'Una sociedad que ha abolido la aventura convierte la abolición de esta sociedad en la única aventura posible'

lunes, 24 de octubre de 2011

Violencia antagonista: Aproximaciones a la vía armada en entornos urbanos desde la perspectiva anarquista

La violencia es justificable solo cuando es necesaria para defenderse a uno mismo o a los demás de la violencia […] El esclavo siempre está en un estado de legítima defensa, así que su violencia contra su patrón, contra el opresor, está siempre moralmente justificada y tiene que ser regulada sólo con el criterio de su utilidad y de la economía del esfuerzo humano y de los sufrimientos humanos.”
Enrico Malatesta, «Umanità Nova»
25 de agosto de 1921

Antes de comenzar –por una cuestión de principios–, consideramos necesario emitir un posicionamiento; una suerte de “declaración”, donde quede sentado nuestro compromiso con las luchas antagonistas, con la guerra antisistémica. Por lo que vale reafirmar, que en el tema de la “vía armada”–a propósito del título de esta charla–, no somos ni podemos ser neutrales porque tampoco es neutral la “Historia oficial” ni lo son los medios de alienación masiva. No existe la pretendida “objetividad histórica” ni la “objetividad periodística”. Es un mito de la dominación. La “Historia oficial” es, invariablemente, la manipulación de los hechos a favor de los vencedores, el acomodo de la realidad a beneficio del Poder, sin importar quién esté en el poder.
En el caso particular de la lucha anarquista, la distorsión de los medios masivos de alienación y de los historiadores es una constante. Es realmente inmaterial si se trata de historiadores conservadores y de derecha o de historiadores izquierdistas y “progresistas”, la resultante es la misma: la distorsión premeditada, el manoseo de los hechos y el reduccionismo. En una palabra: mentiras. Eso es lo que se produce de manera “neutral” y “objetiva” en torno al anarquismo. Por eso no debe sorprendernos que el accionar anarquista de nuestros días sea abordado desde la misma óptica con que se trató en el pasado. Es la obra premeditada con claros fines propagandísticos, que aspira a presentar al anarquismo como una “ideología”, en el sentido de Gobel, es decir, como falsa consciencia, como distorsión de la realidad y corrupción de la verdad. Reduciendo la teoría y la práctica ácrata a la arquitectura futurista y a la ensoñación utópica, ya sea a través de la “violencia irracional” o de la mano de la “no violencia” baladí, es decir, mediante esa dicotomía irreal –prefabricada desde el Poder– que presenta las ideas y la práctica anarquista como “nihilismo inocuo” y/o “pacifismo estéril”; cuando en realidad ninguna de las dos etiquetas corresponden a la ética ácrata. Lo que no quiere decir que no existan admiradores del anarquismo ubicados en ambas categorías y hasta “presuntos” anarquistas que se identifiquen con esas posiciones completamente ajenas al anarquismo. Mismas que hemos señalado en repetidas ocasiones como desviaciones, producto de la constate intoxicación liberal y marxiana. Por tal razón, aquí evitaremos las ambigüedades intentando tomar partido por lo que entendemos justo y necesario: la violencia antagonista. Eso no significa que no seamos críticos con nuestros errores –históricos y presentes– Precisamente, entendemos la crítica como un arma imprescindible, como componente ineludible de la lucha. Por eso nuestro hincapié en el impostergable balance que haga “corte” histórico y contextualice la teoría y la práctica anárquica. Asignatura pendiente desde la derrota del anarcosindicalismo en el Estado español en 1939.

Para nosotros, la crítica que no aterriza en propuesta concreta no es una crítica antagonista. Con esta afirmación, no nos encuadramos en la lógica positivista y, mucho menos, nos alineamos con la retórica del “activista revolucionario” con su típico ¡hay que hacer algo! Tan emparentado con aquél ¿Qué hacer? que en la práctica se traduce en el acostumbrado “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Muy al contrario, nos posicionamos en el contexto de la crítica contribuyendo con nuestros modestos aportes a la crítica armada libertaria. Por eso, cuando afirmamos que la crítica que no aterriza en propuesta concreta no es una crítica antagonista, ansiamos conjugar teoría y práctica. Tratamos de instalarnos en la praxis –echando mano de la jerga marxiana a propósito de intoxicaciones. Sin dudas, la crítica continúa siendo insustituible a la hora de abrir brecha en la senda antisistémica. Pero no sólo nos referimos a la evaluación crítica del pasado. La crítica a nuestra cotidianidad combativa, al día a día de la conflictividad, también es imprescindible. Lo que le otorga peso específico a la crítica armada son las enseñanzas concretas que ésta nos aporta. Aprender de la crítica armada es la vía para no repetir errores, es el vehículo que alimenta el proyecto antagonista, es la ruta que nos permitirá el desarrollo de la consciencia refractaria mediante la transformación de la apatía en rabia antagonista. Sólo así, concretaremos la autogestión de las luchas y la insurrección generalizada.
Alcanzada esta tesitura, iniciemos, entonces, con nuestra defensa consecuente de la vía armada, de la violencia antagonista, de la acción directa, como medio efectivo de lucha. Como señaláramos anteriormente, la “no-violencia” estéril –esa militancia inocua del pacifismo idílico–, no sólo es ajena al anarquismo sino que no corresponde con nuestros principios generales. Esta postura proviene de la intoxicación cristiana, en primer término, y de cierto liberalismo “radical” que le apuesta a la ideología ciudadana, a esa masa amorfa súbdita del Estado que reclama un nivel más elevado de interlocución con papá Estado. Nos referimos a eso que los ideólogos del liberalismo denominan “sociedad civil”. Desde luego, esta intoxicación ha alcanzado –particularmente en las décadas del 70 y 80– proporciones de “tendencia” al interior de nuestras tiendas, al confundir conceptos completamente diferentes e identificando “pacifismo” con “antibelicismo” y “antimilitarismo”. Los anarquistas, por principio, somos “antimilitaristas” y, consecuentemente, somos “antibelicistas”. O sea, nos oponemos abiertamente y con todas nuestras fuerzas, a la institución militar, identificándola junto a las diferentes corporaciones policiacas, como los agentes represivos del sistema de dominación. Y, lógicamente, somos “antibelicistas” porque nos oponemos a la guerra. No a la guerra antisistémica sino a las guerras del capital, a las guerras inter Estados, sean estas entre potencias o entre los Estados desarrollados del centro contra la Estados periféricos, o las que se suscitan entre los Estados periféricos, por cuestiones fronterizas, por el control de los “recursos naturales” o por puro chauvinismo.
Entonces –retomando el discurso de la “vía armada”–, decíamos que defendemos la “vía armada”. Defendemos su efectividad como vehículo necesario para combatir la dominación y lo hacemos desde nuestros fundamentos éticos, es decir, desde la ética de la libertad y la crítica radical del poder. Lo que no equivale –insistiendo en los planteamientos anteriores– como acostumbran etiquetarnos los poderosos de todos los colores, a una apología a la violencia “irracional”, expresión con la que suelen calificar los hechos violentos “inexplicables” desde la falsa dicotomía “inseguridad-seguridad”, “violencia-no violencia”, tan en boga en estos días de imposición a ultranza de la ideología ciudadana.
Aquí –con el afán de evitar distorsiones–, habría que subrayar que los anarquistas luchamos por la eliminación de la violencia. Es decir, luchamos contra la fuerza bruta presente en las relaciones sociales. Luchamos contra la violencia sistémica, o lo que es igual, luchamos por la erradicación de la violencia capitalista y del terrorismo de Estado. Lógicamente, la única manera de combatir la violencia sistémica es recurriendo a la violencia antagonista.
Con esto, intentamos dejar en claro que nuestra crítica no es a la armas en sí, nuestra crítica es al culto que se le hace a las armas desde la perspectiva de ciertos grupos armados. Por tal motivo, nuestra discusión no se centra en el empleo de las armas sino lo que se pretende alcanzar mediante su utilización. Las armas no son el problema sino quién las porta y para qué las usa. De igual forma, nuestra crítica se enfoca en el tipo de organización armada. O sea, establece la diferencia entre la organización de estructura partidista de vanguardia y por ende, autoritaria-dirigente y, la configuración informal, horizontal y autónoma, por lo tanto antiautoritaria. Claro está, el tema no se limita a una cuestión de formas. En esta discusión subyace un problema de fondo. Es una cuestión de principios, es un dilema ético. Es la cuestión entre medios y fin. Esa contradicción que, lógicamente, queda saldada por los grupos autoritarios al justificar la “necesidad” de cualquier medio para alcanzar el fin. Mismo que, por regla general, es la toma del poder del Estado o la imposición de un Orden ya sea ideológico o religioso (perdón por la redundancia).
Para nosotros, el tema es mucho más complejo porque se trata de una lucha antiautoritaria. Nosotros no luchamos por tomar el poder del Estado ni por imponer un orden ideológico y/o religioso. Nosotros luchamos por la liberación total, luchamos contra todo lo que nos domina. Nuestra lucha es radical, es decir, vamos a la raíz de los males: la dominación, el poder. Por eso hacemos marcado hincapié en que el fin no es otro que no sea la destrucción del sistema de dominación.Planteamos la destrucción total de todo el complejo entramado de la dominación contemporánea. No luchamos por “otro capitalismo posible, como pregona el izquierdismo del nuevo milenio, retomando las viejas tesis leninistas del fin del “comunismo de guerra” y la implementación de la NED, con las que diera inicio el capitalismo de Estado en la extinta URSS. Tampoco luchamos por la imposición del Estado “proletario” o la “dictadura del proletariado”, eufemismos con los que se hace referencia a la dictadura de partido único, generalmente encabezada por una suerte de mesías omnipresente que de forma absolutista ejerce su mandato de “gran timonel”. Verdaderos regímenes autoritarios que en la práctica han demostrado ser un gigantesco retroceso para las luchas emancipadoras.
Sin dudas, todo este cuestionamiento ético, siempre ha impedido alianzas “tácticas” y ha limitado nuestra coordinación con otros agrupamientos políticos, con los que nos hemos visto obligados a “acompañarnos” en muy breves recorridos, en calidad de “compañeros de viaje”. Pero –insisto– han sido “viajes” muy cortos y, por lo general, en “vehículos” diferentes. Naturalmente, esto ha traído consigo la condena de estos grupos políticos que regularmente nos acusan de “sectarismo” al estar imposibilitados para comprender esta postura inmutable del anarquismo. Y es normal que caigan en ese “razonamiento” desde sus posiciones oportunistas. No puede ser de otra manera al perseguir fines diferentes, en primer lugar y, en segundo término, al tener principios éticos definitivamente opuestos. No olvidemos, en el caso de las guerrillas urbanas que proliferaron en la década del setenta y ochenta en Europa occidental, como muchas de ellas, por ejemplo, en Alemania, la Fracción del Ejército Rojo (RAF, por sus siglas en alemán) y las Revolutionäre Zellen (Células Revolucionarias), operaron con apoyo de la Stassi –la policía secreta de la RDA– y de la KGB rusa y hasta llegaron a actuar como mercenarios bajo las órdenes de Saddam Hussein y de Al-Fatah. Evidenciando lo que planteábamos en torno a las diferencias éticas y las incompatibilidades en el tema de los medios y los fines. Indudablemente para estas agrupaciones leninistas no había contradicción en colaborar y coordinarse con los esbirros de la policía secreta alemana y rusa. Desde su perspectiva, encaminada a la toma del poder del Estado, todas estas agencias represivas eran aliados “tácticos”. Con esa visión bipolar de la “confrontación” Este-Oeste y el enfrentamiento ideológico entre el “imperialismo yankee” y el “modelo ruso”, todo se reducía al esquema simplista de “buenos” y “malos”, donde los “buenos” eran el imperialismo ruso y sus Estados satélites con sus cuerpos represivos al servicio del “Comunismo”. Esa lógica todavía persiste y la corroboramos con las acostumbradas excepciones que se hacen con los denominados “gobiernos progresistas”, haciendo la falsa diferencia entre Estados “buenos” y “malos” y, por lo tanto, silenciando los atropellos cometidos por estos “gobiernos progresistas” y justificándolos con la retórica anti-imperialista, las concepciones maquiavélicas de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” y la apuesta socialdemócrata por “el mal menor”
Retomando el tema que nos ocupa. Como bien señala Txema Bofill, ex integrante de los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI), el gran mérito de los grupos de acción armada radica en no tragarse el viejo cuento del sistema de dominación que afirma que «No se puede hacer nada contra el Estado, y menos desde una minoría rebelde». Efectivamente, los grupos de acción antagonista no creen en la invulnerabilidad del sistema de dominación El enemigo contra el que se lucha está frente a nosotros, en nuestras narices. En este mismo instante planea las condiciones de dominación de hoy, de mañana y de pasado mañana, que le permitirán continuar ostentando el poder o, en este preciso momento, está diseñando los nuevos modelos represivos que le permitirán perfeccionar la dominación cuando tome el poder, cuando detente el poder del Estado. Sin dudas, esa es la mayor diferencia que tenemos los anarquistas con el resto de los grupos políticos que muchas veces también optan por la vía armada. Nuestra lucha no es por la toma del poder del Estado sino por la destrucción total del Estado, no es por la implementación de “otro capitalismo posible” sino por la destrucción del Capital. Por eso identificamos en la lucha contra el poder institucional un poder instituyente que engendra en su seno los mismos males que combatimos y que, por ende, tendremos que continuar combatiendo una vez que queden instituidos por muy “revolucionarios” que se digan y pese a la verborrea –con pretensiones libertarias– de sus discursos.
Y bueno, después de este intento por destrabar esos nudos teórico-prácticos donde radican las diferencias éticas en torno a la violencia antagonista, vale comenzarnos a adentrar en el tema de la “vía armada en entornos urbanos”. Para empezar, habría que destacar que el origen de la denominada “guerrilla urbana” –muy a pesar de muchos de los que le han echado mano a lo largo de la historia–, es ciento por ciento anarquista, como concepto, como modelo organizativo y como estrategia de lucha. Hay que subrayar que el primer manual donde se teoriza en torno a la guerrilla urbana, fue elaborado en 1964 y publicado en 1965, por el anarquista Abraham Guillén, durante su exilio en Uruguay, con el título “Estrategia de la guerrilla urbana” –cuatro años antes de que Carlos Marighella, escribiera el “Minimanual del guerrillero urbano”, inspirado en los trabajos de Guillén. En ese mismo año, publicaría “Teoría de la violencia”.
También habría que recordar que los más remotos balbuceos de la “guerrilla urbana” se remontan a esa redundancia que se denomina “anarquismo ilegalista” y que hemos abordado en otras ocasiones. Con este término despectivo, se marcaban las diferencias entre la práctica anarquista y un pretendido “anarquismo” legalista, concretamente inmovilista e ideológicamente platónico, que le apostaba –y apuesta– a la evolución humana. Fueron los anarquistas “ilegalistas” del siglo XIX, quienes en su incansable y consecuente accionar contra la dominación, construyeron las bases para el desarrollo de la denominada “guerrilla urbana”. Entre los principios básicos de estos compañeros destacan la “acción directa” y la “autonomía”, es decir, la actuación sin intermediarios ni jerarquías y la absoluta libertad e independencia de los grupos e individuos. Desde esta perspectiva, se desarrollaron métodos de actuación consecuentes con tales principios éticos, atendiendo de manera puntual la correspondencia entre medios y fines. Entre estos métodos se reconocen tanto la “propaganda por el hecho”, las “represalias” (o atentados contra representantes y personeros de la dominación) y la “expropiación”. La mayoría de las veces, estas acciones se interrelacionaban y eran y son –porque los anarquistas también existimos en el siglo XXI– complementarias. Además, casi siempre estas acciones se realizaban (y realizan) por los mismos grupos de afinidad, aunque no necesariamente todos los grupos incurren en todas las practicas. A veces hay grupos más dedicados a la expropiación o a la propagando por los hechos o a los atentados. Sin embargo –ahondando un poco más en la interacción de estos métodos de lucha–, hay grupos de afinidad y/o individuos que, aunque se dediquen únicamente a las actividades expropiatorias, se solidarizan con los grupos de acción armada mediante la donación del producto de sus expropiaciones, destinadas a la compra de materias primas requeridas en la fabricación de explosivos o para la adquisición de municiones, etc.
Tendríamos que insistir, además, que este accionar no quedó suscrito al siglo XIX sino que continuó como modus operandi a lo largo del siglo XX y continúa como práctica anarquista en el siglo XXI. La profusión de grupos armados anarquistas tuvo su cenit en los albores del siglo XX en Europa, Estados Unidos y a lo largo y ancho de América Latina, destacando Argentina, Chile, Cuba, Uruguay y México, por la recurrencia a las “represalias”, la propaganda por los hechos y las expropiaciones, en entornos urbanos. A finales del siglo XIX. las grandes urbes se habían convertido en el centro natural del desarrollo capitalista, concentrando las industrias, la banca, así como las diferentes instituciones del poder. En su fauces.se incrementaban las contradicciones entre la opulenta burguesía y los obreros explotados y oprimidos, lo que ofrecía un conjunto de condiciones que facilitaban el enfrentamiento social. Esto permitió el desarrollo de estructuras antagonistas conformadas por pequeñas células de acción nucleadas en base a la afinidad entre compañeros. Los pequeños núcleos, de entre cinco y diez compañeros, a su vez, se coordinaban de manera informal con otros grupos de afinidad a la hora de realizar acciones conjuntas, alcanzado cierta fuerza irregular sin sacrificar su autonomía. Tal accionar les otorgaba movilidad y les permitía asegurar un máximo de efectividad con un mínimo de riesgos, como señalaran recientemente los grupos anarquistas insurreccionalistas y ecoanarquistas de México, en un pronunciamiento conjunto. Lo que imposibilita una represión “eficaz” por parte de la dominación. Esta manera de actuar y organizarse serviría de paradigma a la Federación Anarquista Ibérica. Agrupación que precipitara las condiciones que concluyeron en los intentos de Revolución Social durante la instauración de la segunda República en el Estado español.
La derrota del anarcosindicalismo en 1939, daría paso nuevamente a la puesta en práctica de la estrategia de la guerrilla urbana contra la dictadura militar nacionalista. Los anarquistas en el Estado español enfrentarían al franquismo, organizando las primeras guerrillas urbanas en Madrid, Barcelona, Málaga, Granada, Valencia y Zaragoza. Durante casi dos décadas, desde 1939 a 1957, los núcleos de la guerrilla urbana anarquista mantendrían en jaque a la dictadura franquista. En Cataluña destacarían las células coordinadas por Quico Sabaté, y José Luís Facerías. En Málaga, Córdova e incluso Madrid, daría batalla el grupo anarquista de Antonio Raya, quienes se habían refugiado en la Sierra pero operaban en las ciudades utilizando los más impredecibles disfraces llegando incluso a pasar por militares y curas en repetidas ocasiones. En Granada, el grupo de los hermanos Quero, destacaría por la espectacularidad de sus acciones. El cese del hostigamiento a la dictadura franquista y la pronunciada disminución del accionar revolucionario anarquista, no sólo sería la consecuencia lógica de la represión fascista sino también sería producto de las obscenas negociaciones de los “anarco”-sindicalistas de la CNT de Madrid con los Sindicatos Verticales, lo que aunado al inmovilismo de la CNT en el exilio –que, paradójicamente, se encontraba en manos de representantes de la FAI– , provocaría una fuerte división interna desatando una lucha fraccional que acarrearía la profunda decadencia del Movimiento Libertario Español.
A comienzos de la década del 60, una nueva generación de anarquistas residentes en el Estado español y en el exilio, sustituirían a los caídos, continuando con la estrategia de la guerrilla urbana, desarrollando la lucha clandestina y poniendo punto final al inmovilismo de la CNT y la FAI en el exilio y al cobarde entreguismo del “cenetismo” madrileño. En julio de 1965 la FIJL , lanzaría un comunicado donde se afirma:«Consideramos que los objetivos supremos de la “oposición tolerada”, secundada por la “oposición clásica”, limitados a la simple petición de “LIBERTAD SINDICAL” y “DERECHO DE HUELGA”, deben ser desbordados por una exigencia más general, más concreta, más urgente y más positiva: LA LIBERTAD DE TODOS LOS PRESOS POLÍTICOS». Los jóvenes libertarios, consecuentes con sus principios, se pronunciarían por la “autonomía de los grupos de acción” y daban por definitiva «la ruptura de contactos con el sector inmovilista representado por el Secretariado intercontinental de la CNT», convencidos que el inmovilismo era un «fenómeno inseparable de la existencia legal de las organizaciones libertarias».
El 30 de abril de 1966, la prensa italiana daría cuenta de la «misteriosa desaparición de monseñor Marcos Ussía, consejero eclesiástico de la embajada española ante el Vaticano». El primero de mayo, Luis A. Edo, reivindicaría el secuestro del cura-diplomático por un grupo anarquista que exigía a cambio la liberación de los presos políticos recluidos en las cárceles franquistas. El 3 de mayo, sería publicada en el periódico Avanti, un comunicado firmado por el Grupo Primero de Mayo (Sacco y Vanzetti), donde se lee: «Somos un grupo de anarquistas españoles que nos hemos visto obligados a utilizar esta forma de acción para que el embajador de España ante la Santa Sede envíe una petición al papa, para que éste a su vez, solicite públicamente al gobierno del general Franco, la libertad de todos los demócratas españoles (obreros, intelectuales y jóvenes estudiantes, condenados a diferentes penas en las cárceles franquistas […]» Con esta acción del Grupo Primero de Mayo, los anarquistas reanudarían el accionar antagonista en el Estado español, bajo el signo de la solidaridad directa con los compañeros presos. Según Telesforo Tajuelo, más allá de las diferencias teóricas, esta insistencia en la solidaridad sería, años más tarde, el punto de identificación y conexión entre el Grupo Primero de Mayo y los GARI.
El Grupo Primero de Mayo, desde sus inicios, abogó por la coordinación entre los grupos de acción antiautoritaria alrededor del mundo, haciendo énfasis en la autonomía de los grupos antagonistas. De tal forma, el 20 de agosto de 1967, haría su presentación pública el Movimiento de Solidaridad Revolucionaria Internacional (MSRI), donde el Grupo Primero de Mayo era uno de sus componentes más activos. Ese día, sería ametrallada la embajada norteamericana en Londres, acción reivindicada por el MSRI. El 12 de noviembre de 1967, ocho embajadas y 2 oficinas gubernamentales fueron totalmente destruidas por potentes artefactos dinamiteros, en una acción coordinada en diferentes ciudades de Europa. Los 10 atentados con bombas fueron reivindicados por el MSRI. En Bonn, Alemania, fueron atacadas las embajadas de Grecia, España y Bolivia; en Roma, Italia, la embajada de Venezuela; en La Haya, Holanda, las embajadas de Estados Unidos, Grecia y España, en Madrid, Estado español, la embajada norteamericana, en Milán, Italia y Ginebra, Suiza, las correspondientes oficinas de turismo del gobierno español.
Para finales de 1967, el Movimiento 22 de Marzo, emite en París una serie de consideraciones estableciendo las bases teóricas que diferencian el accionar antiautoritario del “foquismo” que se imponía como moda entre los grupos izquierdistas, aclarando que: «Es imperativo abandonar la teoría de la “vanguardia dirigente” y adoptar la concepción –mucho más honesta– de minoría actuante, que desempeña una función de fermento permanente, promoviendo la acción sin pretender dirigirla. La fuerza de nuestro movimiento radica, justamente, en que se apoya en una espontaneidad “incontrolable,” que impulsa, sin pretender canalizarla, sin pretender utilizar en beneficio propio la acción que ha puesto en marcha ». De estas premisas tomarían puntual nota el MSRI y las configuraciones posteriores: el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), los GARI y, en la década del 80, los Comandos Autónomos Anticapitalistas.
En los primeros días de abril de 1968, en vísperas del arrasador “mayo francés”, el Grupo Primero de Mayo, envió un documento a todos los grupos anarquistas, intitulado “Para una práctica anarquista internacional” donde señala la existencia de un «statu quo» impuesto por los Estados que se pretendían “irreconciliables” (Estados Unidos, China y URSS) que contaban con un amplio espectro de países súbditos conformando circuitos satelitales, por lo que a partir de este hecho, los anarquistas debían no sólo reafirmar su consecuente antiestatismo sino, además, asumir una actitud de rebelión, de conflictividad permanente, de la mano de la crítica al autoritarismo.
Con estas proposiciones, florecerían incontables grupos de acción antiautoritaria en contextos urbanos, no sólo en Europa sino también en Estados Unidos y América Latina. Destacando en Alemania el Consejo Central de los Rebeldes Nómadas del Hachís, agrupación que año y medio después del asesinato de un estudiante a manos de la policía, durante las protestas por la visita del Sha en 1967, se radicalizará, conformando junto a otros colectivos antiautoritarios, el Movimiento 2 de Junio (M2J), la “guerrilla anarquista” más terminante de Alemania Federal. En Gran Bretaña, entraría en escena por esas fechas la popular Angry Brigade (Brigada de la Cólera). Esta agrupación armada anarquista mantendría el hostigamiento al sistema de dominación por casi una década, realizando acciones antagonistas desde 1969 a 1984. Sería mundialmente conocida, en 1972 con el juicio a 8 de sus integrantes en la Audiencia Nacional. Estos aguerridos anarquistas no sólo obtuvieron largas sentencias por parte del enemigo sino también la condena de la denominada izquierda amplia. El repudio a esta estructura libertaria no se limitaba a los círculos de la típica oposición tolerada, incluso desde el llamado “anarquismo organizado”, es decir, desde los membretes y las siglas legales, se les condenaba por “terroristas”, “aventureros” e “individualistas”.
Esta visión populista que condena a priori la acción de las minorías conscientes, apostándole a la evolución “revolucionaria” de los grandes rebaños, en lugar de comprender la función de “fermento permanente” que desempeña la minoría actuante en el desarrollo de la consciencia antiautoritaria, aún persiste en ciertos sectores anarquistas. Los problemas que enfrentaron la Brigada de la Cólera, fueron los mismos que presentaron los grupos antagonistas actuantes en su época; sin importar mucho los posicionamientos teóricos. Todos los grupos que rechazaban los límites que impone el Estado y optaban por superar la legalidad, radicalizando las luchas, eran –y son– condenados por las organizaciones sociales extraparlamentarias, encasilladas en el legalismo, desde el denominado “movimiento obrero” –aún con vida por aquellos años– hasta el anarquismo legalista, pasando, desde luego, por los partidos comunistas. Naturalmente, este fenómeno se repetía en todas las latitudes sin establecer mayores diferencias entre leninistas y anarquistas. Quienes optaban por la vía armada, los que daban vida a la violencia antagonista, recibían la condena unánime de las organizaciones sociales y de la izquierda organizada en general.
En Estados Unidos, se repetía la historia, con grupos como The Weather Underground (Los Temperarios) y el Symbionese Liberation Army (SLA) o Ejército Simbiótico de Liberación. Estas agrupaciones armadas también fueron aisladas por las organizaciones sociales “revolucionarias” y condenadas por “provocadores” y “terroristas individualistas” que acarreaban la represión y por tanto, eran una amenaza para el crecimiento del “movimiento de masas” y la “organización militante”. En la compilación de la compañera Jean Weir, sobre La Brigada de la Cólera, están recogidas las declaraciones al respecto de Martin Sostre del ESL, quien afirma que la condena al ESL, por parte de la prensa de izquierda era idéntica a la de la clase dominante. Según Sostre «La prensa del movimiento de izquierda nos quiere hacer creer que para derrocar a la criminal clase dominante, simplemente tenemos que organizar movimientos de masas, manifestaciones de protesta y repetir consignas revolucionarias.»
La condena de las organizaciones sociales, de los sindicatos y de los partidos “comunistas”, quedaba argumentada en lo que denominaron el “Síndrome anarquista”. Efectivamente, al seguir al pié de la letra las sugerencias del Manual de Guillén, como hicieron incluso las guerrillas urbanas de signo “anti.-imperialista”, inscribían su actuación en la lógica anarquista, es decir, se centraban en el hostigamiento constante al sistema de dominación atacando a sus representantes más destacados y a sus fieles guardianes. Recurrían a la expropiación, a la falsificación de documentos, a la represalia, a la propaganda por los hechos, a la ejecución de policías, etc. Por lo que grupos como la RAF, las Brigadas Rojas, el ESL, incluso –aquí en México– la Liga Comunista 23 Septiembre, serían catalogados como grupos “anarquistas”, por los “expertos” en el tema.
De este lado del charco, por esos mismos años, destacaría en Uruguay la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (OPR-33), brazo armado de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU) que se diera a conocer en 1966 como contrapeso al foquismo del Movimiento de Liberación Nacional –Tupamaros (MLN-T). Sin embargo, la contaminación leninista y las inclinaciones nacionalistas, no sólo provocarían la debacle de la FAU sino que con el tiempo darían paso a la formación de una estructura partidista de vanguardia: el Partido de la Victoria del Pueblo (PVP), como consecuencia lógica de su desviación bolchevique, para concluir en nuestros días como partido electorero. Algo similar, sucedería con la guerrilla urbana anarquista en Alemania. El legendario Movimiento 2 de Junio (M2J), terminaría sus días en 1980 con muchos de sus miembros sumándose a la Fracción del Ejército Rojo (RAF). Si bien es cierto que su presencia impuso un sello ligeramente libertario que llevaría a la RAF a un prolongado replanteo que concluyera en su autodisolución, la fusión con este grupo leninista cerró todas las posibilidades de reproducción de grupos armados anarquistas en Alemania.
Aunque es innegable, como señaláramos anteriormente, la etimología ácrata de la “guerrilla urbana”. En nuestros días, entre los grupos anarquistas de acción antagonista, se desarrolla un profundo debate en torno al concepto mismo de “guerrilla” y a la metodología que le es propia. En los últimos años de la década del 70 y comienzos de los 80 del pasado siglo, se registró un declive de la guerrilla urbana “clásica”, dando origen a un “nuevo tipo” de guerrilla urbana que se cuestiona hasta la pertenencia de esta estrategia de guerra irregular. El año de 1976 y sobre todo, la primavera del 77 italiana y los denominados “días de reflexión” de enero de 1978, marcaron la profundización de la crítica en torno al tema de la guerrilla. La irrupción de “Azione Rivoluzionaria” (A.R.) y de su estructura feminista: “Acción Revolucionaria-Autonomía Feminista” (ARAF), recontextualizaría en Italia el tema de la guerrilla urbana anarquista. Si bien estas estructuras reconocen en su “Primer documento teórico”, fechado en enero de 1978, que nacían con un ojo puesto en la experiencia de la RAF y el desarrollo de las luchas en Alemania Federal y, el otro, centrado en las particularidades del movimiento antiautoritario italiano que no encontraba identificación alguna con las diferentes vanguardias armadas que conducían la guerra de guerrillas por aquellos días. Así mismo, profundizaban la crítica al papel dirigente que desplegaban estos grupos del tipo Brigadas Rojas y dejaban constancia de una propuesta organizativa diferente, basada en la coordinación informal y en los grupos de afinidad donde «los vínculos tradicionales son reemplazados por relaciones fundadas en la simpatía, caracterizadas en un máximo de intimidad, consciencia y confianza recíproca entre sus miembros», recomendando que los mismos se mantuvieran como núcleos pequeños para poder conservar las características que hacían viable la organización basada en la afinidad y evitar las posibles infiltraciones, garantizando un máximo de efectividad con un mínimo de riesgos.
En el mismo texto, reafirmarían –a manera de actualización de las luchas y como prueba fehaciente de la profundización de la crítica– que «el nuevo movimiento no sólo refuta al monstruo histórico del marxismo soviético y el híbrido del marxismo italiano» sino que también «rechaza el mito del proletariado como clase revolucionaria, mito que ha conducido a un callejón sin salida al movimiento desde 1968 a nuestros días.» Lo realmente trascendental, es que esto lo aseveran los compañeros de AR en un documento de ¡LA DÉCADA DEL SETENTA! Asegurando que el haberse “librado” de tamaño mito «desprenderá energías de las cuales el movimiento del 77 es tan sólo un anuncio». Igualmente, “Acción Revolucionaria” dejaría constancia en este “Primer documento teórico”, que el nuevo movimiento no relega el combate a “las clases” sino que «lo asume en primera persona» subrayando que «la acción directa regresa a los individuos conscientes de sí mismos en cuanto individuos que pueden transformar su destino y retomar el control de su propia vida». Así mismo «reconoce la inadecuación del viejo proyecto socialista en sus diferentes versiones» y destaca que «todas las instituciones y valores de la sociedad jerarquizada han agotado sus funciones», insistiendo en que no existe «ninguna razón social» para salvarlas. «Estas instituciones y valores –recalcan–, junto a la ciudad, la escuela, etc., han alcanzado sus límites históricos. Es todo el universo social el que está en el túnel de la crisis […] Pero, precisamente, en la medida en que la crisis ahora invierte todos los campos contaminados por el dominio, más se evidencian los aspectos reaccionarios del proyecto socialista, ya sea maoísta, sea trotskista, sea stalinista, que conserva los conceptos de jerarquía, de autoridad y de Estado, como parte del futuro post-revolucionario y, como consecuencia, también conserva los valores de propiedad “nacionalizada” y de clase “dictadura del proletariado”».
Como si hubiesen redactado su documento esta mañana, “Acción Revolucionaria” puntualiza atinadamente: «La presencia crítica, constructiva y utópica, es una condición necesaria pero no es suficiente, tal presencia hoy no puede ser hegemónica, paralelamente hay que desarrollar una presencia crítica negativa, destructiva de los procesos en curso. La crítica destructiva, la crítica de las armas es la única fuerza hoy capaz de hacer creíble y fidedigno cualquier proyecto emancipador […] Las fuerzas sociales y políticas están cada vez más atomizadas en las masas y cada vez son más dependientes del Estado, no tienen más arma que el consenso forzado, impuesto por el terror para encausar de cualquier forma posible el creciente antagonismo. Papá capital ha llamado a sus fieles a la recuperación. La defensa a ultranza del Estado, mejor dicho, de su reforzamiento terrorista, es el motivo que los junta.» (Fin de la cita).
Por si pudiera parecernos poco esta contundente crítica de los primeros días de 1978, Acción Revolucionaria distribuiría un llamado durante el III Congreso de la IFA (Internacional de Federaciones Anarquistas), celebrado del 23 al 26 de marzo de ese mismo año en la ciudad de Carrara, donde propondría una “renovación” teórico-práctica y una actualización de “los métodos de intervención” anarquista que bien vale la pena repasar; sobre todo, para esos compañeros que siempre insisten en las propuestas “concretas”, entendiendo las proposiciones a manera de “lineamientos a seguir” ya que no acaban de asumir la crítica y la reflexión como herramientas indispensables para poner en práctica la acción directa, renunciando a decidir a partir de la crítica reflexiva el camino a seguir. En dicho volante, AR especificaría: «Lanzamos un llamado a todos los compañeros anarquistas, reunidos en este enésimo congreso, que aún no están escleróticos y envejecidos antes de tiempo, debido a la constante y fatigosa tarea de frecuentar la escena, unos en calidad de actores, otros como espectadores, de la representación asamblearia congregacional, y a los compañeros que todavía no hayan agotado todo su espíritu y su energía revolucionarias en una práctica que hace de la espera y la defensa sus principales prerrogativas.» Compañeros, insisto –no vaya a ser que alguien piense que esto se repartió en el último Congreso Anarquista celebrado en la Universidad Nacional Autónoma de México– este volante fue elaborado en marzo de 1978.
En esa misma tesitura, exhortaban a los anarquistas reunidos en Carrara, a reubicar el andamiaje teórico-práctico acorde a las necesidades del momento: «Compañeros, tratemos de renovarnos de una vez, de marchar al paso con los tiempos o mejor aún, intentemos prevenir los tiempos. Cómo esperamos ser incisivos si nuestros métodos de intervención, por demás pequeña propaganda teórica, resultan tan obsoletos y agotados que reducen al anarquismo a un estéril e infructuoso movimiento de opinión, capaz de actuar únicamente en el terreno defensivo cada vez que el poder lanza sus flechas represivas […] Compañeros, abandonemos la política de las consignas, de los esquemas, de la información generada, de hecho, hace cien años […]»
Sin dudas, 33 años después de aquél histórico llamado de Acción Revolucionaria, el abandono de nuestros viejos diagramas de organización y acción y, la renovación teórico-práctica del anarquismo, sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes. Este hecho nos muestra, sin matices, como, desde siempre los anarquistas hemos buscado la forma de actualizar el andamiaje teórico-práctico que nos sustenta y de configurar nuevas estructuras organizativas, superando las precedentes –toleradas o ignoradas por la dominación al considerarlas inofensivas– con el objetivo de reconfigurarnos de acuerdo al contexto que nos toca vivir para dotar con las armas necesarias a la lucha frontal contra el sistema de dominación.
A pesar de los adversos intereses del oficialismo “anarquista”, aquellos planteamientos de finales de la década del setenta, generarían una intensa polémica al interior de nuestras tiendas que iría cobrando forma hasta comenzar a delinear la tendencia insurreccional actual. El debate en torno a la crítica destructiva del sistema de dominación mediante el empleo de la violencia antagonista, de la vía armada, la propaganda por el hecho, la expropiación y el ataque directo a los representantes del poder, como estrategia conducente a la autogestión de la lucha y la extensión de la insurrección, se generalizaría en amplios sectores del anarquismo antagonista, alcanzando una dimensión internacional. “Apuntes para una discusión interna y externa”, sería el documento que sintetizaría las inquietudes y reflexiones del primer momento del debate y se publicaría íntegro en Anarchismo y en Contrainformacione. Estas profundas reflexiones, conducirán inevitablemente a cuestionarse la pertinencia de la “guerrilla” como concepto y como método de lucha, desde la perspectiva anarquista.
El término guerrilla, hace referencia a “guerra pequeña” o “conflicto menor” o “de baja intensidad”. Por eso, está implícito en el término, la referencia a “tropa ligera” o “partida” dedicada a realizar breves escaramuzas de acoso a las fuerzas regulares. Comenzó a utilizarse como táctica en España durante la invasión napoleónica. Conformándose pequeños agrupamientos de civiles entrenados y comandados por militares experimentados para asegurar el ataque constante contra las tropas francesas de ocupación. Desde entonces, la guerrilla, como táctica y estrategia, se utilizó para librar cualquier guerra asimétrica. A partir de esas fechas, el término se empleo para designar a esos pequeños grupos de civiles entrenados militarmente, convertidos en “tropa” irregular, dedicados a hostigar al ejército, en operaciones rápidas, teniendo a su favor el conocimiento del terreno de operaciones, la movilidad y el factor sorpresa. A diferencia de las guerras convencionales, la “guerra de guerrillas” es flexible, menos geométrica y muchísimo más móvil.
En el caso particular de la “guerrilla urbana”, como mencionamos al comienzo, esta táctica tiene sus inicios en el ataque anarquista al sistema de dominación, con el claro objetivo de infligir daño sistemático a las instalaciones del Poder (Estado-capital y clero) y a los representantes de la dominación, a las personas que ejercen el poder y a sus lacayos. Su estrategia se centra en el ataque al corazón del Estado y el capital: la ciudad. La actuación de la guerrilla urbana está destinada a afectar el “buen funcionamiento” del sistema. El conjunto de sus ataques estarán planeados contra las instituciones represivas (policías, judicatura, militares, etc.), combinando la “propaganda armada”, el ajusticiamiento, el acopio de armas y municiones, las expropiaciones, el sabotaje al aparato productivo, la destrucción de la mercancía, la solidaridad con los presos y el ataque a los medios de alienación masiva. Esta combinación de ataques buscan su extensión y reproducción, desplegando el combate en superficie contra la dominación, estando concebido para desarrollar la “consciencia revolucionaria” entre la multitud alienada. Según esta estrategia, la “gente común” abandonaría su acostumbrada pasividad sumándose a la insurrección, una vez que comprobara la vulnerabilidad del sistema de dominación. Sin embargo –y he aquí la crítica anarquista contemporánea–, la puesta en práctica de la “guerrilla urbana” clásica, requiere el concurso de “especialistas”, de “técnicos” especializados y esto trae consigo la aceptación del denominado “revolucionario profesional”, el culto a las armas y una serie de “necesidades” particulares a atender(las casas de seguridad, los sistemas de inteligencia y contrainteligencia, las jerarquías, etc.) que terminan por abandonar por completo las ideas anarquistas.
En este sentido, Alfredo Bonanno, nos recuerda en “El goce armado”, que para las organizaciones guerrilleras tradicionales es inevitable caer en el peligro tecnocrático, ya que, más temprano que tarde, terminan imponiendo a sus “técnicos”. En este folleto, nos señala que la estructura insurreccional que encuentra el gozo en la acción dirigida a la destrucción de la dominación «considera los medios utilizados para llevar a cabo tal destrucción como instrumentos, como medios. Quiénes emplean estos instrumentos no deben convertirse en sus esclavos. Así como quienes no saben usarlos no deben transformarse en esclavos de los que sí saben utilizarlos.
La dictadura de los medios es la peor de las dictaduras […] Es necesario desarrollar una crítica de las armas. Hemos visto demasiadas sacralizaciones de la metralleta y de la eficiencia militar.
La vía armada no es algo que concierne únicamente a las armas. Las armas no pueden representar, por sí mismas, la dimensión revolucionaria. Es peligroso reducir la compleja realidad a una sola dimensión y a un sólo objeto. De hecho, el juego envuelve este riesgo, de reducir el experimento vital a juguete, convirtiéndolo en algo mágico y absoluto. No por casualidad la metralleta aparece como símbolo de muchas organizaciones revolucionarias combatientes.
Debemos ir más allá para comprender el profundo significado de la lucha como placer, escapando a las ilusiones y a las trampas de la representación del espectáculo mercantil a través de objetos míticos o mitificados». Por eso, nos sugiere rechazar todos los roles, incluso el de “revolucionario profesional” con el objetivo de: «romper el cerco mágico de la dramaturgia mercantil», consciente de que la vía armada tiene que eludir la división de las tareas y la asignación de roles impuestos por la ideología de la producción, rehusando la “profesionalidad”.
La moraleja que subyace en esta reflexión, volvemos a repetirlo, no sitúa el problema en las armas sino en quién las usa, cómo las utiliza y para qué las emplea; lo centra en el tipo de estructura que se desarrolla y en el rol que desempeñen las minorías insurreccionales. Lo obsoleto de la “guerrilla urbana” clásica es su “especialización técnica”, es decir, el papel preponderante que se le atribuye al conocimiento de las armas, la sacralización de las mismas y al rol del “revolucionario profesional”, junto a toda la infraestructura que esto presupone. Esta reflexión nos deja en claro que no es suficiente con extender la lucha a todos los confines sino que hay que extenderla, además, a cada faceta de nuestra vida cotidiana. Ahí radica la autogestión de la lucha y el desarrollo de los “grupúsculos” antagonistas, de las minorías activas. Desde la reflexión anarquista –a partir de la experiencia de las luchas–, hemos percibido el rol recuperador de las viejas estructuras leninistas, por lo que hemos reafirmado nuestros principios de acción directa frente a los anquilosados esquemas de “profesionalización” de la lucha, invalidados de antemano en la guerra social contemporánea contra la dominación renovada.
Estamos conscientes que las minorías antagonistas corren el riesgo de transformarse en el espectáculo radical de las luchas si en el impulso de la confrontación permanente no son capaces de articular la extensión de la lucha a través del desarrollo de la consciencia antagonista. La toma de consciencia antiautoritaria pasa, indiscutiblemente, por un proceso de secesión. Por un punto de ruptura total con el sistema de dominación. El sistema ha penetrado el ADN del “ciudadano”. El Estado y el Capital son parte de nuestro cuerpo. Por eso existen, porque los reproducimos a cada paso. Esa es la razón por la que encontramos con tanta frecuencia entre nosotros la defensa inconsciente de la dominación, la defensa del Estado-capital. Cada vez que pedimos más trabajo en vez de luchar por la destrucción del trabajo: pedimos más capitalismo. En cada ocasión que demandamos “seguridad”, que exigimos “mayor presupuesto” para salud, educación, vivienda, etc.: reclamamos más Estado. Esa vía no conduce a la liberación total sino se reduce a la suplica por unos cuantos eslabones que hagan un poco más larga la cadena.
La “ORGANIZACIÓN”, así con mayúsculas, que tanto preocupa a todos y que en la práctica se reduce a siglas, cofradías y sectas, será fruto del desarrollo de la consciencia antagonista y de la extensión de las luchas. La guerra social impondrá la necesidad de organización, ese es el verdadero avance del movimiento real. El antagonismo permanente de las minorías actuantes es la propuesta de ataque, aquí y ahora, a las estructuras de dominación y a sus personeros, para destacar, en primer lugar, que el enemigo si es vulnerable y para demostrar que nuestr@s compañer@s secuestrad@s por el Estado, no están solos sino que cuentan con toda nuestra solidaridad. El peso específico de las minorías antagonistas, de los grupos de afinidad en conflictividad permanente, no se registra en el número de ataques ni en los daños que ocasionen al enemigo las cada vez más potentes explosiones, la gravitación de estas minorías actuantes radica en el contagio, en la expansión geométrica de la lucha y en la toma de consciencia antiautoritaria. Por eso, detrás de cada explosión, en cada bala percutida, de la mano de cuanta expropiación se lleve a cabo, en la puesta en práctica de cualquier manifestación de violencia antagonista, tiene que estar siempre presente nuestro ideal, dejando manifiesto que nuestra lucha es por la liberación total, por la destrucción definitiva del sistema de dominación, por la Anarquía. 

*Charla de Gustavo Rodríguez, en el Centro de Información Anarquista (CEDIA), México, D.F. Sábado 8 de octubre de 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.