías, ¡que reducirá el viejo mundo a un montón de escombros y ruinas humeantes!
Porque es de estos escombros, de Dios, de la sociedad, de la familia y de la humanidad, que podrá nacer lozana y festiva la nueva alma humana, la nueva alma humana. Esta nueva alma humana que sobre las ruinas de todo un pasado cantará el nacimiento del hombre liberado: del “yo” libre y grande. (uno, grande y libre , ¿Ése no era Hayis?
III
Cristo fue un paradójico equívoco de los evangelios. Fue un triste y doloroso fenómeno de decadenzia, nacido del cansancio pagano.
El Anticristo es el hijo de todo el odio gallardo que la vida ha acumulado en lo secreto de su fecundo seno, durante los más de veinte siglos de dominio cristiano.
Porque la historia se repite.
Porque el eterno retorno es la ley que rige el universo.
¡Es el destino del mundo!
¡Es el eje sobre el cuál gira la vida!
Para recurrirse.
Para contradecirse.
Para recorrerse.
Para no morir…
Porque la vida es movimiento, acción.
Que recorre el pensamiento,
que busca el pensamiento,
que ama el pensamiento.
Y este anda, corre, se afana.
Quiere arrastrar a la Vida al reino de las ideas.
Pero cuando la vía está impracticable, entonces, se lamenta el pensamiento.
Llora y se desespera…
Puesto que el cansancio lo hace débil, lo vuelve cristiano.
Entonces él coge a la hermana Vida de la mano y trata de confinarla en el reino de la muerte.
Pero el Anticristo – el espíritu del instinto más misterioso y profundo – reclama para sí la Vida,
gritándole bárbaramente: ¡Empecemos de nuevo!
¡Y la Vida vuelve a empezar!
Porque no quiere morir.
Y si Cristo simboliza el cansancio de la vida, el ocaso del pensamiento: ¡la muerte de la idea!
El Anticristo simboliza el instinto de la vida.
Simboliza la resurrección del pensamiento.
El Anticristo es el simbolo de una nueva aurora.
IV
Si la moribunda civilización democrática (burguesa-cristiano-plebeya) consiguió nivelar el alma humana, negando todo alto valor espiritual emergente por encima de ella, no consiguió – afortunadamente- nivelar las diferencias de clase, de privilegio y de casta, las cuales – como ya habíamos dicho – permanecieron divididas solamente por una cuestión de estómago.
Puesto que – para unos y para otros – el estómago se mantuvo – se necesita confesarlo, y no sólo confesarlo – como ideal supremo. Y el socialismo todo esto lo comprendió…
Lo comprendió, y hábilmente – y prácticamente quizás útil, ahora ya especulador* – echó el veneno de sus groseras doctrinas de igualdad (igualdad de piojos, delante de la sacra majestad del Estado soberano) dentro de los pozos de esclavitud donde feliz aplacaba su sed la inocencia.
Pero el veneno que el socialismo extendió no era el veneno potente capaz de dar virtudes heroicas a quien lo hubiese bebido.
No: no era el veneno radical capaz de cumplir el milagro que ensalza – trasfigurándola y liberándola – el alma humana. Sino que era una mezcla híbrida de “sí” y de “no”.
¡Un lívido pastiche de “autoridad” y de “fe”, de “Estado” y de “advenir”!
Así que, con el socialismo, la plebe proletaria se sintió otra vez más cercana a la plebe burguesa y juntos se dirigieron hacia el horizonte, esperando confiados al Sol del Advenir!
Y eso porque, mientras el socialismo no fue capaz de transformar la manos temblorosas de los esclavos en garras iconoclastas, impías y rapaces; al mismo tiempo fue también incapaz de transformar la mezquina avaricia de los tiranos en alta y superior virtud donadora.
Con el socialismo, el círculo vicioso y viscoso, creado por el cristianismo y desarrollado por la democracia, no fue destruido. Al contrario, se consolidó aún más…
El socialismo permaneció en medio del tirano y del esclavo como un puente peligroso e impracticable; como un falso eslabón de conjunción; como el equivoco del “sí” y del “no” que forman el pegote en el que reside su absurdo principio informador.
Y nosotros hemos visto, una vez más, el juego fatalmente obsceno que nos ha provocado náuseas.
Hemos visto socialismo, proletariado y burguesía, volver a entrar juntos en la órbita de la más baja pobreza espiritual para adorar a la democracia. Pero siendo – la democracia – el pueblo que gobierna al pueblo a golpe de bastón – por amor del pueblo, como un día Oscar Wilde vino a sentenciar – era lógico que los verdaderos espíritus libres, los grandes vagabundos de la Idea, sintiesen más fuerte la necesidad de impulsarse decididamente hacia el extremo confín de su iconoclastia de solitarios, para preparar en el silencioso desierto la aguerridas falanges de las águilas humanas, que intervendrán furibundas en la trágica celebración de la víspera social, para aferrar a la civilización democrática entre sus garras, ¡y dejarla caer en el vacío del abismo de un viejo tiempo ya pasado!
*da abile – e praticamente forse utile, ormai speculatore (forse significa “quizás” y ormai “ahora ya” para indicar un punto de no retorno o en un momento concreto) No se me ocurre como traducirla exactamente.
V
Cuando los burgueses fueron arrodillados a la derecha del socialismo, en el sagrado templo de la
democracia, se acomodaron tranquilamente sobre el lecho de la espera para dormir su absurdo
sueño de paz. Pero los proletarios, que bebiendo el veneno socialista habían perdido su inocencia
feliz, gritaron desde la parte izquierda, turbando el sueño tranquilo de la idiota
burguesía criminal.
Mientras tanto, en las más altas montañas del pensamiento los vagabundos de la idea vencían la náusea,
anunciando que algo parecido a la risa fragorosa de Zaratustra había siniestramente producido su eco…
El viento del espíritu, igual al huracán, habría tenido que compenetrar el alma humana y levantarla
impetuosamente en el torbellino de ideas para arrollar a todos los viejos valores en la tiniebla
del tiempo, realzando en el sol la vida del instinto sublimado por el nuevo pensamiento.
Pero los sapos burgueses comprendieron, despertándose, que algo incomprensible gritaba
en lo alto, amenazando su baja existencia. Sí: comprendieron que desde lo alto venía algo como
una piedra, un estrépito, una amenaza.
Comprendieron que la voz satánica de los frenéticos precursores del tiempo anunciaba una
furibunda tormenta que, partiendo de la voluntad renovadora de unos pocos solitarios, explotaba
en las vísceras de la sociedad para empezar de cero.
Pero no comprendieron (y no lo comprenderán hasta que no sean aplastados) que eso
que pasaba sobre el mundo era el ala potente de una libre vida, en el batido de la cual estaba
la muerte del “hombre burgués” y del “hombre proletario”, para que todos los hombrees fuesen
“únicos” y “universales” al mismo tiempo.
Y este fue el motivo por el cual todas las burguesías del mundo sonaron al unísono sus campanas,
acuñadas de falso metal idealístico, llamando a una gran reunión.
Y la reunión fue general…
Todas las burguesías se refugiaron juntas.
Acurrucadas juntas entre los viscosos juncos crecidos en el pantano de sus mentiras comunes y allí, en el
silencio del fango, decidieron el exterminio de las ranas proletarias, sus siervas y amigas…
Del feroz complot formaron parte todos los sacerdotes de Cristo y de la democracia.
Presenciaban también todos los ex-apóstoles de las ranas. La guerra se decidió y el príncipe de las
viboras negras bendijo las armas fratricidas en nombre de aquel dios que dijo “no matarás”,
mientras el simbólico vicario de la muerte imploró a su idea que viniese a bailar sobre el mundo.
Entonces el socialismo – como hábil acróbata y práctico saltimbanqui – dio un salto adelante.
Saltó sobre el filo extendido de la sentimental especulación política, se ciñó de negro la frente; y,
doloriéndose y llorando, así más o menos, habló: “Yo soy el verdadero enemigo de la violencia.
Soy enemigo de la guerra, y más enemigo de la revolución. Soy el enemigo de la sangre”.
Y después de haber hablado nuevamente de “paz” y de “igualdad”, de “fe” y de “martirio”,
de “humanidad” y de “advenir”, entonó una canción sobre motivos del “sí” y del “no”, plegó la cabeza
y lloró,
Lloró lágrimas de Judas, ¡que no son ni siquiera el “me lavo las manos” de Pilatos!
Y las ranas partieron…
Partieron hacia el reino de la suprema vileza humana.
Partieron hacia el fango de todas las trincheras.
Partieron.
¡Y la muerte vino!
Vino ebria de sangre y danzó macabramente sobre el mundo.
Por cinco largos años…
Fue entonces que los grandes vagabundos del espíritu, aquejados de una nueva náusea, cabalgaron otra
vez sobre sus libres águilas para librarse vertiginosamente en la soledad de sus lejanos glaciares ríendo y maldiciendo.
También el espíritu de Zaratustra – el más auténtico amante de la guerra y el más sincero amigo de los
guerreros – tuvo que permanecer bastante asqueado e indignado puesto que alguno lo sintió
exclamar: “Vosotros deberéis ser para mí aquellos que tienden sus miradas en busca del enemigo
de vuestro enemigo. Y en algunos de vosotros el odio se manifiesta en la primera mirada. Vosotros deberéis buscar
a vuestro enemigo, combatir vuestra guerra, ¡y eso por vuestras ideas!
Y si vuestra idea sucumbe, ¡que vuestra rectitud grite al triunfo!”.
Pero, ¡ay! La predicación heroica del bárbaro liberador ¡no valió de nada!
Las ranas humanas no supieron distinguir a su enemigo, ni combatir por las propias ideas.
(¡Las ranas no tienen ideas!).
Y no conociendo a su enemigo, ni teniendo ideas propias, combatieron por el vientre de sus
hermanos en Cristo, por sus iguales en democracia.
Combatieron contra sí mismos por su enemigo.
Abel, renacido, moría por Caín una segunda vez.
¡Pero esta vez por sí mismo!
Voluntariamente…
Voluntariamente, porque podía revolverse y no lo ha hecho…
Porque podía decir: ¡no!
O ¡sí!
Porque diciendo: “no”, ¡habría sido fuerte!
Porque diciendo: “sí”, habría demostrado “creer” en la “causa” por la que combatía.
Pero no ha dicho ni “sí” ni “no”.
¡Ha partido!
¡Sin luchar!
¡Como siempre!
Ha partido…
¡Se ha dirigido hacia la muerte!…
Sin saber el porqué.
Como siempre.
Y la muerte ha venido…
Ha venido a bailar sobre el mundo: ¡por cinco largos años!
Y danzó macabramente sobre las cenagosas trincheras de todas las partes del mundo.
Danzó con pies fulgurantes…
Danzó y rió…
Rió y danzó…
¡Por cinco largos años!
¡Ah! Cuan vulgar es la muerte que danza sin tener sobre el dorso las alas de una idea…
Que cosa más idiota el morir sin saber el porqué…
Nosotros la hemos visto – cuando bailaba – a la Muerte.
Era una Muerte negra, sin transparencias de luz.
¡Era una muerte sin alas!
Cuan fea y vulgar…
Cuan torpe era la danza.
¡Pero aun así bailaba!
Y como iba segando las vidas – danzando – de todos los superfluos, y todos aquellos que estaban de más. Todos
aquellos por los que – dice el gran liberador – fue inventado el Estado.
Pero ¡ay! No solamente a aquellos se llevaba…
La muerte – para vengar al Estado – ha eliminado también a los no inútiles, ¡incluso a los necesarios!…
Pero aquellos que no eran inútiles, aquellos que no estaban de más, aquellos que cayeron
diciendo “¡no!”
Serán vengados.
Nosotros los vengaremos.
¡Los vengaremos porque eran hermanos nuestros!
Los vengaremos porque cayeron con las estrellas sobre los ojos.
Porque muriendo han bebido del sol.
El sol de la vida, el sol de la lucha, el sol de una Idea.
VI
¿Qué ha renovado la guerra?
¿Dónde esta la transfiguración heroica del espíritu?
¿Donde tienen colgadas las tablas fosforescentes de los nuevos valores humanos?
¿En que templo han sido depuestas las sagradas ánforas de oro che encierran los corazones luminosos y
flamantes de los heroes dominadores y creadores?
¿Dónde está el esplendor majestuoso del gran y nuevo mediodía?
Ríos temerosos de sangre lavaron todos las glebas y recorrieron todos los senderos del mundo.
Torrentes espantosos de lágrimas hicieron resonar los ecos de su desgarrador lamento a través de
los vórtices de toda la tierra: montañas de huesos y de restos humanos en todas partes blanquearon y
en todas partes se pudrieron al sol.
Pero nada se transformó, ¡nada evolucionó!
Solo el vientre burgués eructó de saciedad y el proletario gritó por demasiada hambre.
¡Ya basta!
Con Karl Marx el alma humana descendió al intestino.
El rugido que hoy pasa sobre el mundo es siempre un rugido del vientre.
Pueda nuestra voluntad transformarlo en grito del alma.
En tormenta espiritual.
En grito de libre vida.
En huracán de relámpagos.
Pueda nuestro fulgor descomponer la realidad del presente, destrozar la puerta de lo desconocido
misterio de nuestro sueño anhelado, y mostrarnos la belleza suprema del hombre liberado.
Porque nosotros somos los locos precursores del tiempo.
Las hogueras.
Los faros.
Las señales.
Los primeros anuncios.
VII
¡La guerra!
¿La recordáis?
¿Qué ha creado la guerra?
Ved:
La mujer vendió su cuerpo y a su prostitución la llamo amor libre.
El hombre. Que se dedicó a fabricar proyectiles y a predicar la sublime belleza de la
guerra, llamó a su vileza: “¡fina astucia y sagacidad heroica!”.
Aquel que vivió siempre de infamia inconsciente, de vileza, de humildad, de indiferencia y de renuncias
débiles, imprecó contra los pocos audaces – que había siempre detestado – porque no tuvieron
la fuerza suficiente para impedir que su vientre fuese reventado por aquellas armas que el
mismo había construido por un vil trozo de pan.
Porque también los pobres de espíritu – aquellos que, mientras la parte más noble de la humanidad
entra en el infierno de la vida, permanecen siempre fuera calentándose – estos siervos humildes y
devotos de su tirano, estos calumniadores inconscientes de las almas superiores, también estos,
digamos, no querían partir.
No querían morir.
Se contorsionaban, lloraban, imploraban, ¡suplicaban!
Pero todo eso por un bajo instinto de conservación impotente y animal, carente de todo
impulso heroico de revuelta y no por otras cuestiones de humanidad superior, de refinada
profundidad sentimental, de belleza espiritual.
No, no, ¡no!
¡Nada de todo esto!
¡El vientre!
El vientre animal solamente.
Ideal burgués – ideal proletario – ¡por el vientre!
Y mientras tanto la muerte vino…
¡Vino a danzar por el mundo sin tener sobre el dorso las alas de una idea!
Y danzó…
Danzó y río.
Por cinco largos años…
Y mientras sobre los confines, borracha de sangre, la muerte sin alas danzaba, en casa, en el sagrado ábside
del interior, declamaba y cantaba – sobre vulgares “gazetas” de la mentira – la
milagrosa evolución moral y material cumplida por nuestras mujeres y la suprema
cima espiritual sobre la cual ascendía nuestro heroico infante glorioso. Aquel que moría
llorando, sin saber el “porqué”.
Cuantas mentiras feroces, cuanto cinismo vulgar vomitaban sus “gazetas” las
siniestras almas de la democrática sociedad y del Estado
¿Quién recuerda la guerra?
Como graznaban los cuervos…
¡Los cuervos y las lechuzas!
¡Y mientras tanto la Muerte danzaba!
¡Danzaba sin tener sobre el dorso las alas de una idea!
¡De una idea peligrosa que fecunda y crea!
Danzaba…
¡Danzaba y reía!
Y como les segaba la vida – danzando – a los superfluos. Todos aquellos que estaban de más. Aquellos por los que
fue inventado el Estado.
Pero, ¡ay! No solamente a aquellos se llevaba…
¡Eliminaba también a aquellos que tenían rayos de sol en los ojos, que tenían en la pupilas las estrellas!
¿Dónde está el arte épico, el arte heroico, el arte supremo que la guerra os había prometido? ¿Dónde la vida
libre, el triunfo de la nueva aurora, el esplendor del mediodía, la gloria festiva del sol?
VIII
¿Dónde está la redención de la esclavitud material?
¿Dónde está quien ha creado la fina y profunda poesía que debía germinar dolorosamente en
este trágico y temible abismo de sangre y de muerte, para decirnos el sufrimiento silencioso y
cruel probado por el alma humana?
¿Quién nos ha dicho la palabra dulce y buena que se dice una mañana serena tras una terrible
noche de huracanes?
¿Quién nos ha dicho la palabra dominadora que nos hace grandes como el propio dolor, puros en la
belleza y profundos en la humanidad?
¡Quién es, quién ha sido alguna vez el genio que ha sabido inclinarse con amor y con fe ante las heridas
abiertas en carne viva de nuestra vida, para acoger todo el noble llanto, para que
la serena risa del espíritu redentor pudiese arrancar las garras a los famélicos monstruos de nuestros
errores pasados para hacernos ascender hacia el concepto de una ética superior, donde, a través del
principio luminoso de la belleza humana purificada en la sangre y en el dolor, pudiésemos
erguirnos fuertes y majestuosos – como flecha tensa en el arco de la voluntad – para cantar a la vida
terrena la más profunda y suave melodía de la más alta de todas nuestras esperanzas!
¿Dónde? ¿Dónde?
¡Yo no la veo!
¡Yo no la siento!
Miro a mi alrededor, pero no veo más que vulgar pornografía, y falso cinismo…
Al menos si un Homero del arte, y un Napoleón de la acción la guerra nos hubiese dado…
Un hombre que hubiese tenido la fuerza para destruir una época, para crear una nueva historia…
¡Pero nada!
Ni grandes cantores, ni grandes dominadores, la guerra nos ha dado.
Solo larvas mentirosas y siniestras parodias.
IX
La guerra ha pasado lavando la historia y la humanidad en el llanto y en la sangre, pero la época ha
permanecido inalterada.
Época de descomposición…
El colectivismo está moribundo y el individualismo todavía no se ha consolidado;
Ninguno sabe obedecer, ninguno sabe mandar.
Pero de todo esto, a saber vivir libres, hay todavía de por medio un abismo.
Abismo que podrá ser rellenado sólo con el cadáver de la esclavitud y el de la autoridad.
La guerra no podía rellenar este abismo. Podía solamente excavarlo más profundo.
Pero eso que la guerra no podía hacer, debe hacerlo la revolución.
La guerra ha hecho a los hombres más brutales y plebeyos.
¡Más triviales y más feos!
La revolución debe volverlos mejores.
¡Debe ennoblecerlos!
X
En este punto – socialmente hablando – hemos resbalado en la pendiente fatal, y ya no hay
posibilidad de volver atrás.
Intentarlo sería un delito.
Pero no un delito noble y grande.
Sino un delito vulgar. Un delito más que inútil y vano. Un delito contra la carne de nuestras ideas.
Porque nosotros no somos los enemigos de la sangre…
¡Somos los enemigos de la vulgaridad!
Ahora que la edad del deber y de la esclavitud está agonizando, queremos cerrar el ciclo del
pensamiento teórico y contemplativo para abrir la puerta de la acción violenta, que es voluntad de vida
y espectáculo de expansión.
Sobre los escombros de la piedad de la religión queremos erigir la dureza creadora de nuestro
corazón supremo.
Nosotros no somos admiradores del “hombre ideal” de los “derechos sociales”, sino aquellos que proclaman el
“individuo real”, enemigo de las abstracciones sociales.
Nosotros luchamos por la liberación del individuo.
Por la conquista de la vida.
Por el triunfo de nuestra idea. Por la realización de nuestros sueños.
Y si nuestras ideas son peligrosas, es porque nosotros somos aquellos que aman vivir
peligrosamente.
Y si nuestros sueños son locos, es porque somos locos.
Pero nuestra locura es nuestra sabiduría suprema.
Pero nuestras ideas son el corazón de la vida; y nuestros pensamientos son los faros de la humanidad.
Y eso que la guerra no ha hecho debe hacerlo la revolución.
Porque la revolución es el fuego de la voluntad y una necesidad de nuestras almas solitarias,
y un deber de la aristocracia libertaria.
Para crear nuevos valores éticos.
Para crear nuevos valores estéticos.
Para acomunar la riqueza material.
Para individualizar la riqueza espiritual.
Porque nosotros – cerebrales violentos y sentimentales pasionales al mismo tiempo -
comprendemos y sabemos que la revolución es una necesidad del dolor silencioso que
produce espasmos en lo hondo, y una necesidad de los espíritus libres que los produce arriba.
Porque, si el dolor que los provoca abajo quiere ascender hasta la feliz sonrisa del sol,
los espíritus libres que los provocan arriba ya no quieren sentirse las pupilas ofendidas por el
dolor de la vulgar esclavitud que los circunda.
El espíritu humano está dividido en tres corrientes:
¡La corriente de la esclavitud, la corriente de la tiranía, la corriente de la libertad!
Con la revolución se necesita que la última de estas tres corrientes irrumpa sobre las otras dos y las arrolle.
Se necesita que cree la belleza espiritual, que enseñe a los pobres la vergüenza de su pobreza,
y a los ricos la vergüenza de su riqueza.
Se necesita que todo eso que se llama “propiedad material”, “propiedad privada”, “propiedad
exterior” se convierta para los individuos en lo mismo que el sol, la luz, el cielo, el mar, las estrellas.
¡Y ello vendrá!
Vendrá porque nosotros – los iconoclastas – ¡la violentaremos! Sólo la riqueza ética y espiritual
es invulnerable. Es verdadera propiedad del individuo. ¡El resto no! ¡El resto es vulnerable! Y todo eso
que es vulnerable será vulnerado. Lo será por la potencia libre de prejuicios del “yo”. Por la fuerza
heroica del hombre liberado.
Y más allá de toda ley, de toda moral tirana, de toda sociedad, de todo concepto de falsa humanidad…
Nosotros no debemos dedicar nuestros esfuerzos a transformar la revolución que se avecina en “delito
anarquista”, para empujar a la humanidad más allá del Estado, más alla del socialismo. Hacia la Anarquía.
Si con la guerra los hombres no pudieron sublimarse en la muerte, la muerte ha purificado la sangre de los caídos.
Y la sangre que la muerte ha purificado – y que el suelo ávidamente ha bebido – ¡ahora grita bajo tierra!
¡Y nosotros solitarios, nosotros no somos los cantores de vientre, sino los oyentes de los muertos; de las voces
de los muertos que gritan bajo tierra!
De la voz de la sangre “impura” que se ha purificado en la muerte.
¡Y la sangre de todos los caídos grita!
¡Grita bajo tierra!
Y el grito de esta sangre nos llama también a nosotros hacia el abismo…
Tiene necesidad de ser liberado!
¡Oh jóvenes mineros, preparaos!
Preparemos antorchas y antiminas.
Se necesita ablandar el terreno.
¡Ya es hora! ¡Ya es hora! ¡Ya es hora!
La sangre de los muertos debe ser liberada.
Quiere alzarse desde las tenebrosas profundidades para lanzarse hacia el cielo y conquistar las estrellas.
Porque las estrellas son las amigas de los muertos.
Son las buenas hermanas que los han visto morir.
Son aquellas que todas las tardes van a su sepulcro con los pies de luz y les dicen.
¡Mañana!…
Y nosotros – los hijos del Mañana – hemos venido hoy a deciros:
¡Ya es hora! ¡Ya es hora! ¡Ya es hora!
Y hemos venido en las horas que preceden al amanecer…
¡En compañía del alba y de las últimas estrellas!
Y a los muertos hemos añadido más muertos…
¡Pero todos aquellos que caen tienen en la pupila una estrella de oro que brilla!
Una estrella de oro que dice:
“La vileza de los hermanos que quedan se convertirá en sueño creador: ¡en heroísmo vengador!
Porque, si no fuese así, no merecería morir!”.
Cuán triste debe ser el morir.
¡Sin una esperanza en el corazón… sin una llama en el cerebro; sin un gran sueño
en el alma; sin una estrella de oro que brilla en nuestra pupila!
***
La sangre de los muertos – de nuestros muertos – grita bajo tierra. Nosotros lo oímos claro y diáfano
aquel grito. Aquel grito que nos embriaga de sufrimiento y dolor.
Y no podemos, ni queremos, permanecer sordos ante aquella voz… nosotros. No queremos permanecerle
sordos, porque la vida nos ha dicho: “Quién permanece sordo a la voz de la sangre no es digno de mí.
Porque la sangre es mi vino; y los muertos mi secreto. ¡Sólo a aquél que escuche la voz
de los muertos, le será resuelto el enigma de mi gran misterio!”
Y nosotros responderemos a esta voz:
¡Porqué solo aquéllos que saben responder a la voz del abismo pueden conquistar las estrellas!
Yo me dirijo a ti, ¡oh hermano mío! A ti me dirijo y te digo:
“Si eres de aquellos que están arrodillados sobre el medio círculo, cierra los ojos en la
tiniebla y precipítate en el abismo.
Sólo así podrás rebotar hasta las más altas cimas y abrir de par en par tus grandes pupilas en el sol”.
Porque no se puede ser águila sin ser buzo. No se puede uno mover a su antojo por las cimas
cuando no se es capaz de hacerlo en las profundidades. En el fondo habita el dolor, en lo alto el tormento.
Sobre el ocaso de todas las edades, surge un único amanecer entre dos atardeceres distintos.
Entre las luces vírgenes de este único amanecer, el dolor del buzo que
se encuentra en nosotros debe unirse al tormento del águila que aún vive en nosotros,
para celebrar las trágicas y fecundas nupcias de la perpetua renovación.
Renovación del “yo” personal entre las tormentas colectivas y los huracanes sociales.
Porque la soledad perenne es sólo de los santos que reconocen en dios su testimonio.
Pero nosotros somos los hijos ateos de la soledad. Somos los demonios solitarios sin testigos.
En el fondo, queremos vivir la realidad del dolor; en lo alto, el dolor del sueño…
¡Para vivir intensamente y peligrosamente todas las batallas, todas las derrotas, todas las victorias,
todos los sueños, todos los dolores y todas las esperanzas! ¡Y queremos cantar al sol,
queremos gritar a los vientos! Porque nuestro cerebro es una hoguera centelleante donde el gran fuego
del pensamiento crepita y arde en locos y gozosos tormentos.
Porque la pureza de todos los amaneceres, la llama de todos los mediodías, la melancolía de todos los
ocasos, el silencio de todas las tumbas, el odio de todos los corazones, el murmullo de todos los bosques,
y las sonrisa de todas las estrellas, son las notas misteriosas que componen la música secreta
de nuestra alma rebosante de exuberancia vital.
Porque en lo profundo de nuestro corazón oímos hablar a una voz de humana individuación
tan imperiosa y gallarda que, muchas veces, al escucharla sentimos miedo y terror.
Porque la voz que habla, es la voz de Él: el Demonio alado de nuestras profundidades.
XI
Ya ha quedado demostrado…
¡La vida es dolor!
¡Pero nosotros hemos aprendido a amar el dolor, para amar la vida!
Porque amando el dolor hemos aprendido a luchar.
Y en la lucha – en la lucha solamente – está el gozo de nuestro vivir.
Permanecer suspendidos a la mitad no es tarea para nosotros.
El círculo de en medio* simboliza el viejo “sí y no”.
La impotencia del vivir y del morir.
Es el círculo del socialismo, de la piedad y de la fe.
Pero nosotros no somos socialistas…
Somos anarquistas. E individualistas, y nihilistas, y aristocráticos.
Porque venimos de los montes.
Desde la proximidad a las estrellas.
Venimos desde lo alto: ¡para reír y maldecir!
Hemos venido para encender sobre la tierra una selva de hogueras, para iluminarla a lo largo de la noche
que precede el gran mediodía.
Y nuestras hogueras se apagarán solamente cuando el incendio del sol descubra mejestuoso sobre
el mar. Y se ese día no debiese llegar, nuestras hogueras continuarán crepitando
trágicamente entre las tinieblas de la noche eterna.
Porque nosotros amamos todo aquello que es grande.
¡Somos amantes de cada milagro, los hacedores de cada prodigio, los creadores de cada maravilla!
Sí: ¡lo sabemos!…
Hay cosas grandes tanto en el bien como en el mal.
¡Pero nosotros vivimos más allá del bien y del mal, porque todo aquello que es grande pertenece a la belleza!
También el “delito”.
También la “perversidad”.
¡También el “dolor”!
¡Y nosotros queremos ser grandes como nuestro delito!
Para no calumniarlo:
¡Queremos ser grandes como nuestra perversidad!
Para volverla consciente.
Queremos ser grandes como nuestro dolor.
Para ser dignos.
Porque venimos desde lo alto. Desde la casa de la Belleza.
Hemos venido para encender sobre la tierra una selva de hogueras para iluminarla a lo largo de la noche que
precede el gran mediodía.
Hasta la hora en que el incendio del sol explotará majestuoso sobre el mar.
Porque queremos celebrar la fiesta del gran prodigio humano.
Queremos que nuestra alma vibre en un nuevo sueño.
Queremos que de este trágico ocaso social nuestro “yo” salga calmado y ardiente de luz universal.
Porque somos los nihilistas de los fantasmas sociales.
Porque sentimos la voz de la sangre gritar bajo tierra.
Preparemos los antiminas y las antorchas, oh jóvenes mineros.
El abismo nos espera. Precipitémonos al fondo: ¡Hacia la nada creadora!
* Concepto budista: el círculo de en medio representa los 6 estados de la existencia: el mundo de los dioses y semidioses, muerte, infierno, hombres y animales. Mientras que el círculo interno representa la ira, el deseo y la ignorancia, a través del gallo, la serpiente y el cerdo respectivamente. El círculo externo representa la cadena de la causalidad por medio de doce símbolos
XII
Nuestro nihilismo no es nihilismo cristiano.
Nosotros no negamos la vida. ¡No! Nosotros somos los grandes iconoclastas de la mentira.
Y todo aquello que es proclamado “sagrado” es mentira.
Nosotros somos los enemigos de lo “sagrado”.
¡Y hay una ley “sagrada”; una sociedad “sagrada”; una moral “sagrada”; una idea “sagrada”!
Pero nosotros – los dueños y amantes de la fuerza impía y de la belleza volitiva, de la Idea violentadora
– nosotros, los iconoclastas de todo aquello que está consagrado – reímos satánicamente, con una gran sonrisa ancha y burlona.
¡Reímos!…
Y ríendo conservamos el arco de nuestra pagana voluntad de gozar siempre tenso hacia la plena integridad de la vida.
Y nuestras verdades las escribimos con risa.
Y nuestras pasiones las escribimos con sangre.
¡Y reímos!…
Reímos la gran risa sana y roja del odio.
Reímos la gran risa azul y fresca del amor.
¡Reímos!…
Pero riendo nos acordamos, con suma seriedad, que somos los legítimos hijos, los dignos herederos,
de una gran aristocracia libertaria que nos transmitió en la sangre satánicos ímpetus de loco heroísmo,
¡y en la carne olas de poesía, de soles y de canciones!
Nuestro cerebro es una hoguera centelleante, donde el crepitante fuego del pensamiento arde en gozosos tormentos.
Nuestra alma es un oasis solitario siempre floreciente y festivo donde una música secreta canta las complicadas melodías de nuestro alado misterio.
Y en el cerebro nos gritan todos los vientos del monte; en la carne nos gritan todas las tormentas del mar;
todas las Ninfas del Mal; nuestros sueños son ciclos reales habitados por vírgenes musas ardientes.
Nosotros somos los verdaderos demonios de la Vida.
Los precursores del tiempo.
¡Los primeros anuncios!
Nuestra exuberancia vital nos embriaga de fuerza y de desdén.
¡Nos enseña a despreciar la muerte!
XIII
Hoy hemos llegado a la trágica celebración de un gran ocaso social.
El crepúsculo es rojo. El atardecer está ensangrentado. El ansia bate en el viento sus alas ardientes.
Alas rojas de sangre; ¡alas negras de muerte! El Dolor organiza en la sombra al ejército de sus hijos ignotos.
La belleza está en el jardín de la Vida, y está trenzando guirnaldas de flores para coronar la frente de los héroes.
Los espíritus libres han lanzado ya sus fulgores a través del crepúsculo.
Como primeros anuncios de fuego: ¡primeras señales de guerra!
Nuestra época está bajo las ruedas de la historia.
La civilización democrática se dirige hacia la tumba.
La sociedad burguesa y plebeya se deshace fatalmente, ¡inexorablemente!
El fenómeno fascista es la prueba más cierta e irrefutable de ello.
Para demostrarlo no habría más que remontarse en el tiempo e interrogar a la historia.
¡Pero no hay esta necesidad!
¡El presente habla con bastante elocuencia!
El fascismo no es más que el espasmo convulso y cruel de una sociedad plebeya,
pusilánime y vulgar, que agoniza trágicamente ahogada en el pantano de sus vicios y de sus propias mentiras.
Él – el fascismo – celebra estas bacanales suyas con hogueras de llamas, y malvadas orgías de sangre.
Pero del oscuro crepitar de sus lívidos fuegos no salpica ni siquiera una triste chispa de
gallarda espiritualidad innovadora, mientras la sangre que esparce se transforma en vino que los
precursores del tiempo recogen tácitamente en los cálices rojos del odio, destinándolo como
bebida heroica para comunicar a todos lo hijos del dolor social llamados a la crepuscular
celebración del ocaso.
Porque los grandes precursores del tiempo son los hermanos y los amigos de los hijos del dolor.
Del dolor que lucha.
Del dolor que asciende.
¡Del dolor que crea!
Nosotros tomaremos de la mano a estos hermanos ignotos para marchar juntos contra todos los “noes”
de la negación, y juntos subir hacia todos los “síes” de la afirmación; hacia nuevos albores espirituales:
hacia nuevos mediodías de vida.
Porque nosotros somos los amantes del peligro; los temerarios de todas las empresas, los conquistadores de lo imposible,
¡los hacedores y los precursores de todas las “pruebas”!
¡Porqué la vida es una prueba!
Tras la celebración negadora del ocaso social, queremos celebrar el rito del “yo”:
el gran mediodía del individuo íntegro y real.
Para que la noche no triunfe más.
Para que las tinieblas no nos envuelvan más.
Para que el majestuoso incendio del sol perpetúe su fiesta de luz en el ciclo y en el mar.
XIV
El fascismo es un obstáculo demasiado efímero e impotente para impedir el curso del humano
pensamiento que irrumpe más allá de cualquier dique y se desborda más allá de cualquier señal,
arrastrando la acción tras sus pasos.
Es impotente porque es fuerza bruta. Es materia sin espíritu: ¡es noche sin alba! El fascismo es
la otra cara del socialismo. El uno y el otro son dos cuerpos sin alma.
XV
El socialismo es la fuerza material que, actuando a la sombra de un dogma, se resuelve y disuelve en un “no” espiritual.
El fascismo es un tísico del “no” espiritual que tiende – infeliz – a un sí material…
Tanto uno como otro carecen de cualidades volitivas.
Son las tiritas del tiempo: ¡los temporizadores del hecho!
Son reaccionarios y conservadores.
Son los fósiles cristalizados que el dinamismo volitivo de la historia que pasa arrollará juntos.
Porque, en el campo volitivo de los valores morales y espirituales, los dos enemigos se asemejan…
Y se note que, si el fascismo ha nacido, sólo el socialismo es cómplice directo y el padre responsable.
Porque, si cuando la nación, si cuando el Estado, si cuando la Italia democrática,
si cuando la sociedad burguesa se convulsionaba de espasmos y agonía entre las manos nudosas y poderosas del “proletariado” en revuelta,
el socialismo no hubiese impedido vilmente el trágico apretón mortal
- perdiendo las luces de la razón ante los ojos cerrados de ella -
ciertamente el fascismo no habría ni siquiera nacido, a parte de no haber vivido.
Pero el bobo coloso sin alma sin embargo se ha dejado arrastrar
- por causa de que los vagabundos de la idea impulsasen el movimiento de revuelta más allá del signo preestablecido -
a un vulgarísimo juego de siniestra piedad conservadora, y falso amor humano.
Así la Italia burguesa en lugar de morir ha parido…
¡Ha parido al fascismo!
Porque el fascismo es una criatura tísica y deforme, nacida de los amores impotentes del socialismo con la burguesía.
Uno es el padre, la otra la madre. Pero tanto uno como la otra reniegan de la responsabilidad.
Quizás lo encuentran un hijo demasiado desnaturalizado.
Y esto es el por qué lo llaman ¡”bastardo”!
Y el se venga…
Ya bastante infeliz por haber nacido así, se rebela contra el padre y ultraja a la madre…
Y tal vez tiene razón…
Pero nosotros todo esto lo dejamos en manos de la historia. Para la historia y para la verdad, no para nosotros.
Para nosotros – el fascismo – es un seta venenosa plantada profundamente en el podrido corazón de la sociedad, que con ello se contenta…
XVI
Sólo los grandes vagabundos de la idea podrán – y deberán – ser la luminosa palanca espiritual de la tormentosa revolución,
que oscura sobre el mundo avanza…
La sangre pide sangre.
¡Es la vieja historia!
Atrás ya no se puede volver.
Tratar de volver atrás – como hace el socialismo – sería un delito inútil y vano.
Nosotros tenemos que precipitarnos hacia el abismo.
Tenemos que responder a la voz de los muertos.
De aquellos muertos que han caído con inmensas estrellas de oro en las pupilas.
Hace falta ablandar el suelo.
¡Liberar la sangre de debajo de la tierra!
Porque se necesita ascender hacia las estrellas.
Quiere quemar a sus buena hermanas luminosas y lejanas que la han visto morir.
Dicen los muertos, nuestros muertos:
“Nosotros somos muertos con estrellas en los ojos.
Nosotros somos muertos con rayos de sol en las pupilas.
Nosotros somos muertos con el corazón henchido de sueños.
Nosotros somos muertos con el canto de la más bella esperanza en el alma.
Nosotros somos muertos con el fuego de una idea en el cerebro.
Nosotros somos muertos…”.
Cuán triste debe ser el morir con los demás muertos – los muertos no nuestros -
¡sin todo eso en la mente, en el alma, en el corazón, en los ojos, en las pupilas!
¡Oh muertos, oh muertos!… ¡Oh muertos nuestros!
¡Oh antorchas luminosas! ¡Oh faros ardientes! ¡Oh hogueras crepitantes! ¡Oh muertos!…
¡Ajá, estamos en el crepúsculo!
La trágica celebración del gran ocaso social se aproxima.
Nuestra alma grande già se abre de par en par hacia la vasta luz subterránea, ¡oh muertos!
Porque también nosotros tenemos en los ojos las estrellas, el sol en las pupilas, el sueño en el corazón,
el canto de la esperanza en el alma y, en la mente, una idea.
Sí, también nosotros, ¡también nosotros!
¡Oh muertos, oh muertos! ¡Oh antorchas! ¡Oh faros! ¡Oh hogueras!
Nosotros os habíamos sentido hablar en el silencio solemne de nuestras noches profundas.
Decíais:
“Nosotros queríamos ascender en el ciclo del libre sol…
Nosotros queríamos ascender en el ciclo de la libre vida…
Nosotros queríamos ascender allá arriba, donde un día se fijó la mirada penetrante del pagano poeta:
Donde surgen y están como inviolables encinas entre los hombres los grandes pensamientos;
Donde desciende, invocada por los puros poetas, y serena entre los hombres está la belleza;
¡donde el amor crea la vida y respira el gozo!”.
Allá abajo, donde la vida celebra el gozo y se expande en plena armonía de esplendor…
Y por esto, por este sueño luchamos, por este gran sueño morimos…
Y nuestra lucha fue llamada delito.
Pero nuestro “delito” no debe ser considerado más que como virtud titánica, como esfuerzo prometeico de liberación.
Porque fuimos los enemigos de toda dominación material y de toda nivelación espiritual.
Porque nosotros, más allá de toda esclavitud y de todo dogma, vimos bailar libre y desnuda a la vida.
¡Y nuestra muerte debe enseñaros a vosotros la belleza del vivir heroico!
¡Oh muertos, oh muertos! Oh muertos nuestros…
Nosotros la hemos oído vuestra voz…
¡La hemos oído hablar así, en el silencio solemne de nuestras noches profundas!
¡Profundas, profundas, profundas!
Porque nosotros somos los sensitivos.
¡Nuestro corazón es una antorcha, nuestra alma es un faro, nuestra mente es una hoguera!…
¡Nosotros somos el alma de la vida!…
Somos los precursores de la luz del sol que beben el rocío en el cáliz de las flores.
Pero las flores tienen raíces fosfóricas incrustadas en la oscuridad de la tierra.
In aquella tierra que ha bebido vuestra sangre.
¡Oh muertos! ¡Oh muertos nuestros!
¡Aquella sangre vuestra que grita, ruge, que quiere ser liberada, para lanzarse hacia el ciclo y conquistar las estrellas!
Aquellas hermanas vuestras lejanas y luminosas que os han visto morir.
Y nosotros – los vagabundos del espíritu, los solitarios de la idea -
queremos que nuestra alma, libre y grande, abra de par en par sus alas en el sol.
Queremos que el ocaso social sea celebrado en este crepúsculo de sociedad burguesa,
para que la última noche negra se convierta en roja de sangre.
Porque los hijos de la aurora deben nacer de la sangre…
Porque los monstruos de las tinieblas deben ser muertos por el alba…
Porque las nuevas ideas individuales deben nacer de las tragedias sociales…
¡Porque los hombres nuevos deben ser forjados en el fuego!
Y sólo de la tragedia, del fuego y de la sangre, nacerá el verdadero Anticristo profundo de humanidad y de pensamiento.
El verdadero hijo de la tierra y del sol.
El Anticristo debe nacer de los escombros humeantes de la revolución para animar a los hijos de la nueva aurora.
Porque el Anticristo es aquel que viene desde el abismo, para ascender más allá de todo confín.
!Es el enemigo volitivo de la cristalización, de la preestabilización, de la conservación!…
Él es aquel que espoleará a los hombres a través de las misteriosas cavernas de lo desconocido
al descubrimiento perenne de nuevos manantiales de vida y de pensamiento.
Y nosotros – los espíritus libres, los ateos de la soledad, los demonios del desierto – sin testigos -
ya nos hemos impulsado hacia las cimas más extremas…
Porque cada cosa – con nosotros – debe ser llevada al máximo de sus consecuencias.
También el Odio.
También la violencia.
¡También el delito!
Porque el Odio da la fuerza.
La violencia subvierte
El delito renueva.
La crueldad crea.
¡Y nosotros queremos subvertir, renovar, crear!
Porque todo aquello que es vulgaridad pigmea debe ser superado.
Porque todo aquello que vive debe ser grande.
¡Porque todo aquello que es grande pertenece a la belleza!
XVII
Nosotros hemos decidido el “deber” para que nuestra ansia de libre fraternidad adquiera una valor heroico en la vida.
Nosotros hemos matado la “piedad” porque somos bárbaros capaces para el gran amor.
Nosotros hemos matado el “altruismo” porque somos egoístas donantes.
Nosotros hemos matado la “solidaridad filantrópica” para que el hombre social excave su “yo” más secreto y encuentre la fuerza del “Único”.
Porque nosotros lo sabemos. La Vida está cansada de tener amantes raquíticos.
Porque la tierra está cansada de sentirse pisada por largas falanges de pigmeos salmodiantes ruegos cristianos.
Y en fin, porque estamos cansados de nuestros hermanos, carroña incapaz en la paz y en la guerra.
Inferiores en el amor y en el odio.
Cansados y asqueados estamos…
si, muy cansados: ¡muy asqueados!
Y después aquella voz de los muertos…
¡De nuestros muertos!
¡La voz de aquella sangre que grita bajo tierra!
¡De aquella sangre que quiere liberarse para lanzarse hacia el cielo y conquistar las estrellas!
Aquellas estrellas que – bendiciéndolos – han brillado en sus pupilas en el último momento de la muerte,
transformando sus ojos soñadores en vastos discos de oro.
Porque los ojos de los muertos – de nuestros muertos – son discos de oro.
Son meteoros luminosos que vagan en el infinito para señalarnos el camino.
Aquel camino sin fin que es la carretera de la eternidad.
Los ojos de nuestros muertos nos dicen el “Porqué” de la vida, mostrándonos el fuego secreto que arde en nuestro misterio.
De aquel secreto nuestro que ninguno ha cantado hasta ahora…
Pero hoy el crepúsculo es rojo…
El ocaso está ensangrentado…
Estamos próximos a la trágica celebración del gran ocaso social.
Ya sobre las campanas de la historia el tiempo ha batido los primeros golpes anunciadores de un nuevo día.
¡Basta, basta, basta!
¡Es la hora de la tragedia social!
Nosotros destruiremos riendo.
Nosotros incendiaremos riendo.
Nosotros mataremos riendo.
Nosotros expropiaremos riendo.
Y la sociedad caerá. La patria caerá. La familia caerá.
Todo caerá, puesto que el Hombre libre ha nacido.
Ha nacido el que a través de el llanto y el dolor ha aprendido el arte dionisiaco del gozo y de la risa.
Ha llegado la hora de ahogar al enemigo en sangre…
Ha llegado la hora de lavar nuestra alma en sangre.
¡Basta, basta, basta!
Que el poeta convierta en puñal su lira!
Que el filosofo convierta en bomba su sonda
Que el pescador convierta su remo en formidable secur.
Que el minero salga armado con su hierro reluciente desde los antros mortíferos de las oscuras minas.
Que el campesino convierta en lanza guerrera su pala fecunda.
Que el obrero convierta su martillo en hoz y hacha.
¡Y adelante, adelante, adelante!
¡Es tiempo, es tiempo – es tiempo!
Y la sociedad caerá.
La patria caerá.
La familia caerá.
Todo caerá, puesto que el Hombre libre ha nacido.
Adelante, adelante, adelante, oh jocundos destructores.
Bajo el lábaro negro de la muerte, ¡nosotros conquistaremos la Vida!
¡Riendo!
Y la haremos nuestra esclava.
¡Riendo!
¡Y la amaremos riendo!
Puesto que los hombres serios son sólo aquellos que saben obrar riendo.
Y nuestro odio ríe…
Ríe rojo. ¡Adelante!
¡Adelante, por la total destrucción de la mentira y de los fantasmas!
¡Adelante, por la integral conquista de la Individualidad y de la Vida!
Extraido de Reflexiones para la revuelta.
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